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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El jurado de Valencia

Fue casi una casualidad. Coincidiendo en el tiempo con los días en que el Jurado del proceso de Valencia deliberaba antes de emitir su veredicto, emitían algunas cadenas de televisión centroeuropeas la película Die Geschworene, La Jurado en romance paladino. La ficción fílmica y la historia real de los hechos son coincidentes en el conocido en Austria como Proceso Foco. Y los sucesos fueron los siguientes: Tibor Foco, propietario de un burdel y con cara angelical, es acusado el 1987 del asesinato de una prostituta en Linz; un jurado popular dictamina que es culpable y lo condena a cadena perpetua; poco después, el jurado se da cuenta de que se equivocó e intenta rectificar para revocar su veredicto. En la película se pone de relieve el hecho de que fueran los propios miembros del jurado quienes, tras el veredicto, se dieron cuenta de su equivocación al declarar culpable a un inocente en el caso. Y eso sucedió porque los miembros de un jurado popular no suelen ser, por lo general, ciudadanos empapados en leyes, defensas, pruebas, acusaciones y delitos.

Quien sí sabe de leyes y de procesos con jurado popular es la austriaca Katharina Rueprecht, quien en libros y artículos, ha puesto en tela de juicio la participación del jurado popular en los juicios, al menos la participación tal y como hemos visto en el proceso de confección valenciano. La jurista de la república alpina expone en sus escritos sobre el tema no pocos casos en que la ley del encaje cervantina, la arbitrariedad, o el esperpento legal estuvieron presentes en determinados veredictos de jurados populares a lo largo y ancho del llamado mundo occidental y civilizado: en Louisville, en el estado americano de Kentucky, una moneda a cara o cruz declara a un acusado culpable para un jurado empatado a votos; en Illinois, también en los EEUU, el gobernador George Ryan revocó 140 penas de muerte, porque los dictámenes de los jurados populares rebosaban huecos y faltas; revueltas populares, incendios de palacios de justicia y violencias callejeras fueron los sucedáneos trágicos del veredicto del jurado en el llamado proceso de Schattendorf, donde el radicalismo de extrema derecha había disparado contra dos trabajadores y un menor y el jurado declaró inocente a los acusados. Y los veredictos erróneos y los dictámenes disparatados continúan, según la Rueprecht, quien aboga y defiende los llamados tribunales mixtos, formados por ciudadanos y por juristas expertos, encargados estos últimos de justificar tanto un veredicto de inocencia como de culpabilidad. Y eso, quiérase o no, ha faltado en Valencia.

En Valencia y en el siglo XXI tiene validez todavía cuanto, en el siglo XVII, afirmaba el máximo representante de la Justicia inglesa Lord Mansfield: “Los miembros del jurado pueden guiarse por los prejuicios de sus afectos o pasiones; eso es algo que está en manos de Dios y de su propia conciencia”. Lo que no deja de ser es un arcaísmo en estos tiempos tan modernos, tan trajeados, y tan faltos de racionalismo jurídico.

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