“Pocos gallegos confían en nosotros como alternativa”
La aspirante dedicó duras palabras al funcionamiento interno del partido
Elena Espinosa no se anduvo por las ramas. Su discurso de aspirante comenzó con durísimos reproches a la dirección saliente, y que finalmente repitió, y al rumbo que el PSdeG ha tomado en los últimos tres años. “Digámoslo claro: pocos gallegos confían en nosotros como alternativa a Alberto Núñez Feijóo”, espetó nada más subir al estrado. En un gallego que apenas utilizó durante sus ocho años de ministra de los Ejecutivos de Zapatero, Espinosa se propuso “recuperar la credibilidad y la confianza de los gallegos conviertiendo el Partido Socialista en un partido unido y serio capaz de gobernar Galicia”. Su intervención, sin un solo gesto a su competidor, enardeció a los delegados, provocó incontables interrupciones por aplausos y caras largas en los aludidos. “La unidad debe ser la obsesión de la Secretaría Xeral”, resumió.
La candidata derrotada no fue capaz de fajarse de las sombras del alcalde de Vigo, Abel Caballero, a un lado, y de José Blanco al otro, que más que apoyos acabaron por figurar como muñidores en la sombra de la operación. Tal vez por ello se defendió de la insinuanciones con un “soy candidata sin tutelas, sin peajes, sin deudas, pero con amigos y amigas”. Esa presunta dependencia de otras instancias y su ausencia de la vida orgánica del partido fueron las recriminaciones más comunes entre las que le afearon sus contrincantes.
Contra ellas desplegó una lista de agravios a los críticos y de errores en el funcionamiento de la organización. Justo todo lo que Pachi Vázquez había pasado por alto. “El partido necesita cambios, porque no es un fin en sí mismo”, afirmó, “sino un instrumento de canalización y participación de los ciudadanos en política”. No especificó cuál sería su receta para subsanar una cuestión que cada día cobra más protagonismo en la agenda de la izquierda social porque, pese a todo, su formación “es la más democrática, pero debe mejorar”. Que el secretario general socialista propusiera primarias de militantes para elegir candidato a la Xunta le pareción bien. Que hiciera lo propio con las listas abiertas, también, con una salvedad: “No vale decirlo hoy aquí y después en Sevilla [en el Congreso Federal] votar en contra”. Ovación atronadora, claro.
es un fin en sí
mismo, sino un instrumento”
Sus peros a la vida interna del socialismo gallego resultaron prolijos. “No debería ser necesario decirlo, pero todas las agrupaciones merecen el mismo trato”, reclamó, “y el Comité Nacional debe funcionar como un verdadero órgano de debate y discusión. Propongo debatir allí el estado de la autonomía antes de hacerlo en el Parlamento”. Y volvió a conseguir sonoros apoyos del patio de butacas al exigir el cumplimiento del régimen de incompatibilidades —que viola Carmela Silva, mano derecha de Abel Caballero— y un código ético para cargos públicos y orgánicos. Se valió, en ese punto, de la autoridad de una cita atribuida Pablo Iglesias: “Los partidos también se hacen con el ejemplo de sus militantes”.
No fue el de Iglesias el único nombre ilustre invocado por Espinosa. Las referencias “al galleguismo” de Carlos Casares y Ramón Piñeiro y el homenaje a Isaac Díaz Pardo, respaldado en pie por toda la concurrencia en un infrecuente gesto de unanimidad, le sirvieron para ir dotando de contenido político su propuesta. Pero ese era justa la parte de su intervención menos alejada de la de Vázquez. Lo expuso con ribetes poéticos: “Los socialistas defendemos una sencilla y poderosa idea: que nadie tenga tanto como para obligar a otro a que se arrollide ante él, y que nadie tenga tan poco como para tener que arrodillarse ante otro”.
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