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Aurobindo Ghose: la aspiración supramental

Como los místicos de todas las épocas, el pensador místico hindú habla de lo que no se puede hablar llevado por ese impulso tan humano, tan filosófico, de explicar lo inexplicable

Una de foto de 1900 de Sri Aurobindo Ghosh, filósofo, gurú yogui, maharishi, nacionalista indio.
Una de foto de 1900 de Sri Aurobindo Ghosh, filósofo, gurú yogui, maharishi, nacionalista indio.Dinodia Photos / Alamy / CORDON PRESS
Juan Arnau

Para la ciencia oficial, la conciencia carece de relevancia en el entramado del espacio-tiempo. Se considera un mero epifenómeno del cerebro, prescindible e insustancial. Para la tradición india, la conciencia es una realidad omnipresente, aquello que no cambia y hace posible los cambios. Acoge en su seno todo lo que aparece, todas las mentes y todos los cuerpos. El mundo entero es conciencia ininterrumpida. Mientras la ciencia moderna tiende a negar realidad a la conciencia, el vedānta advaita hace lo propio con la materia, que entiende como mera ilusión, juego o espejismo. Entre estas dos posiciones cabe una vía media. La unidad indiferenciada de la conciencia es la otra cara de la diversidad de los cuerpos y formas de vida.

Aurobindo Ghose recorrió ese camino que integra vida y espíritu. Un conocimiento que no huye del mundo, sino que otorga valor y realidad al mundo. Que concibe todas las formas de existencia a la luz del espíritu, desde la flor a la bayoneta:“Nuestro ideal no es retirarse del mundo, sino conquistar la vida por el poder del espíritu”.

Retrato de Sri Aurobindo.
Retrato de Sri Aurobindo. Dinodia Photos / Alamy / CORDON PRESS

Junto a su compañera espiritual Mirra Alfassa, crea el llamado yoga integral y supramental. Hay yogas centrados en el cuerpo, el corazón y la mente. El yoga integral los reúne a todos. Combina la sabiduría intuitiva del corazón con la serena expectación y la aceptación paciente. Pero la gran innovación de la propuesta es su dimensión planetaria, cuya evolución depende de la participación activa del individuo. La transformación personal no sólo revierte en el destino del planeta, sino que puede suscitar un salto evolutivo en la especie.

Se trata de hacer justicia a todas las facetas de la realidad. El Ser no puede ser lo opuesto del devenir. El cambio y lo inmutable, el silencio y la palabra, son aspectos de una misma realidad no dual. El devenir es el devenir del ser. Conciencia y energía van de la mano en la danza cósmica. Una propuesta que no trata de anular la mente, de desactivarla o sumergirla en el Sí mismo, sino de expandirla y transmutarla en una entidad supramental.

Lo divino no es un creador estático fuera del mundo, sino la dimensión creativa del proceso evolutivo. Resuenan aquí Bergson y Gebser, incluso Hegel. Una metafísica emanatista y evolucionista, que incorpora elementos del idealismo, el yoga y las upaniṣad. Se subraya la unidad de bráhman, una unidad que se derrama en multiplicidad y que tiene las tres marcas: existencia, conciencia-energía y beatitud. En contraposición con el kevala-vedānta, la conciencia no puede entenderse sin su śakti, que es la energía que mueve el mundo. Lo real es emanación y diversificación de la Unidad original, fuente inagotable de formas en constante evolución. El ser humano es un momento decisivo en todo ese proceso y el yoga integral pretende su integración en la vida divina, mediante la transfiguración del cuerpo y de la mente.

Una biografía fascinante

La vida de Aurobindo Ghose (1872 - 1950) merece un film. Se educa en Inglaterra, desde los siete años y estudiará en Cambridge, donde participa intensamente de la vida universitaria. Se une a las actividades de los Indian Majlis (asociación de estudiantes indios de Cambridge), que, bajo la apariencia de un club social, despierta la conciencia política de sus miembros. Con la modernidad llega también la crítica del colonialismo. Allí escuchará por primera vez hablar del sueño de la independencia.

