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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Combate cultural en la sala

El ‘caso Garzón’ permite observar la 'hungarización' de la justicia y patologías predemocráticas

Algo se muere en el alma cuando un padre de la Constitución se va. O, en general, cuando se produce cualquier tipo de efeméride en la democracia española. Esos apagones informativos que convierten todos los mensajes en adhesiones inquebrantables al régimen, son una de las características de la CT —Cultura de la Transición—, la cultura hegemónica por aquí abajo desde hace 36 años, una aberración cultural europea que, básicamente, consiste en la desactivación de la cultura para aliviar al sistema político de tensiones.

En ese sentido, la muerte de Fraga ha sido un festival CT extraño, si se compara con lo que es el género y con lo que, finalmente, produjo en ese día señalado. Lo esperado era, básicamente, ceñirnos al guión que proponía, por ejemplo y en su inocencia CT, el primer comunicado de Europa Press, un parte médico habitual de la CT, en el que se presentaba un Fraga sin las enojosas alocuciones franquismo o victoria, a través de sus cargos democráticos, su aportación constitucional y el hecho de haber conducido a la extrema derecha a la democracia, ese sitio en el que nunca pasa nada. Lo normal hubiera sido eso y la repetición de lo mismo a través de artículos de políticos, historiadores o escritores —tres colectivos que, junto al de fiscales, tienden a opinar lo mismo en la CT—. Se produjeron, sí, pero junto a puntos de vista no esperados y alejados de la depuración cultural de la realidad.

Si bien desconocemos aún el sueldo real de un diputado o un parlamentario, sabemos lo que se cuece en la Diputación

La capilla ardiente de Fraga no se instaló al final en el Congreso, en lo que quizás fue la prueba definitiva de que la CT había fallado aquel día en su construcción de cohesión. Esos fallos en la CT, y esto es importante, se están produciendo cada vez más desde hace un año, un año en el que, informativamente, hemos cruzado fronteras no previstas por la CT. Verbigracias: a) la información sobre sueldos reales de políticos en instituciones. Si bien desconocemos aún el sueldo real de un diputado o un parlamentario, sabemos lo que se cuece en la Diputación. Ese simple dato, que afecta a todo el abanico político, ha hecho perder su triple A al sistema de comunicación que utiliza el político en la CT: el periodismo de declaraciones. Sin esa herramienta CT, los políticos lo tienen francamente mal para realizar su trabajo como hasta ahora. Y precisamente ahora, cuando su trabajo se está relacionando con amplios beneficios en el sector privado. b) El caso Urdangarin, a su vez, ha supuesto el traspaso de otra frontera muy importante. La Casa Real, ante ese fallo en la CT, se ha visto obligada a establecer una línea clara que excluye de sus funciones a sus usuarios —el “comportamiento poco ejemplar” sin verificación jurídica— y a publicar un croquis de sus gastos, en los que se exhiben sueldos moderados —140.000 euros anuales—. Cuando se sepa el patrimonio real de la Casa Real —sucederá en la prensa extranjera o ya, por fin, en la local—, se sabrá si ese patrimonio presupone o no un comportamiento ejemplar. El (c) caso Garzón —otro fallo CT; hace años, no hubiera sido necesario llevar a juicio a alguien que investigara el franquismo, otro fenómeno que no hubiera sucedido—, a su vez, permite observar la hungarización del sistema judicial, y patologías predemocráticas de la democracia española, una construcción menos exitosa de lo necesario si no se mira a través de la CT.

Desde hace menos de un año, en fin, se está produciendo un combate cultural entre una cultura diseñada para sostener la democracia española contra culturas democráticamente avanzadas, que no creen que la función de la cultura sea la cohesión o la propaganda de un sistema. Y el combate está dando sus frutos.

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