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La escultura fotográfica de Hannah Villiger

El Centro Pompidou de París dedica una exposición a la artista suiza, que emergió como una voz destacada dentro del arte corporal mediante un acercamiento escultórico a la fotografía

Hannah Villiger
'Skulptural' [Escultural] (1984/85). Hannah Villiger © Foundation THE ESTATE OF HANNAH VILLIGER

A finales del siglo XX, Hannah Villiger (1951-1997) era considerada una voz distintiva dentro del escenario artístico internacional. A pesar de que prefería definirse a sí misma como escultora, desde principios de los ochenta desarrollaría una práctica centrada fundamentalmente en su propio cuerpo, donde la fotografía y la escultura quedaban entrelazadas. No obstante, su prematura muerte, a 46 años, dejaría a la artista en los márgenes de la historia. El Centro Pompidou de París recupera su figura con una oportuna exposición, Hannah Villiger, que contribuye a subrayar su relevancia dentro del ámbito del arte corporal a través de más de cien obras.

Una gran políptico, Arbeit (1980-81), compuesto por distintas impresiones cromogénicas que muestran varias partes del cuerpo de la autora, ampliadas y ensambladas sobre un fondo blanco, introduce al visitante a la obra de Villiger; un universo cincelado mediante composiciones imprevistas de fragmentos corporales y objetos, que se tornan amorfas. Se trata de una de las piezas que lanzarían a la artista suiza a la fama internacional, gestadas durante un largo periodo de convalecencia, aquejada de tuberculosis. La escasez de recursos disponibles en el hospital hizo que Villiger volviera la mirada hacia sí misma, escudriñando un cuerpo que se había convertido en un extraño para ella, a través de una cámara Polaroid. Día a día, la fotógrafa irá elaborando un nuevo lenguaje y la cámara pasará a ser la herramienta que va a determinar toda su producción; una especie de extensión del ojo de la artista a través de la cual dará forma a arquitecturas corpóreas de una extrañeza inédita. Recortadas de la continuidad de la carne, lejos de ubicarse según las normas estandarizadas consiguen desestabilizar la orientación del espectador. En las composiciones de Villiger, “el cuerpo ya no era algo discreto, sino una topografía de la conciencia sensorial, palpada por la visión”, apunta Griselda Pollock en el texto que acompaña al catálogo razonado de la artista, publicado en 2001.

“La fotografía es escultura”, decía Villiger. “Yo soy la escultura” escribía en 1983, en uno de sus cuadernos de trabajo. La distancia entre el brazo que sujeta la cámara y el punto en el que esta enfoca al cuerpo se convertía en un espacio escultórico para la artista. Villiger prescindirá del característico borde blanco de las Polaroids para luego refotografiar y ampliar las imágenes. Montadas sobre finas placas de aluminio darán forma a unas cuadrículas compuestas por una variable número de paneles. Inicialmente, la autora se refería a sus fotografías como Arbeit (Trabajo), estas, generalmente, revelaban partes de su rostro. Más tarde las llamaría Skulptural (escultural), título destinado a socavar la referencialidad de la fotografía. Los pies, el torso y los genitales comenzarían a cobrar más espacio. De ahí, Villiger pasó a agrupar sus imágenes de gran formato en bloques monumentales donde los distintos puntos de vistas y fragmentos conforman una nueva unidad. Villiger habría dado forma a “un nuevo alfabeto compuesto de elementos corporales desfamiliarizados”, tal y como lo describe Pollock, donde cada fracción del cuerpo se presenta nueva y vaciada de significado para ser ensamblada en una estructura poco convencional que nada tiene que ver con la representación tradicional de la forma femenina dentro de la escultura clásica occidental.

'Skulptural' [Escultural] (1988/89).
'Skulptural' [Escultural] (1988/89). Hannah Villiger © Foundation THE ESTATE OF HANNAH VILLIGER / Centre Pompidou

Las primeras obras de la artista fueron una serie de esculturas realizadas con materiales naturales que reflejaban la influencia del arte povera y el arte conceptual. A mediados de setenta descubrió la fotografía, cuando comenzó a utilizar el medio para documentar su obra y la naturaleza que la rodeaba. Haciendo uso de una cámara de 35 milímetros, produciría varias series de fotografías en blanco y negro. El aire, el fuego, el agua, las plumas y el follaje, a veces sacados de su contexto, compondrían su nuevo lenguaje visual donde el movimiento cobrará mucha importancia. “Todo es movimiento, delata inquietud y tiene un dinamismo que en las mejores obras incluso estalla más allá del marco del cuadro”, escribía sobre ella Claudia Spinelli. En ocasiones sacará a los distintos elementos de su contexto. La exposición también incluye parte de los cincuenta cuadernos de apuntes que la artista completó entre 1970 y 1992, donde sus dibujos se mezclan con collages, elementos naturales, recortes de prensa y diversos componentes que reflejan su interés por la anatomía humana.

Es larga la lista de artistas cuyo quehacer se ha centrado en torno a su propia persona. Entre ellos Urs Lüthi, Jürgen Klauke, Cindy Sherman, John Coplans, Elke Krystufek y Orlan. Villiger se distingue por su interés por la plasticidad real del cuerpo, un cuerpo del se sirve como el material con el que trabaja una escultora, y del que parten los parámetros que rigen a sus creaciones visuales: “La mayor distancia entre la cámara y la parte del cuerpo es la longitud de mi brazo extendido hasta los dedos de mis pies”, escribía la autora. Prescindiendo de un trípode, Villiger moverá el objetivo minuciosamente sobre su cuerpo desafiando las reglas de la experiencia perceptiva. Tal y como apunta Spinelli, “se podría decir que la única imagen que da placer a Hannah Villiger es una imagen de su cuerpo liberada de toda atracción gravitatoria, de las referencias biográficas y de las reivindicaciones de la sociedad”. Así, cada fragmento de su piel llevará la marca de la experiencia en busca de adquirir una condición universal.

Hannah Villiger. Centro Pompidou. París. Hasta el 22 de julio.

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