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Licenciado Picadilly

Unos ocho mil aficionados del Athletic inundan de rojo y blanco Manchester. “Creo que si la ciudad hubiera sabido esto se habría ofrecido como sede de la final de Copa”, decía un hincha

Seguidores del Athletic llenan una plaza del centro de Manchester ayer antes del partido.
Seguidores del Athletic llenan una plaza del centro de Manchester ayer antes del partido. Juan Flor (DIARIO AS)

Vivía Manchester tranquilo, con su habitual rutina, es decir silenciosa, saltándose los semáforos y tirando sobre todo de tranvía, hasta que a las ocho de la mañana, algunos empezaron a gritar "Athléeeetic". Llegaban en autobuses, unos, en los trenes intercity desde Londres, otros, y llegados a la vieja Manchester no podían contener el grito en la garganta. A partir de ahí se fue llenando el centro, los alrededores de la histórica noria, la plaza Picadilly, Market Street, donde el tranvía te deja al pie de los caballos, es decir al pie de los grandes almacenes, de los pubs, de los restaurantes italianos . Y a eso de las 11 —hora local— la plaza de Picadilly era como una extensión lejana de Licenciado Poza, horas antes del partido.

Nadie hizo caso de las recomendaciones policiales y turísticas de no acudir con la camiseta del equipo para acceder a los bares. Bueno, uno sí. Un bar, en los aledaños de la plaza, prohibía el acceso con camisetas del equipo. Estaba semivacío. Cómodo, pero semivacío. A unos pocos metros, el pub más grande de la zona, se atestaba de camisetas rojiblancas en busca de cervezas, carne, patatas, mientras Manchester miraba con aspecto cansino el devenir de bufandas y camisolas sin prestarles demasiada atención. Ni un gesto de sorpresa, obviamente, en un club que ha vivido mil batallas y está acostumbrado a los grandes acontecimientos.

La fiesta era bilbaína. Eran 8.000 rojiblancos de pronto reunidos en Manchester con el afán de encontrarse unos con otros, por el puro afán de encontrarse, de reconocerse, de sentir que dos horas de vuelo no son nada y comprobar que hace un rato te vi en Licenciado Poza y ahora nos vemos en Picadilly, lo que viene a ser lo mismo, con otro acento.

Había apuestas por las calles de la zona para saber cada cuántos ingleses aparecía un seguidor rojibanco. Cada uno y medio, en una estimación tan apresurada como real. Cierto es que más de la mitad de Manchester es del City, y no del United. Asunto no menor cuando se trata de ciudades futbolísticas. “Yo creo que si Manchester hubiera sabido esto se habría ofrecido como sede de la final de Copa”, decía Luis Ángel, un aficionado con más viajes rojiblancos a sus espaldas que el conjunto de futbolistas del Athletic. No es fácil, ciertamente, mover a ocho mil aficionados entre semana, en octavos de final y a Manchester a un promedio de 500 euros por cabeza. No es fácil, pero tampoco imposible. Viena, en el partido abortado por el hielo y la nieve, movilizó unos cuatro mil seguidores y pareció un mundo. Pero el mundo se ha hecho más grande y ahora caben más espectadores rojiblancos, como si quisieran comerse de golpe la tarta que este equipo le brinda después de algunos años de sequía. No es fácil ser feliz y ya se sabe que lo más parecido a la felicidad es el día anterior a un partido. Siempre ganas y nadie lo puede negar. Ayer el Athletic ganó en Manchester, con calma, sin incidentes, con trasiego sin más, con la pasión futbolera metida en el cuerpo. Por el puro ansia de estar en Old Trafford. Porque 55 años son muchos años sin ir a un teatro.

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