A los 21 años, ya en India, escribe virulentos artículos en Indu Prakash que conmocionan los círculos políticos. Entra en contacto con los principales líderes independentistas: Tilak, Deshpande, Madhavrao. Algunas de sus propuestas para combatir a los británicos anticipan a las de Gandhi. Se habla de resistencia pasiva, de no cooperar con la administración británica, pero también de lucha armada. El año 1906 marca el inicio de la causa por la independencia. Bengala es el lugar donde prende la mecha.

Se intensifican las colaboraciones de Aurobindo en Bande Mataram (Te alabo, Madre), una revista de aliento revolucionario donde demanda “strong action” contra los ingleses. Introduce un concepto que se convertirá en grito de guerra: svaraj (autogobierno). No buscan concesiones por parte de los británicos, la única solución es que abandonen el país. India debe ser libre. La revista es el principal altavoz del movimiento por la liberación. La partición de Bengala ha encendido los ánimos.

Los jóvenes se convierten en masa a la religión del patriotismo. Mother India se ha revelado. Aurobindo asiste como observador a la reunión anual del Indian National Congress en Benarés y queda profundamente decepcionado. Los congresistas no parecen sensibles al fervor popular. Se suceden los movimientos y las protestas, se boicotean los productos británicos y se llevan a cabo algunos atentados. Aurobindo está en el ojo del huracán insurgente. Es arrestado el día antes de cumplir 35 años. Se le acusa de ser el editor de Bande Mataram, cargo que niega. Dos semanas después lo liberan. La revista es condenada por publicar artículos sediciosos. Sus compañeros le reclaman un paso adelante y que se erija en líder nacional. Siente algo divino en la empresa revolucionaria.

Confinamiento y juicio por terrorismo

Aurobindo es detenido y permanecerá confinado un año en la prisión de Alipore a la espera de juicio. Se le acusa de liderar un comando terrorista y de perpetrar un atentado con bomba contra un militar inglés. Ese año en prisión supone un cambio radical en su vida. La cárcel acaba por convertirse en ermita o ashram. “El único efecto de la cólera británica fue que encontré a Dios”.

Tras una primera etapa de estricto confinamiento, se le permite dar pequeños paseos y recibir libros del exterior. Su tío le envía una edición de las upaniṣad y la Bhagavadgītā. El joven revolucionario educado en Inglaterra, lee estos textos con voracidad. Empieza a sospechar que tiene una misión y que esa misión no se ciñe a la libertad política.

El confinamiento desata un segundo despertar espiritual. No siente animadversión hacia sus carceleros, siente una profunda paz. Los barrotes y muros de la cárcel han dejado de ser un impedimento para la libertad, son la expresión misma de la libertad: Vasudeva. Más tarde, durante el juicio, también reconoce en el juez que lo juzga a Vasudeva, como lo son el fiscal y los testigos de la acusación. Vasudeva reside en todos los seres, es el fundamento y el fin de todo lo que hay, el origen y el presente. De los 39 detenidos, acusados de “organizar un comando y una guerrilla contra el gobierno inglés” tres perderán la vida. Aurobindo milagrosamente es absuelto.

Mère: un encuentro esperado

Tras ser liberado, Aurobindo busca refugio de las autoridades inglesas en la India francesa. Una voz le sugiere el destino: Pondicherry. Un asentamiento colonial francés, con villas de estilo europeo rodeadas de árboles, junto a un paseo marítimo que se abre al océano.

Cuatro años después de su llegada a Pondicherry conoce a la que será su compañera espiritual. Mirra Alfassa, a quien los devotos llaman “Madre”, ha nacido en París en 1878 en el seno de una familia judía acomodada. Tiene sangre oriental. Es hija de una mujer egipcia y un banquero turco. Ambos pertenecen a familias sefardíes de abolengo. Le gustan los deportes y el arte. Juega al tenis y se forma en las mejores escuelas de pintura de París. Desde muy pronto tiene intensas experiencias místicas y ocultistas que alimentan la idea de que tiene una misión que cumplir. Las primeras se centran en la unidad de todas las cosas, las segundas en el contacto con diferentes planos del mundo sutil. Carece de miedos. A los doce años sale de su cuerpo y realiza sus primeros sueños-viajes por los mundos sutiles. Una proyección extracorpórea que le permite establecer relaciones con seres de “otros planos” de la realidad. Entre ellos destaca uno al que llama Krishna, aunque en esa época desconoce la tradición espiritual de la India. A los 15 años comienza a tener recuerdos de otras vidas. Pese a ello, hasta los 20 años, como recordará más tarde, es “atea hasta la médula”. Así la han educado sus padres.

