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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Quién manda aquí?

Nuestros políticos, y los de más allá, leen todos el mismo manual y usan por igual la misma tijera

De repente me asalta un soplo anacrónico mirando al sesgo esta Galicia en la que O Cego dos Vilares se sube de nuevo a un escenario con su violín de Chagall, en la que Xurxo Lobato fotografía la piel de vaca del país y la melena patricia de Beiras se va a prender el resplandor de la hoguera a otro lugar lejos del rescoldo del BNG. De repente pienso que todavía Don Ramón anda por ahí con sus polainas atizándole bastonazos a los espejos fragmentados del Callejón del Gato, hoy en Madrid, mañana en Compostela, y veo Luces de Bohemia en el María Guerrero y pienso, pese a la versión edulcorada y sosa de Lluis Homar, que falta pólvora y verbo, frases como arcabuces en este interregno en la que los cráneos privilegiados han desaparecido o han sido sepultados en el cementerio de Boisaca.

Porque, a fin de cuentas, nadie dice nada y los políticos, nuestros políticos, y los de más allá —tanta globalización espanta— leen todos el mismo manual de instrucciones y utilizan por igual la misma tijera, esa que va podando los retoños de un alucinado crecimiento cuando los montes, ¡ay la morriña!, pintan y perfuman las mimosas de los Idus de Marzo. Cuídate de los idus, decían al emperador romano, cuidémonos de los idus, nos decimos en esta democracia domesticada, en este sistema vendido al mejor postor, en el que los que mandan son contables y taquígrafos, solo contables y taquígrafos que hacen todos los días el albarán de Grecia como si en el Olimpo y la Acrópolis estuviera la clave del mal de la piedra, el mal sueño que corroe nuestros edificios parlamentarios.

¿Quién manda aquí? Podría preguntar Don Ramón con sus polainas paseando por la Carrera de San Jerónimo después de tomar un consomé que le calentara las tripas en Lhardy, mientras la procesión de los irmandiños anda como alma en pena buscando zulo donde pasar la noche y los sindicatos aparecen con su cara de insomnio detrás de cualquier pancarta que se agite en el vendaval del cuaderno de quejas. Hoy por la Naval, mañana por ti.

¿Quién manda aquí? Se pregunta el Ciudadano K, ese del pasaporte sin nombre que se ha visto fuera del andamio o del pesquero, de la cadena de producción fordista de la fábrica de Citroën, de los servicios de la sanidad pública o que nunca encontrará una miserable plaza para enseñarle los números primos a los niños que ya no nacen en los concellos de la montaña, en As Fonsagradas y Os Coureles del interior, que ya solo vienen al mundo cerca de los grandes hospitales y supermercados.

El pesimismo empieza a ser una enfermedad crónica de los que han interpretado el pentagrama como si se tratara del mismo himno, que ni quitan ni ponen letra nueva a la versión, que se limitan, como decía el gran preboste de Pontevedra, a seguir las cosas como Dios manda, o sea, como reza en sus oraciones la hija del pastor protestante alemán, esa mujer que, lo mismo en Davos que en Pomerania, predica a los cuatro vientos las virtudes de la revolución puritana y calvinista y que ve en España demasiados parados a sueldo, demasiadas regiones a sueldo, demasiadas televisiones a sueldo de la Unión, demasiados lunes al sol.

Hace tiempo que se acabaron las limosnas europeas y ahora toca volver a los peones camineros de aquí, a que los camareros de aquí nos vuelven a servir el café con leche y los turistas que vienen por aquí digan que los precios han bajado, que hay menos fiesta pero que se duerme mejor por las noches.

La justicia emana del pueblo, oigo decir a un diputado vasco en la primera comparecencia del legislador Gallardón ante la Mesa del Congreso. Y vuelvo a Valle Inclán, a El Ruedo Ibérico: el rey Baltasar sentado en el banco y Camps con su sonrisa beatífica levantándose del banco y el preso más antiguo de España decir, como prisioneros que somos todos, que queremos caminar recto sin tropezar con ninguna pared de ninguna cárcel, fumar un cigarrillo y caminar en línea recta hasta el horizonte. Debe de ser que llevamos demasiados años encerrados entre cuatro paredes, debe de ser que llevamos demasiados años confiando en un clase política y en unos jueces que no saben por qué y para qué les ha elegido el pueblo. Mientras tanto la gran doctrina es la Biblia de Lutero: examen de conciencia y a comprar productos congelados, rigor presupuestario y un automóvil deportivo tan bello como la Victoria de Samotracia. El mal siempre viene de Grecia, origen de la tragedia.

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