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Angie, la imperturbable

La acusada por el ‘crimen perfecto’ niega los hechos pese a las abundantes evidencias

La acusada del "crimen perfecto" niega los hechos
Jesús García Bueno

María Ángeles Molina, Angie, la mujer acusada de asesinar a su amiga Ana María Páez tras suplantar su identidad durante dos años, obvió este lunes el alud de pruebas que existen contra ella y negó ser la autora del crimen perfecto. Angie lleva cuatro años en la cárcel por esos hechos y el fiscal pide una pena de 24 años. Hasta ahora, no se ha derrumbado. El lunes, en el primer día del juicio que se sigue contra ella en la Audiencia de Barcelona, tampoco lo hizo. Se defendió de las acusaciones como pudo; en ocasiones, con coartadas inverosímiles y explicaciones raras; otras veces, negando la mayor o culpando a su abogado, siempre fría y desafiante ante los jueces y ajena al dolor de la familia, que llenó la sala de vistas.

Molina era jefa de Páez en la empresa donde se conocieron hace 10 años y allí entablaron “una relación de amistad”, declaró la acusada. La noche de los hechos (el 19 de febrero de 2008) cenaron juntas. Angie durmió a su víctima con cloroformo y la asfixió hasta matarla con una bolsa de plástico. Después, introdujo esperma en la boca y la vagina de Páez para despistar a la policía y simular un crimen sexual.

La acusada explicó con todo lujo de detalles —algunos, innecesarios— su coartada para aquella jornada. Por la mañana, dijo, se fue a Zaragoza con su Porsche —uno de los tres vehículos de alta gama que poseía— “a recoger las cenizas” de su madre. Allí comió con unos amigos y, de regreso a Barcelona, sufrió un percance en una gasolinera —olvidó extraer el surtidor y el coche sufrió daños— que motivó la intervención de dos agentes de la Guardia Civil.

El abogado de la familia, Emilio Zegrí, preguntó por qué, en todo este tiempo, la acusada no ha pedido que esos supuestos amigos y agentes testifiquen en su favor. “Se lo dije a mi abogado, pero no hizo nada”, dijo Molina, que renunció a sus servicios hace tres semanas en una vana estrategia por salir en libertad (pronto vence el plazo de prisión provisional) que solo ha servido para retrasar la celebración del juicio. Angie convirtió a su antiguo letrado en chivo expiatorio y causante de todos sus males.

A las ocho de la tarde de ese día, Angie regresó a Barcelona y, según ella, se fue a El Corte Inglés —“tenía que comprar un reloj Cartier para mi pareja, era su cumpleaños al día siguiente”—, compró “yogures de dulce de leche” en un Opencor y se marchó, sin más, a casa. Molina sostuvo que su único contacto con la víctima ese día fue una llamada que esta le hizo al móvil, mientras regresaba de Zaragoza, en la que le pedía que “le siguiera el rollo” y le indicara en qué estación de tren debía bajar.

El fiscal Fernando Maldonado acorraló a la acusada recordándole el sinfín de documentos, testimonios y evidencias que la señalan como culpable. Por ejemplo, que en el registro posterior a su vivienda se halló un bote de cloroformo. Molina dijo que lo había comprado por dos razones, a cual más extravagante. Una: que se lo habían recomendado para arreglar “unos candelabros de plata y metacrilato”. Y dos: que su hija lo necesitaba para unas “prácticas con un conejo” que debía hacer en la escuela.

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Según acredita la investigación, Angie usó una peluca para hacerse pasar por su amiga y contratar servicios con distintos bancos. La acusada no se reconoció en las imágenes captadas por las cámaras de vigilancias de las entidades bancarias. “Me gustaban las pelucas, las usaba para juegos sexuales”, defendió. También intentó dar respuesta al hecho de que los Mossos d’Esquadra hallaran restos de su ADN en el apartamento de Gràcia donde apareció el cadáver de Páez. Dijo que bien podía ser porque había prestado una de sus pelucas a su amiga, que la había encontrado “mona”, y ya se sabe que ahí siempre quedan restos de cabello.

¿Por qué tenía una fotocopia del DNI de Páez en su casa? “Porque, como jefa de personal, compraba billetes de avión a los empleados”, respondió la acusada, que no mostró ni una pizca de nervios y adoptó un tono desenfadado y, en ocasiones, desafiante. En casa de su pareja, además, se halló el DNI de la fallecida. Pero todo tiene su razón de ser en la versión de Angie: su amiga lo había dejado allí por un descuido y pensaba devolvérselo. Pero cuando la policía la interrogó por primera vez, como testigo, le entró miedo y decidió “guardarlo” tras la cisterna del lavabo.

Empleados de entidades bancarias reconocen a Molina como la persona con la que se entrevistaron para contratar pólizas de seguro, préstamos y cuentas corrientes. Los peritos señalan que la firma estampada en esos contratos, con el nombre de Ana Páez, corresponde a la acusada. Ella lo negó y defendió que su letra “a” es “más redonda”. Además, un joven reconoce que le pidió que se masturbara delante de ella y le entregase el semen. Ante esas evidencias, que dependen ya del testimonio de otras personas, Angie se limitó a decir “no” o “no sé”.

¿Usted quería obtener dinero y por eso mató a Ana Páez?”, preguntó el fiscal Maldonado. Pero la defensa trató de desmontar el móvil económico con el argumento de que Molina disfrutaba ya de un elevado tren de vida y no necesitaba recurrir a esas argucias. La acusada dijo que ingresaba unos 7.500 euros al mes entre su sueldo, una pensión y el alquiler de una casa en Las Palmas, además de disfrutar de una asignación paterna de unos 100.000 euros anuales.

En su intento de descargarse de culpas, Molina aludió a supuestos problemas de Páez con su pareja, que este negó después en su declaración como testigo. “Ella quería tener hijos y él no”, dijo la acusada, que también habló de una presunta llamada de él preocupado por que pudiera haber otro hombre.

En el rastreo de su ordenador, la policía descubrió que había buscado en Internet palabras como “cloroformo”, “muerte” y “certificados de defunción”. Angie contestó imperturbable como siempre: “Mi madre había muerto y quería saber qué tenía que hacer para cancelar una cuenta a su nombre”.

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Sobre la firma

Jesús García Bueno
Periodista especializado en información judicial. Ha desarrollado su carrera en la redacción de Barcelona, donde ha cubierto escándalos de corrupción y el procés. Licenciado por la UAB, ha sido profesor universitario. Ha colaborado en el programa 'Salvados' y como investigador en el documental '800 metros' de Netflix, sobre los atentados del 17-A.

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