Un sueño donde duende es patrón
Una música magistral de la mano de Shakespeare
El interés por Shakespeare en el ballet se remonta al tardorromanticismo, y una vez más, fue Marius Petipa el primero que, en 1877, usó íntegramente la música incidental de Mendelssohn (en el sentido musicológico que apunta Rémy Jacobs, atendiendo a la distancia de 15 años que hay entre la composición de la primera parte y la segunda, que las ve como un todo, producto de una sola y larga inspiración). Ya en el siglo XX y siempre en San Petersburgo, Mijail Fokin hizo su versión de Un sueño de la noche de San Juan en 1902. Y fue un éxito tal, que, cuando años después se seguían representando, un niño precoz de ocho años llamado George Balanchine hizo de elfo como su bautizo escénico en el Teatro Mijailovski.
El segundo contacto de Balanchine con esa música magistral fue en 1950 cuando coreografió unas danzas para el montaje de la Shakespeare Memorial Theatre de Stratford (Connecticut) e hizo su propia versión definitiva en ballet en Nueva York en 1962, hoy tenida por la canónica junto a la de Frederick Ashton (Londres, 1964). Ambos añadieron partes musicales, pero siempre tirando del catálogo propio del compositor original, lo que garantizaba una cierta unidad estilística, precisamente de lo que carece la propuesta de Maillot.
W. H. Auden (a quien le encantaba la versión de su amigo Balanchine) a propósito de Sueño… razona que es muy difícil representar en una obra teatral la relación de los personajes con la tierra y ahonda en que no se quiere que creamos en el mundo de las hadas, sino que se usan a ciertos personajes mitológicos para describir determinadas experiencias que escapan a nuestro control. En el centro de esto está el duende Puck, especie de Cupido más travieso y malévolo, enredador y pendenciero en quien se confía la solución, si bien insólita, del complejo argumento.
Atiene a la biografía del propio Maillot el hecho de que llegara como joven bailarín al Ballet de Hamburgo en 1978, un año después de que John Neumeier estrenara allí su propio Sueño…, aún hoy en repertorio.
El escuálido programa de mano del Canal no permite un seguimiento lógico y necesario de pieza tan compleja, y escamotea el reparto. Se adivina a la belga Bernice Coppieters como una Titania envolvente, seductora y siempre elevada; a un Asier Uriagereka en un convincente Demetrio, pues este bailarín tiene la facultad de aportar credibilidad a su danza, hacerla potable en el más amplio sentido de asimilación. El artista que hizo Puck, quizá el personaje más logrado y redondo, bordó su histrión y su destreza, movilizó la acción hasta agotar las posibilidades del ambiente feérico que traspasa dinámicamente para hacer posible lo realmente soñado.
Los diseños de los colaboradores habituales de Maillot se mantienen en los cauces de su estilo ya cuajado, una mezcla que va del dibujo característico a cierto tono infantil.
Las excesivas inclusiones de música contemporánea destrozan la ambientación, la dispersan aún pretendiendo lo contrario. Los compositores actuales usan voces femeninas quizás para acercarse a los medios que también usa Mendelssohn pero el resultado dista mucho de ser satisfactorio. Al final, se sustituye esa legendaria Rüpeltanz tan expeditiva que lleva hábilmente la acción a una conclusión armónica, por otras sonoridades ajenas, y aún volviendo a una organización más narrativa, no puede hablarse de una obra redonda en estilo y recreación de un clásico muy experimentado en todos los terrenos escénicos. Auden aconseja considerar los muchos cuadros de Sueño… como un juego, algo que quizás ya está en Shakespeare mismo y que Mendelssohn sopesó en sus texturas sonoras; en cierto sentido, también Maillot ha atendido esta sabia sugerencia.
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