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ANÁLISIS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Pues amarga la verdad

La vergüenza propia que sufrimos es la consecuencia de un estilo de sucesivos Gobiernos y gobernantes fatuos, hinchados como cuescos hediondos, vanidosos...

“No es eso, no es eso”, repiten como un mantra los dirigentes del PP, empresarios, profesores universitarios, profesionales liberales, notarios, periodistas. No todos, claro. Pero el mensaje que pretenden convertir en dominante es: “La Comunidad Valenciana no es eso, no es eso. No somos corruptos, ni robagallinas, ni despilfarradores, ni especuladores, no hemos arruinado nuestro sistema financiero, ni hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Es verdad que algunos sí. El Consell, que ha dilapidado sus presupuestos, que ha construido aeropuertos sin aviones, que ha promocionado grandes eventos de dudosa rentabilidad, que se ha endeudado hasta las trancas. Son los políticos los que han destrozado nuestra imagen, los que nos han convertido en la vergüenza de España; pero la Comunidad Valenciana es mucho más”.

Llevan razón. Por fortuna, es mucho más. Se parece al retrato que de sí mismo hizo un lector en una carta publicada por este periódico. Vale la pena repetir algunos de sus párrafos. “Trabajo desde hace 14 años en I+D y desde hace 10 lo compatibilizo con unas horas semanales de profesor en la universidad (…) Junto a mi pareja compramos un piso, hemos ahorrado el dinero suficiente para pagar lo que nos queda de hipoteca (…) Nunca he vivido por encima de mis posibilidades. Podía permitirme coches más caros, pero no los he comprado, nunca he pedido un crédito para irme de vacaciones, reformé mi piso cuando tuve dinero (…) No he hundido la banca (…) No he hecho bajar la Bolsa, no he hundido los mercados, no he inflado la economía, no he especulado con la vivienda”.

Pido disculpas por la extensión de la cita, pero estoy seguro de que la mayoría de los valencianos nos reconocemos más en ella que en la imagen que el resto de España tiene de nosotros. La vergüenza propia que sufrimos es la consecuencia de un estilo de sucesivos Gobiernos y gobernantes fatuos, hinchados como cuescos hediondos, vanidosos, proclives a la adulación, ambiciosos egoístas pendientes solo de sí mismos, nuevos ricos que disfrutaban con su apariencia.

Nuestros Gobiernos —va para 17 años que el PP está en el poder— son responsables en gran medida de la vergüenza que padecemos. Pero no son los únicos. Cómplices suyos han sido los empresarios que callaron, los profesores universitarios que justificaron sus despilfarros, los profesionales liberales que les adularon y los periodistas obsecuentes, domesticados y venales a los que nunca se les escuchó ni se les leyó una palabra de crítica por tanto desvarío. La sociedad civil dimitió de su condición y así hemos llegado hasta aquí.

Ahora, y no nos queda otra, esa sociedad civil dimitida y los políticos decentes nos tienen que sacar de esta con sangre, sudor y lágrimas. Pero que no nos vengan con lágrimas de cocodrilo, diciendo “no es esto, no esto”. Ya lo dejó escrito Quevedo: “Pues amarga la verdad / Quiero echarla de la boca / Y si al alma su hiel toca / Esconderla es necedad”. Vale que repitan su estribillo, pero al menos que no nos tomen por necios.

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