Tras un primer matrimonio fallido con un discípulo del pintor Gustave Moreau, funda un círculo de buscadores espirituales llamado Idea (al que pertenece la tibetóloga Alexandra David-Neel) y cuya principal preocupación es el futuro de la humanidad. No cree en los dioses convencionales de las religiones, pero cree firmemente que el Dios de las alturas es de hecho un Dios interior.

En 1906 entra en contacto con el ocultista polaco Max Theón y su esposa Alma, cuyos poderes psíquicos la impresionan. La pareja se traslada a vivir a Tlemcen, en las estribaciones del Sahara. La joven Mirra realizará varias estancias en el desierto entre 1905 y 1906. Allí se suceden toda una serie de experiencias psíquicas y el contacto con seres y fuerzas ocultas susceptibles de ser controladas o canalizadas.

De regreso a París, en 1910 se casa con Paul Richard, intelectual y diplomático interesado en la espiritualidad oriental. Richard ha conocido a Aurobindo en Pondicherry. Dos años después se incorpora a un grupo de 12 buscadores llamado Cosmique, que se reúnen semanalmente. Registra sus experiencias en un diario. Aspiran a la unidad de la humanidad, a despertar la divinidad interior y fortalecer los vínculos entre la tierra y las fuerzas cósmicas, haciendo florecer una nueva raza: “los hijos de Dios”. Todos ellos ideales que asumirá Aurobindo.

En 1914, Paul Richard decide presentarse como candidato al parlamento francés en Pondicherry. Un barco japonés los lleva hasta Colombo. El 29 de marzo, a las 15.30, tiene lugar el primer encuentro entre Aurobindo y Mirra. Ella reconoce en él a Krishna, la figura que se le aparecía en las visiones de mocedad. Al día siguiente anota: “Poco importa que haya miles de seres sumidos en la más densa ignorancia. Aquel a quien vimos ayer está en la Tierra, su presencia basta para asegurar que llegue el día en que las tinieblas se transformen en luz, y Su reino sea establecido sobre la Tierra.” Cuando Barin preguntó a Aurobindo qué sintió al ver por primera vez a Mirra, tras una pausa, respondió. “Fue la primera vez que supe que la rendición perfecta hasta la última célula física era humanamente posible. Cuando la Madre vino y se inclinó, vi en su acción la entrega perfecta.”

Un tiempo después reconocerá que “todas mis realizaciones, nirvana y otras, hubieran quedado en teoréticas en lo que se refiere al mundo exterior. Fue la Madre la que mostró el camino a una vía práctica. Sin ella, ninguna manifestación organizada hubiera sido posible”. Una idea que complementa las palabras de ella: “Sin él, no existo. Sin mí, él hubiera permanecido inmanifiesto”.

La literatura y la guerra

Tradicionalmente, los grandes maestros no escriben. Aurobindo es un yogui que ha escrito miles de páginas, pero lo ha hecho, desde una mente silenciada. Su escritura no es resultado de la actividad mental. Al menos eso sostiene Madre, que describe su método en estos términos: “Se sienta ante la máquina de escribir y silencia su mente. Y todo lo que escribe viene de arriba, de los planos superiores, y sólo tiene que mover sus dedos para trascribir aquello que le llega. Es este estado de silencio mental el que permite que el conocimiento y la expresión pase de lo alto a las 64 páginas mensuales de Arya, que de otra forma hubiera sido imposible escribir”. La prosa de Aurobindo es barroca. No ata la frase, la deja correr, como hacían Proust o Carpentier, pero no es un escritor latino. Escribe y piensa en inglés, aunque utiliza conceptos de la tradición hindú.

