La boca apuntalada
Esta mañana, mientras leía la noticia de María Dolores Amorós, ya saben, la ex directora general de Caja Mediterraneo, me he dado cuenta de que tenía la boca abierta de par en par. La he cerrado enseguida para que no me miraran raro los camareros, pero he seguido leyendo y a los pocos minutos la tenía abierta otra vez. Se ve que una es muy de provincias y a las de provincias la boca se nos abre con nada.
Resulta que esta mujer —iba a llamarla señora, pero eso aún está por ver— ha llevado a juicio a los que la despidieron el año pasado. Amorós fue despedida por maquillar supuestamente las cuentas de la caja, por supuestas negligencias en la gestión y por supuestas irregularidades en la adjudicación de sus honorarios. Como verán, he repetido escrupulosamente la palabra “supuestas” porque ella asegura que el despido fue improcedente. Pero no es eso lo que me ha dejado boquiabierta hoy. Las cifras. Eso ha sido. Números y números abrumadores y ofensivos. Miles y miles de euros bailando alegremente en la página del periódico y, lo que es verdaderamente importante, bailando alegremente en las cuentas corrientes de todas esos banqueros.
Al entrar a ocupar su cargo, María Dolores Amorós se autoasignó un sueldo anual de 593.040 euros y una pensión vitalicia de 370.000. Con un par. Por si fuera poco, ocultó su contrato y la pensión al Consejo de Administración de la caja. Pero ése ya es otro asunto; que se maten entre ellos. Decía, se autoasignó 593.040 euros anuales: 42.360 euros mensuales. Y ahora pensemos.¿Para qué puede necesitar un ser humano semejante barbaridad de dinero al mes? Es más del triple de lo que cobra la mayoría de españoles en todo un año. ¿Tan diferente es ella del común de los mortales, que necesita autoasignarse un salario tan superior? ¿Tan especial es su labor que merece, además, premiarse con 31.000 euros mensuales para el resto de su vida? ¿Lo ven? Ya tengo la boca abierta otra vez.
La animalada de dinero que manejan los directivos en el sector de la banca es como para dejarse la boca apuntalada. Pero no olvidemos que en este caso, además, estamos hablando de la directora general de una caja que tuvo que ser intervenida porque estaba en la ruina. No hay palabras.
Hay que hacer verdaderos ejercicios de autocontrol cuando uno abre miras y ve que hay colegios sin calefacción por culpa de los recortes, mientras que una panda de buitres despreciables se reparten en sus cuentas corrientes las ayudas que el Gobierno sí tiene a bien concederles.
Alguien debería obligar inmediatamente a estos buitres a llenar las calderas de los colegios de sus bolsillos, así, para empezar. Luego, ya veríamos.
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