‘Entre chiens et louves’, del amor, la revolución y otros saltos acrobáticos
El magnético Cirque Le Roux pone orgánicamente en un contexto teatral números de una belleza y de una dificultad extraordinarias en el Circo Price


Entre chiens et loups (entre perros y lobos), expresión francesa de origen medieval, alude al crepúsculo, cuando la luz se desvanece y se hace imposible distinguir un cánido de otro. De noche, todos los gatos son pardos, dice un afortunado refrán español de sentido equivalente. En el ocaso, un golpe de Estado puede ser presentado como una revolución y el interés se hace pasar por amor puro. Entre chiens et louves (Entre perros y lobas), tercer espectáculo del fascinante Cirque Le Roux, juega con los conceptos de claridad, de ambigüedad y de transición entre épocas. Esta compañía francesa debutó en 2015 con El elefante en la sala, cabaret donde transliteraron el alfabeto cinematográfico al idioma circense, en el que son peritos sus fundadores: Grégory Arsenal, Philip Rosenberg, Yannick Thomas y Lolita Costet-Antunes, una acróbata menuda que menuda es. Los cuatro firman la dramaturgia de Entre chiens et louves, una función magnética, fulgurante, sorpresiva, que prendió en la práctica totalidad del público del Circo Price durante el estreno de anoche.
En el circo teatralizado, casi siempre la destreza física de sus artistas se pone al servicio del lenguaje teatral, en el que no suelen ser expertos. El caso de Le Roux es el contrario
En el circo teatralizado, casi siempre la destreza física de sus artistas se pone al servicio del lenguaje teatral, en el que no suelen ser expertos. El caso de Le Roux es el contrario, pues el teatro y la danza juegan un papel auxiliar que refuerza, eleva y da nuevo sentido a los números circenses. La voz en off y los diálogos (que los artistas han memorizado en español, para acercarse al público con una llaneza y una generosidad hoy inhabituales en el mundo del espectáculo) son un apoyo, como lo son las entradas de payasos y las presentaciones del jefe de pista en el circo clásico. Por lo que respecta a las coreografías, están engarzadas orgánicamente con las evoluciones acrobáticas. Como todo ello fluye, todo arraiga en el corazón del espectador.
Entre chiens et louves no se desarrolla sobre una pista, sino delante, dentro, arriba y en la fachada de una escenografía que es a su vez una fantástica obra de arquitectura efímera, en cuya primera planta se abren tres ventanas a otros tantos hogares habitados por criaturas de tres épocas. En el primero derecha, una pareja de 1850 vive un desencuentro permanente entre el afán festivo de ella y el ímpetu bélico de él: Francia, presidida por Luis Napoleón Bonaparte, está a las puertas de su Segundo Imperio, en el que el mandatario, ya coronado emperador, intervendrá en la Guerra de Crimea, entre otras, tras proclamar que “el Imperio es la paz”. Cuando se abre la fachada, en el interior del primer piso centro, los devaneos de un trío masculino quedan a la vista del espectador. Y en el primer piso izquierda de esta 13, Rue del Percebe, un fotógrafo ejercita su poder sobre su modelo en 1960, recién llegado De Gaulle a la presidencia francesa, cuando ocho colonias africanas declararon su independencia formal de la metrópoli, de la que siguieron dependiendo financieramente.
El contexto histórico es el telón de fondo ante el que transcurren diferentes encuentros y desencuentros, escenas de celos, amor y pasión que sirven a su vez para enhebrar con ritmo, gracia y sentido poético una estimulante seguidilla de números acrobáticos. Charlotte Saliou, directora escénica de esta función, maneja la aguja con mucho estilo. Entre chiens et louves se abre con varias escenas de carácter teatral y coreográfico, tras proyectarse los nombres del elenco sobre la fachada del edificio marmóreo que cubre todo el fondo del escenario. Luego, el personaje decimonónico interpretado por Mathilde Jiménez se arranca su falda larga y aterciopelada para quejarse del carácter esquivo de su amado, mientras se ejercita placenteramente sobre la barra rusa. Como los extremos de dicha barra están pintados en negro, y su centro en blanco, Jiménez parece la hija del guardabarreras de un ferrocarril incipiente.
Sobre el Cuarteto La Trucha, de Schubert, bailan todas las parejas, con una destreza acrobática que emparenta este trabajo con la biomecánica de Meyerhold y el teatro musical de Tairov
La dramaturgia no cuenta una historia propiamente dicha, ni falta que hace: simplemente pone la acción puramente circense en un contexto dramático. Aquí, las chicas son ligeras y aéreas, como también lo es Philip Rosenberg, el rubio intérprete de François en el trío amoroso masculino. Sobre el Cuarteto La Trucha, de Schubert, bailan todas las parejas, con una destreza acrobática que emparenta este trabajo con la biomecánica de Meyerhold y el teatro musical de Tairov. Enseguida, un trío de portores sirve de lanzadera a dos portentosos ágiles masculinos. Los ejercicios mano a mano sobre un partenaire que a su vez se alza sobre los hombros de otro, son de una belleza y de una dificultad extraordinarias. También lo es el salto de la rubia Maude Parent desde los hombros de su compañero a los de otro que está de pie sobre un tercero.

Cuando, en la inmensidad del Circo Price, Parent canta armoniosamente y su voz llega a todos los rincones, a dúo con Kaïsha Dessalines Wright, se hace inevitable pensar en la artificiosa microfonación que se ha impuesto en teatros cuya perfecta acústica quedó acreditada desde el Siglo XVI hasta anteayer. Mientras Parent escala la fachada del edificio, un brazo aquí y otro allá surgen de pequeños orificios practicados en la pared para servirle de escalones, en un sueño daliniano. Del frontispicio de ese gran juguete arquitectónico, baja un arco que, ya en posición horizontal, forma una pasarela como las del teatro kabuki sobre la que Grégory Arsenal y Philippe Rosenberg hacen a dúo unos equilibrios sobre bastones que son una metáfora de la armonía en pareja.
En fin, durante una última mutación de esta escenografía orgánica, tan al servicio de los intérpretes, la cornisa del edificio se convierte en una gigantesca aspa de molino que también es rueda de la muerte y péndulo que gira 360 grados mientras los artistas lo escalan y giran con él. Samuel Charlton, Pedro Consciencia y Tristan Nielsen completan un elenco compacto, ágil, que recibió feliz la calurosa ovación del público.
Entre chiens et louves
Dirección artística: Cirque Le Roux, con la dirección escénica de Charlotte Saliou
Circo Price. Madrid. Hasta el 1 de noviembre.
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