Una escena aburrida
Todo es plano en esta lectura (ni moderno ni antiguo, sólo plano) Tampoco Zubin Mehta y la orquesta tuvieron su mejor día
Los decorados permanecieron inalterables a lo largo de los diez cuadros estipulados en el libreto. La iluminación tuvo leves variaciones. Los personajes, en general, se movieron lo menos posible. El parecido entre Don Giovanni y Leporello, sugerido ya en muchas otras producciones, apareció resaltado hasta la exageración. Tanto es así que resultaron suavizadas las diferencias de clase y la tiranía del caballero sobre sus siervos. La escenografía, de tonalidades grises, presentaba tres casas que delimitaban, en medio, una plaza. En ella se desarrollará toda la acción.
Una acción donde casi desaparece la vivacidad y hasta la alegría que Mozart combina aquí con los tintes de tragedia. Todo es plano en esta lectura (ni moderno ni antiguo, sólo plano). Una muestra, entre otras muchas: el cementerio se esfuma, y nadie entiende las alusiones a la estatua del Comendador en el mismo lugar donde antes se celebraba una bucólica boda. Es difícil aburrir y ser incoherente con Don Giovanni, pero Jonathan Miller lo logró.
'Don Giovanni'
De W. A. Mozart. Dirección musical: Zubin Mehta. Dirección escénica: Jonathan Miller. Solistas: N. Ulivieri, A. Samuil, D. Korchak, S. Gassi, D. Bizic, R. Feola, S. Lim, A. Tsymbalyuk. Orquesta y Coro de la Comunidad Valenciana. Palau de les Arts. Valencia, 27 de enero de 2012.
Tampoco Zubin Mehta y la orquesta tuvieron su mejor día. Sobre todo en los números de conjunto, núcleo básico de esta obra. La batuta no acababa de ajustar en ellos el foso con la escena. Las voces, por su parte, tampoco se empastaban entre sí, y no se lograron esos maravillosos cocktails donde todo está unido y, a la vez, perfectamente diferenciado. Dieron la talla, por el contrario, en la obertura, cuyos acordes iniciales bastaron para señalar el carácter dramático de la historia. Y también con la música que acompañó al protagonista cuando es tragado por las llamas del infierno. Llamas que Miller prefirió sustituir por unos muertos vivientes que se llevaron a Don Giovanni hasta sus recintos (por las puertas de la plaza, para variar).
Hubo semejanzas y contrastes entre los solistas, enfrentados al dificilísimo reto del canto mozartiano. En la pareja de Donna Anna y Don Ottavio, ella ostentó la técnica, la coloratura, la afinación impecable. Y él la implacable belleza y luminosidad del instrumento. También, un poco, a la inversa. Zerlina y Masetto dieron vida creíble a sus respectivos personajes y cantaron a la perfección. Zerlina (Rosa Feola), además, fue más allá, exhibiendo una voz con cuerpo, mordiente y sabiduría para el legato. Donna Elvira anduvo con la voz estrangulada y muy mal dirigida en el primer acto, donde se la presentó como una pelma —pasa muchas veces con ella—, hurtándole la dignidad de una mujer enamorada. Pero mejoró y adquirió auténtica fuerza en el segundo. Presentar a Don Giovanni con voz más grave que la de Leporello es lo contrario de lo que suele hacerse en la actualidad, aunque ambos instrumentos resultaron atractivos y sirvieron los recitativos con musicalidad excelente. Sin embargo, a este Don Giovanni le faltó al final hacer visible ese empecinamiento oscuro, tan distinto de la frívola inconsciencia, que otorga al drama toda su profundidad.
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