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Joan Miró entra en La Modelo

Los reclusos manufacturan bolsos y complementos que se venderán en la clausura de la exposición del artista en su fundación: ‘La escalera de la evasión’

Presos de la Modelo confeccionan objetos para la Fundación Miró.
Presos de la Modelo confeccionan objetos para la Fundación Miró.TONI ALBIR (EFE)

El 18 de mayo será el último día para visitar una de las exposiciones más importantes nunca realizadas sobre Joan Miró en España, La escalera de la evasión, que se inauguró el 16 de octubre en la Fundación Miró de Barcelona. La exhibición, que durante este periodo ha recibido una media de 1.700 visitantes al día, se quiere despedir con el mismo espíritu de empatía que Miró siempre demostró con Barcelona y sus ciudadanos. Por ello el próximo jueves la fundación organizará una gran fiesta de puertas abiertas.

La novedad es que, además de ver las obras de Miró, será posible llevarse a casa un fragmento de las que sirvieron para publicitar la exhibición en forma de bolsos, monederos, fundas para teléfono y demás aparatos, y también delantales. Estos objetos y prendas han sido confeccionados en el centro penitenciario la Modelo, donde un grupo de 25 internos se ha encargado de transformar el grueso plástico de las banderolas en complementos de acabado perfecto que podrían haber salido de cualquier taller comercial. La iniciativa ha sido posible gracias a un acuerdo entre la Fundación Miró y el Centro de Iniciativas para la Reinserción (Cire), una empresa pública, adscrita al Departamento de Justicia, que impulsa la reinserción sociolaboral de los detenidos a través de la formación profesional y el trabajo retribuido. Si quien esto escribe no hubiese experimentado personalmente que cuatro puertas se cerraban tras su espalda, por el ambiente que se respiraba en la gran sala de costura no habría pensado que estaba en una cárcel.

Quizás sea el entorno decimonónico, con el gran panóptico central, los muros antiguos y los amplios ventanales abiertos, o el patio donde un nutrido grupo juega al fútbol, al voleibol y a más juegos, todos en la misma cancha. Los internos responden amables a las tímidas preguntas de los periodistas, sin dejar de mover veloces los dedos debajo de las máquinas de coser. Todos son muy hábiles y atentos, vienen de sitios lejanos: Josep, de Nigeria; David, de Honduras; Dani, de Chile, y los demás, de países del este de Europa, donde nunca antes cosieron ni un calcetín, aseguran. Cuidan los detalles de sus complementos, “todos forrados y bien acabados”, y bromean con los que cosen fundas para almohadas.

Sin embargo, a pesar de los esfuerzos de la Fundación Miró para divulgar también entre estos muros sombríos la figura del artista (que, por cierto, inspiró los mosaicos hechos en un taller anterior por otros reclusos, porque en la Modelo todos están de paso, a la espera de recibir la condena o absolución definitiva), nadie sabe, ni parece preguntarse, quién es Miró y por qué los plásticos que están trabajando despiertan tanto interés. Un interés que al acabar la exposición habrá movido a más de 200.000 personas, a las que deben sumarse los visitantes que pasaron por la primera sede, la Tate Modern de Londres, y las que se contabilizarán en su última presentación, en la National Gallery de Washington.

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