Los ancianos de El Pardo se rebelan
La consejería quiere cerrar un club de la tercera edad con 21 años de antigüedad y los socios planean permanecer dentro
La Comunidad quiere cerrar un histórico club de ancianos de El Pardo por no cumplir con la seguridad y "no tener actividades". Los ancianos que van a diario, empleados jubilados del palacio o de la Guardia Real, están dispuestos a encerrarse. El pasado 3 de octubre, al club de la tercera edad de El Pardo llegó una carta con su sentencia de cierre: "Que por medio del presente escrito, y al amparo de lo establecido en la cláusula décima del concierto suscrito el 1 de noviembre de 1990 entre la entonces Consejería de Integración Social y Servicio regional de Bienestar Social y el Consejo General Ciudadano de El Pardo, se DENUNCIA el mencionado concierto, que no será prorrogado".
Con este escueto texto, firmado por José Ramón Menéndez, director general del Mayor, la Consejería de Asuntos Sociales daba por cerrado un pacto de 21 años con un centro social en el que se pasan el día residentes de uno de los barrios con población más anciana de Madrid: empleados jubilados del palacio de El Pardo, de Patrimonio Nacional, de la Guardia Real...
Sus asiduos deberán abandonar el club el próximo 1 de enero. Pero ellos se declaran en rebeldía: "Si vienen nos van a encontrar dentro", dice su presidente José Carlos Camacho, autor junto a su nieto de las pancartas de las ventanas: "CAM, después de dejarnos el pellejo nos quitas este centro de mayores". "El club de la tercera edad ¡resiste!".
La Consejería de Asuntos Sociales argumenta que el local no cumple las condiciones de los centros de mayores: "Es un club de unos 100 metros cuadrados con siete mesas y poco más. No hay actividades, cursos de prevención de la dependencia...". Camacho muestra orgulloso la biblioteca, que han hecho con libros de sus casas, el ordenador, y lo que queda de la peluquería, cerrada hace meses porque les redujeron la subvención (de unos 22.000 euros) a la mitad. También muestra el jardín, bonito. "Aquí se han hecho relojes, bastones...", asegura Camacho mientras 12 señores juegan al dominó. Sobre sus cabezas, un cartel reza: "Aviso: queda terminantemente prohibido gritarse e insultarse entre los socios".
El local es del Ivima, el alquiler es bajo y podríamos hacernos cargo"
Camacho también explica que el club ha organizado viajes a buena parte de Europa e incluso a Cuba, y hace unos meses subvencionó una mariscada. "Lo que yo hago es darles felicidad", resume.
Lo que es innegable es que a 50 metros del club hay otro centro, el Centro Sociocultural Alfonso XII, que tiene un área para la tercera edad y un comedor en el que come la propia madre de Camacho, de 93 años. Pero los asiduos al otro club no quieren ni oír hablar del centro. "A la una ya te echan del comedor y no te dejan pedir ni un vino", dice indignado Ángel García, uno de los asiduos. "Además allí no entramos los 1.200", añade Camacho. Cifra que cuestiona la consejería: "Como mucho van entre 20 y 50 al día".
Los asiduos al club se aferran a dos clavos. Uno es la seguridad del edificio: se quejan de que en el nuevo centro social, si pasa algo abajo", tenemos que bajar dos tramos de escaleras, y a ver cómo bajan las criaturas con los bastones, es una atrocidad", insiste Camacho. Y dos, un error administrativo: argumentan que la consejería no les ha avisado con los tres meses de rigor.
La consejería no ha querido ni escuchar su propuesta de constituirse en asociación, asegura Camacho. "El local es del Ivima y el alquiler es muy bajo. Podríamos hacernos cargo. Dicen que se cierra, pero eso está por ver".
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