Cuando escribe poesía, impone un “ritmo mántrico” a su lírica. Una cadencia impregna su gran poema épico Savitri, que corregirá concienzudamente a lo largo de los años. Para leerlo hay que sintonizar con la vibración que se filtra a través de sus palabras y que permite entrar en contacto con la conciencia-energía que habita con mayor o menor intensidad a lo largo del espacio cósmico (de ahí la existencia de lugares sagrados como Benarés, Arunachala o Marine Street).

Aurobindo ha traído la luz supramental al mundo mental y ella decide trabajar para consolidar ese descenso. El 26 de noviembre de 1926, Aurobindo comunica a sus 24 discípulos que se retira para dedicarse por completo a su sadhana. A partir de ese momento, Mère se hace cargo de todos ellos y de la organización del ashram. Solo verán al maestro tres o cuatro veces al año, en las fechas de darshan, desfilando silenciosamente ante la mirada del maestro. No todos aceptan esta trasmisión de poderes (Mère es mujer y occidental). En 1934, Aurobindo advierte que “la fuerza supramental está descendiendo, pero todavía no ha tomado posesión del cuerpo y de la materia; hay todavía mucha resistencia”. Vicente Merlo comenta: “no sabemos hasta dónde llegó Aurobindo en ese empeño, pero sabemos que la Madre siguió en el intento”. No sin antes ser asaltada por las dudas. “Una voz que conozco bien me dice: ¿ves cómo estás equivocada? Te autoengañas, vives en un espejismo. Quince años sin que pase un día sin estos ataques, ni una noche sin ellos”.

Meditación colectiva el 30 de diciembre de 2017 en Auroville (India).
Meditación colectiva el 30 de diciembre de 2017 en Auroville (India).Frédéric Soltan (CORBIS / GETTY IMAGES)

El camino hacia la supermente

¿Qué es lo supramental? Lo primero que hay que decir es que lo supramental está más allá de la mente. Y dado que el lenguaje es un asunto mental, lo supramental se encuentra más allá del lenguaje. Es inefable, no se puede hablar de ello. Resulta incomprensible para la mente. Pero, como los místicos de todas las épocas, Aurobindo habla de lo que no se puede hablar llevado por ese impulso tan humano, tan filosófico, de explicar lo inexplicable. Y lo describe fenomenológicamente: “La palabra supramental se manifiesta internamente como una luz, un poder, un ritmo de pensamiento y un ritmo de sonido interior que la convierten en el cuerpo natural y viviente del pensamiento y la visión supramental, y vuelca en el lenguaje una significación distinta”. Así es como puede darse una imaginación supramental, como también un juicio supramental.

La transformación anímica, el cultivo de la paz, la luz, el poder y la dicha, el yoga integral en definitiva, pretende el descenso de lo supramental. Para ello es indispensable la apertura a los niveles supramentales, ámbitos no limitados por nuestra propia inteligencia y voluntad. La supermente es la sabiduría divina, con los atributos tradicionales de la teología (omnipresencia, omnisciencia, omnipotencia). Pero la supermente es la cúspide, sino una realidad intermedia entre la mente y la Unidad primordial. Las formas tradicionales fueron “ascendentes” y se dedicaron a contemplar los planos superiores, mientras que ahora hay una intención y un esfuerzo de hacer descender esa conciencia pura o poder supramental al plano físico.

Si se pregunta qué tipo de conocimiento destila lo supramental, se responde que se trata de un conocimiento por identidad y unidad. Un conocimiento directo (como el intuitivo), que conoce del modo más íntimo imaginable. “El espíritu supramental conoce todas las cosas en él mismo y como él mismo”. Mientras que el conocimiento mental siempre es parcial y fragmentario (y exige distancia), el conocimiento supramental es total e integral. Pues hace efectiva la unidad esencial entre sujeto y objeto, entre el conocedor, lo conocido y el conocimiento mismo. El que conoce aquí no es el ego mental (con toda su carga de limitaciones, heridas, deudas y compromisos) sino el Yo supremo, en cuya conciencia acaece todo fenómeno.

