‘Clara y confusa’, de Cynthia Rimsky: novela premiada y fallida sobre las tribulaciones de un plomero
Ganadora del premio Herralde ‘ex aequo’, la novela de la autora chilena se desliza por el prosaísmo costumbrista-indigenista que a menudo se empantana en la banalidad
Titularía esta reseña como el libro de Rafael Alberti Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos, pero la extensión lo impide. Y es que algo de aquellos personajes del cine mudo a los que Alberti dedicó su poemario —los imborrables Charles Chaplin, Buster Keaton, Wallace Berry o Harold Lloyd— tiene el protagonista-narrador de. Clara y confusa, la novela con la que Cynthia Rimsky ha obtenido el Premio Herralde ‘ex aequo’ con Los hechos de Key Biscayne de Xita Rubert. Como ellos, es un joven ingenuo y sentimental, de mirada limpia, que se ve involucrado en enrevesadas peripecias —quedando a menudo a merced de los malandrines—, y, ¡cómo no!, es todo un chevalier servant. Haciendo un esfuerzo, puedo ver en él ecos de estas figuras que tienen también raíces quijotescas.
“No es casual que esta historia llegue a sus vidas. Significa que están preparados para entender que ningún copo de nieve cae en el lugar equivocado”. Así apela al lector el narrador al iniciar su relato, en un tono tan condescendiente y hasta admonitorio como supuestamente enigmático. Sucede sin embargo que, salvo en breves ocasiones, el relato se desliza por el prosaísmo costumbrista-indigenista que, si bien adobado con varios ingredientes, a menudo se empantana en la banalidad.
Las tribulaciones del protagonista comienzan el día en que, cuando se encamina a reparar la avería de un cliente que asegura oír el ruido del agua corriendo por una pared de su casa, se detiene ante la cristalera de un centro cultural y en la sala vacía observa cómo Clara —artista que allí expone su obra— comete algo inaudito. Se inicia así una historia de amor errática y de ritmo irregular, que dura cinco años y que transcurre en paralelo al descubrimiento de la corrupción que roe a los miembros de la cúpula del gremio de plomeros donde acaba de ingresar el joven, muy similar esta a la que percibirá en el círculo de Renata Walas, la gran dama, y poderosa y perversa mujer, que ejerce la crítica de arte, y de cuyos juicios —sentencias— depende la fortuna —el éxito o el fracaso— de Clara.
Estos son los dos polos de la acción en que pivota la vida del atribulado plomero, con ánimo de combatir cada una de esas injusticias. Loable propósito, e interesante a priori. Sucede que el relato se despeña por unas cuantas anécdotas que parecen ocurrencias, sin profundidad ni espesor alguno en la construcción narrativa de ese conflicto, a menudo resuelto de manera insulsa y pueril. Los personajes que componen cada uno de estos círculos por lo común son siluetas vacías, bastante rudimentarias, lejos de representar un rol —más allá del estereotipo que la profesión les confiere— ni mucho menos un perfil psicológico.
La trama se confía en exceso al disparate y a las rarezas gratuitas, muy lejos del sólido soporte que amarra el absurdo de las obras de Kafka o Beckett —a los que aquí parece que se intenta emular— dándoles un poderoso sentido. Aquí priman las escenas absurdas, sí, pero en ocasiones nos llegan a resultar tediosas —un efecto que las desactiva— por un inexplicable o innecesario abuso de la enumeración, de manera que raras veces permanecen en la memoria del lector. El “escurridizo y delicioso sentido del humor” que se nos anuncia se resuelve a base de trazos gruesos, gracietas, y el fácil recurso de los apodos o los jueguecitos de palabras: “El Huérfano acaricia el filo de la cuchilla que casi le vuela la nariz. Me doy cuenta de que tiene una ‘nariz afilada”. Y en cuanto a las disquisiciones sobre arte, aun entendiendo que están enmarcadas en el nonsense y reconociendo que gracias a ello algunas producen hilaridad, lo cierto es que tampoco son para tirar cohetes.
Clara y confusa
168 páginas
17,90 euros
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