Deformados diagramas y criaturas tóxicas: el arte más indócil se expone en el CA2M
Dos monográficas complementarias en el museo de Móstoles contraponen la sátira visual de Juan Pérez Agirregoikoa con la cerámica ‘queer’ de Inês Zenha

Las dos grandes muestras del otoño en el Centro de Arte Dos de Mayo (CA2M) de Móstoles son dos monográficas que, en un principio, parecerían estar en las antípodas del arte. Por un lado, Juan Pérez Agirregoikoa (Donostia, 1963) presenta Guerra, comercio y filantropía, un panorama de obras recientes que analizan, desde el ingenio retórico, la implicación política de algunas metáforas visuales. En la planta inferior está Aguas turbias, un conjunto de instalaciones de Inês Zenha (Lisboa, 1995) en el que cerámica y pintura meditan sobre los cuerpos queer, la fluidez de género y la violencia de la higienización sexual.
La apuesta es un éxito por variada y complementaria. Pérez Agirregoikoa es un artista maduro, con una carrera sólida y no lo suficientemente reconocida, que se ha centrado, desde una perspectiva filosófica, en criticar el discurso visual y simbólico contemporáneo, así como las condiciones políticas que lo sustentan. El recorrido que ha diseñado la comisaria Chus Martínez pretende ser popular sin perder hondura, una tarea compleja si tenemos en cuenta que los fundamentos de la obra del artista vasco han de buscarse en la crítica estructuralista, la teoría de la comunicación y la obsesión por la polisemia. En cada una de las salas se disponen unos dramatis personae que hablan entre dientes: son arlequines, payasos, tigres, manos y caballos en colores brillantes y variados soportes, como acuarelas, teselas y cuadros de gran formato. Todos fingen alegría, pero un solo vistazo basta para entender que algo no termina de encajar.

Las acuarelas de arlequines, cicerones del infierno y cínicos bufones, están enmarcadas en lujoso dorado y nos hablan desde bocadillos de tebeo. Uno dice “Quiero una democracia a mi manera”, otro se graba a sí mismo bajo el título “Baudrillard intentando explicar sus fotos a su vídeo personal”. Otro, con la mano amputada, intenta hacer el saludo nazi. Frente a ellos, gigantescos murales componen deformados diagramas de Venn. Uno de ellos incluye los elementos “hombre blanco” (en el centro); en torno a él, los conjuntos “guerra, piratería, comercio”; y, rodeándolos, los lemas “exportan la democracia, defienden la libertad, filantropía”. La siguiente sala continúa el juego a través de potentes obras donde luminosos iconos hechos de teselas de papel esconden amargas reflexiones. Los tigres simbolizan la violencia individual y la brutalidad masculina, mientras decenas de manos distribuidas por toda la pared ensayan al unísono gestos fascistas.
Pérez Agirregoikoa, que suele jugar con las expectativas del público y conjugar los colores llamativos con sombríos mensajes, llega en esta muestra a un nivel de sutilidad que no oscurece el significado. Consigue, en cambio, que la aproximación sea comunitaria y que el conflicto surja de la propia observación y de la discusión con la obra, lo que puede considerarse un triunfo del arte político. En otros espacios de la exposición se presentan unos vídeos que ahondan en la superficie de las obras plásticas. Los actores de estas películas juegan con esculturas de cabezudos y simulan diversas escenas, algunas reales —Milton Friedman explica cuántas personas han tenido que ser explotadas para que nosotros compremos un lápiz de grafito— y otras, ficticias —los cabezudos bailan en torno a una hoguera de libros quemados, en una patética y contemporánea recreación del capítulo sexto del Quijote—. En la última sala, una serie de grandes cuadros pintados en este último año exprimen lo mejor del lenguaje del artista. Suicidios a caballo está compuesta de lienzos que demuestran un conocimiento profundo de la tradición pictórica española a través de jinetes que montan sobre percherones verdes, naranjas y azules tienen atada una soga al cuello. Uno de ellos, vestido de rosa sobre un potro verde y un fondo azul resplandeciente, sujeta un tambor con sus manos y se dispone a tocarlo. En cuanto lo haga, todo habrá terminado.

Tras el luminoso y pop ensayo visual de Pérez Agirregoikoa, Inês Zenha fuerza un ritmo diferente, algo que enriquece a ambas muestras. Al descender las escaleras del museo, intervenidas por telas y bordados de María Medem de una dulzura casi mágica, nos adentramos en un mundo que, también en apariencia, simula amabilidad. Aguas turbias comienza con una cortina de blancos azulejos engarzados, con forma de pequeños pechos, que abre paso a una fuente, también de cerámica blanca, de tamaño monumental y similar limpidez. Está compuesta de unos baldosines y un alto frontal, todo también de azulejo blanco, del que sobresalen tres anos que expulsan chorros de un agua lechosa (¿leche materna? ¿semen?).
Esta obra escultórica, por sí sola, merece la visita y permite augurar una carrera meteórica. Pero no todo va de efectismo, como aseguran con cautela los dos comisarios João Mourão y Luís Silva, un dúo que acompaña a Zenha desde sus primeras incursiones artísticas y que tiene muy claro de qué modo presentar una obra que destaca, desde el primer momento, por la cuidada factura. Tras este espacio de delicada apariencia se abre una segunda sala que busca conjugar teatralidad y minimalismo. Si en la fuente lechosa podíamos entrever el deseo de subvertir un baño, ese espacio de fingida pulcritud que higieniza los cuerpos y los clasifica según su género, ahora recorremos las cañerías hasta llegar a las cloacas de ese sistema de ordenación sexual. Nos recibe una habitación negra con un gran telón de fondo hecho de arcilla cruda y de aspecto peludo. A su alrededor hay múltiples tuberías que adoptan formas extrañas y rompen definitivamente la visión de lo inmaculado. De algunas florecen extrañas tulipas que esconden algún significado sexual, otras se retuercen y dejan emerger unos líquidos parduzcos, todos de cerámica revestida de una combinación de esmaltes que, en el horno, revela tonalidades verdosas y tornasoladas.

Algunos de los esmaltes, burbujeantes sobre la superficie cerámica, recuerdan a escamas de reptil o a esporas. Este paisaje poshumano sitúa la obra de Zenha entre algunas vías del arte contemporáneo que se interroga por lo queer desde una recuperación de la naturaleza más allá de lo humano. Pero también es un emocionante alegato por una visión artesana, muy trabajada, de la práctica artística. La última sala también termina con lienzos de gran tamaño y refulgente colorido, en una coincidencia muy elocuente con la exposición de Juan Pérez de la planta superior. Nos vemos rodeados de unas criaturas de fulgor tóxico —los lienzos parecen recién pintados de tanto que brillan—; ajenas, se enredan en un continuado abrazo. Esta singular orgía quizá quiera recordarnos que tal vez sea ahí, entre los desechos que se niegan a la tiranía de la identificación y el reconocimiento, donde puede estar el mejor de los refugios.
Juan Pérez Agirregoikoa. Guerra, comercio y filantropía e Inês Zenha. Aguas turbias. CA2M. Móstoles (Madrid). Hasta el 11 de enero de 2026.
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