El ser supramental (también llamado gnóstico) armoniza el ser individual con el cósmico, con su voluntad y misión. Actuar en el mundo en este modo no significa renunciar a la individualidad ni a la unidad. Se integran ambas y se goza en la diversidad del Uno. La materia y el cuerpo se revelan como manifestación del espíritu. Surge una vasta calma y una dicha profunda. La personalidad y la impersonalidad dejan de ser opuestos. También el orgullo y la humildad, la libertad y el destino. Hay un completo acuerdo entre la libre expresión el individuo y su sometimiento a la ley eterna. Los automatismos mentales desaparecen y son sustituidos por la identidad con lo divino y la conciencia integral del Sí mismo. Esa es la “vida divina”, la culminación del camino trazado por Aurobindo. Una vida más plena, que no ha perdido su encanto natural, sino que ha profundizado en él. La Supermente no sólo conoce. También actúa y crea. Y va acompañada de puro gozo, de la beatitud inherente a la realidad suprema. El fondo del universo (como suele ocurrir en gran parte de las tradiciones indias) es dichoso. El universo puede multiplicar las calamidades y las desdichas, pero su fondo es dicha y conciencia. Sólo hay que aprender a verlo.

El legado: Auroville

Auroville nace con el ideal de crear una ciudad más allá de las naciones y las religiones. Actualmente viven en Auroville más de tres mil personas, la mayoría indios, aunque hay aproximadamente 52 países representados (Francia, Alemania, Rusia, Chile o España, entre otros). La ciudad fue fundada por Mirra Alfassa en 1968 y diseñada por el arquitecto Roger Anger, cuyo plan urbanístico sigue el modelo de una galaxia en espiral. En su centro se erige el Templo a la Madre. El Matrimandir es una imponente esfera geodésica de 36 metros de diámetro revestida de discos dorados y sostenida por cuatro pilares (que representan los diversos aspectos de la Madre). La esfera está rodeada de doce “pétalos”, cada uno de los cuales alberga una sala de meditación. El edificio se levanta en medio del llamado “espacio de paz”, una amplia explanada ajardinada con fuentes, extensos prados y grandes árboles.

Vista de Auroville.
Vista de Auroville. Anne-Marie Palmer (Alamy / CORDON PRESS)

“Auroville quiere ser una ciudad universal donde hombres y mujeres de todos los países puedan vivir en paz y armonía progresiva, por encima de todos los credos, todas las ideologías y todas las nacionalidades. El objetivo de Auroville es realizar la Unidad Humana”, estas fueron las palabas de Mirra Alfassa en el momento de la fundación de la ciudad, a la que atendieron delegados de 124 países.

Auroville no pertenece a nadie en particular, se nos dice a los visitantes, sino a la humanidad en su conjunto. Para vivir en Auroville sólo es necesario un propósito: servir a la conciencia divina. De hecho, se considera que es un lugar propicio para el descenso de lo supramental y donde se han edificado diversos espacios para la meditación. El más espectacular de ellos es la “cámara interior” situada en el corazón del Matrimandir.

Tuve la fortuna de conocer este espacio singular gracias a la amabilidad de John Harpur (director del complejo) que me mostró los aspectos simbólicos del edificio. Cuando se entra en la esfera uno tiene la sensación de ingresar en una nave espacial. Una vez dentro, se asciende por una rampa en espiral medio de un silencio imponente, hasta alcanzar la entrada de la cámara interior. El espacio fue diseñado a partir de una visión de Mère. Una amplia sala de doce columnas, con las paredes revestidas de mármol blanco. En el centro, el mayor globo de vidrio ópticamente perfecto del mundo (70 cm de diámetro), sobre el que descienden los rayos solares gracias a un juego de espejos instalado en una apertura del techo. Concebido como lugar de meditación, esta cámara no contiene imágenes, flores, incienso o música, como la mayoría de los templos hindúes. No se tiene la sensación de estar en un templo, sino en una película de ciencia ficción. La esfera de vidrio es sostenida por una estructura metálica con la forma de la estrella de David, símbolo del ascenso y descenso de lo supramental.

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