Un esplendor disfuncional: la escritura de Fleur Jaeggy
La autora suiza, que ha desarrollado su literatura en italiano, es una escritora corrosiva, y al mismo tiempo perversamente delicada

Nadie sabe si a Fleur Jaeggy le gusta dormir sola, andar descalza por la casa, hablar por teléfono. Si fue feliz en su pareja con Roberto Calasso, si alguna vez amó a una mujer. Si solo escribe cuando Hermes, su máquina de escribir, se aviene a dictarle algún texto.
La parquedad y la retracción son su sello.
Dijo alguna vez: “Detesto las relaciones sociales”.
Dijo también: “Al escribir, comienzo ya quitando cosas, las borro en mi cabeza”.
En ese ejercicio de desposesión nace y se despliega una interioridad extrema que suprime o vuelve superflua la anécdota, privilegiando las sílabas ausentes, eso que se opone desde siempre a la información estéril y a las modas del mercado.
Se diría que cada uno de sus libros vuelve a inaugurar el derecho al disenso, y hace surgir, de un cráter vacío, esquirlas inauditas.
El desafío para el lector es grande. Hay que internarse en relatos que abundan en frases inconexas, tiempos verbales trastocados, puntos de vista inestables, personajes que cambian de nombre o de género como si fueran enfermos sin diagnóstico. Y eso, sin que ninguna intriga o desenlace acaben de articular un conflicto y menos, de resolverlo.
El hermetismo que resulta es deslumbrante.
La claridad de la propuesta estética también.
Se le ha endilgado frialdad. No es extraño: la inteligencia suele confundirse con la anestesia afectiva.
“Lo glacial también revela sentimientos, más límpidos quizás, más puros, más directos. Es como si el frío condensara el léxico, cargara de significado a los sustantivos”.
Su propio descargo es demoledor: “Lo glacial también revela sentimientos, más límpidos quizás, más puros, más directos. Es como si el frío condensara el léxico, cargara de significado a los sustantivos”.
Lo cierto es que esta escritora corrosiva, y al mismo tiempo perversamente delicada, no cesa de crear personajes que transmiten las angustias de una vida atada a ese gran cordón umbilical que es la muerte.
Adultos o niños, y sobre todo niñas sin una edad o fisonomía específicas, provenientes de familias marcadas por el suicidio o el maltrato, son empujadas a respirar en círculos cada vez más estrechos, a moverse por historias truncas, sin más haber que sus alucinaciones despiertas.
Todos sus libros, desde los primeros —El dedo en la boca y Las estatuas de agua— hasta los últimos —Proleterka o El último de la estirpe— despliegan el mismo laconismo revulsivo: construyen miniaturas con figuras terminales que, habiendo renunciado a una parte significativa de la vida, tanto en experiencias como en relaciones (sobre todo, en lo que se refiere al consumo y utilización del tiempo) se embarcan en proyectos y deseos que no alcanzan a conocer ni formular. En todos, la poda prevalece, la manera de esculpir el silencio yuxtaponiendo planos de sentido, de atentar contra el orden gramatical y sintáctico (que es también el orden moral).
Una apuesta inclemente a favor de lo indócil.
Más vale decirlo enseguida: el gran protagonista de estos libros es el lenguaje. Los sobresaltos lingüísticos, la adjetivación (“Me llevaba de la mano para hacer paseos largos e higiénicos” // “en el hogar todo era parco, natural y roto”), las yuxtaposiciones irracionales o incongruentes (personas que se ponían a ser felices en “la inmundicia de la dulzura”), la incierta posición enunciativa y los fraseos que alimentan el caos, así lo prueban. No hay que olvidar que las palabras son, para esta autora, casi tan misántropas como los personajes y que viven como ellos una vida asocial en un mundo cotidiano sustraído.
En la trayectoria de Jaeggy hay, sin embargo, un punto de inflexión donde las rupturas se tornan, de pronto, inteligibles. Me refiero a su gran novela autobiográfica, Los hermosos años del castigo. Allí la música cruel y lo esquivo de la trama persisten, pero la excentricidad está puesta al servicio de una desnudez emocional que expone y duplica el dolor, volviéndolo trágicamente lúcido. Este bildungsroman resulta, como señaló Sara Mesa, una verdadera “visión del mundo que engloba el encierro y la represión de lo femenino, la iniciación al sexo, la sombra de la guerra, la crueldad entre mujeres, el peso moral de la herencia y la atracción del sufrimiento”.
Todo lo que su escritura ha vencido, cultivado y odiado encuentra aquí su punto culminante, pero la desesperada euforia, el esplendor disfuncional de su prosa que tanto recuerda al art brut y a las visiones de los epilépticos, no han dejado de ser fieles a sí mismas.
Ligada como Georg Büchner y también como Franz Kafka, Ünica Zurn, o Robert Walser a la literatura del cansancio, el sinsentido, y el desapego de la existencia, esta escritora despliega como ellos una música híbrida que, simulando haber perdido el sentido de orientación, en realidad avanza “como una locomotora contra la monotonía”. Su escritura, diría Marguerite Duras, “aúlla sin ruido”.
Fleur Jaeggy nació en 1940 en Zurich. Hija de madre argentina, conoció de cerca las secuelas de la guerra en un continente en ruinas. También ella, como su amiga la poeta Ingeborg Bachmann (que la llamaba “piccolo leone”), dejó el país natal y se instaló en Italia asumiendo un destierro voluntario que, en su caso, fue también lingüístico: el alemán, decía, es la lengua de los funerales.
A las novelas y cuentos ya citados, hay que agregar El ángel de la guarda (1971), El temor del cielo (1994) y Vidas conjeturales (2009) y también sus traducciones al italiano de Thomas de Quincey y Marcel Schwob. Recibió numerosos premios: el Bocaccio Europa 1994, el Donna Città di Roma 2002, el Times Literary Supplement 2003, y el Giuseppe Tomasi di Lampedusa 2015, el Gottfried Keller 2024 y el Grand Prix de la Literatura Suiza 2025.
Susan Sontag la calificó de escritora “salvaje, afilada y brillante”.

El ángel de la guarda
Traducción de Mariano Solivellas
Tusquets, 2025
104 páginas. 17,90 euros

Proleterka
Traducción de María Ángeles Cabré Castells
Tusquets, 2025
136 páginas. 17,90 euros

El dedo en la boca y Las estatuas de agua
Traducción de María Ángeles Cabré Castells
Tusquets, 2025
224 páginas. 19,90 euros

El último de la estirpe
Traducción de Beatriz de Moura
Tusquets, 2016
192 páginas. 17 euros
Próximamente

Los hermosos años del castigo
Traducción de Juana Bignozzi
Tusquets, 2026. A la venta el 14 de enero
128 páginas. 18 euros

El temor del cielo
Traducción de Flàvia Company
Tusquets, 2026. A la venta el 14 de enero
128 páginas. 18 euros
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