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Auge y caída del Imperio: el arte británico hace examen de conciencia

La Royal Academy de Londres compara pinturas de la era colonial con obras contemporáneas que aportan un reverso crítico a ese imaginario. El resultado es una valiente autocrítica sobre los vínculos de esta institución con el imperialismo

'Naming the Money' (2004), instalación de Lubaina Himid sobre el tráfico de esclavos
'Naming the Money' (2004), instalación de Lubaina Himid sobre el tráfico de esclavosStuart Whipps
Álex Vicente

De todos los países europeos, puede que el Reino Unido sea el que se ha tomado más en serio la puesta en duda de su espinosa herencia colonial. Las muestras dedicadas a artistas afrodescendientes abundan desde hace años en sus museos. Esta temporada, la National Portrait Gallery consagra una exposición a los retratos de modelos negros, mientras que la Dulwich Picture Gallery dedica otra al paisajismo firmado por artistas afrobritánicos. La sudafricana Zanele Muholi se prepara para protagonizar una retrospectiva en la Tate Modern, mientras que la Tate Britain reordenó su colección en 2023 cediendo un papel protagonista a la historia social del Reino Unido, el régimen imperial, la inmigración masiva y las minorías que resultaron de ella. Por las mismas fechas, la Hayward Gallery dedicaba una muestra al afrofuturismo con 11 artistas de la diáspora.

Por muy positiva que sea, esa representación creciente no siempre implica un verdadero examen de conciencia, sino más bien solo un lavado de cara. Sobre el papel, la exposición de esta primavera en la Royal Academy, institución fundada en 1768 y de reputación artísticamente conservadora, parecía inscrita en un seguidismo poco amenazador con el statu quo. Por eso el resultado deja tan estupefacto: la muestra logra formular una autocrítica muy valiente sobre sus vínculos con el orden colonial, en lo estético y en lo político. Sus miembros no fueron esclavistas, pero sí se beneficiaron del apoyo de mecenas enriquecidos gracias al comercio triangular, y siempre pusieron el arte al servicio del poder, casi sin excepciones. Su primer director, el pintor Joshua Reynolds, juró que la Royal Academy sería “un ornamento” del Imperio Británico.

La muestra sugiere, pero nunca subraya, y ejemplifica sus ideas a través del arte y no con arengas teóricas en sus paredes

“Las herramientas del amo nunca desmontan la casa del amo”, decía Audre Lorde. Como si hiciera una auditoría, la institución encargó originalmente una muestra sobre el esclavismo a una comisaria externa, Dorothy Price, profesora del Courtauld Institute of Art y especialista en la cuestión. El resultado, pese a su título cursi e incoloro (Entangled Pasts, o “pasados enredados”), va mucho más allá del plan original y no teme meterse en jardines. La exposición compara las pinturas históricas de tema colonial firmadas por artistas que formaron parte de la Royal Academy con obras contemporáneas que se refieren al mismo imaginario, solo que para subvertirlo o desactivarlo. No se trata de recalibrar el canon de forma cosmética como han hecho tantos otros en los últimos tiempos, sino de enfrentar el relato oficial con las narrativas críticas propias de toda sociedad posimperial un poco sana.

Las primeras salas de la muestra son ejemplares en la forma y en el fondo: condensan retratos de esclavos y sirvientes invisibilizados por la historia del arte, a la manera de lo que hizo el Museo de Orsay con Le modèle noir en 2019, y también grandes óleos como Watson y el tiburón (1778), de John Singleton Copley, donde un personaje negro trata de salvar, con un heroísmo discreto, a un adolescente que se ahoga en el océano mientras el resto del equipaje entra en pánico. El contrapunto contemporáneo, que figura en cada una de las salas de la muestra, lo aporta Hew Locke, miembro de la Royal Academy, con Armada (2017-2019), instalación que resume la aventura colonial de Gran Bretaña a través de un sinfín de barcos colgantes, muchos de ellos oxidados y precarios, como insinuando que el grandioso proyecto imperial fue, en realidad, de una cutrez considerable. En la sala vecina está Kara Walker, que presenta sus fascinantes bocetos para el antimonumento que erigió en la Tate Modern en 2019, que ironizaba, con bastante mala leche, sobre el ridículo imaginario decimonónico.

 'Watson y el tiburón' (1778), óleo de John Singleton Copley en la muestra de Londres
'Watson y el tiburón' (1778), óleo de John Singleton Copley en la muestra de Londres Museum of Fine Arts Boston

No todas las yuxtaposiciones son perfectas, pero sí originales y osadas, fruto de un equipo de cuatro comisarias que demuestran una admirable capacidad para el ejercicio comparativo. La muestra sugiere, pero nunca subraya, y ejemplifica sus ideas a través del arte y no con arengas teóricas escritas en sus paredes. El mejor ejemplo es la increíble sala que confronta las marinas turbias y casi abstractas de Turner, en las que parecen vislumbrarse las vidas perdidas al fondo del Atlántico, con una serie reciente de Ellen Gallagher en las que, tras unos segundos de observación, nos parece ver extremidades flotando en el mar. John Akomfrah, británico de origen ghanés que se dispone a representar al Reino Unido en la Bienal de Venecia, pone al día Moby Dick hablando de la caza de ballenas en nuestro planeta dañado, mientras que Frank Bowling, primer artista negro que ingresó en la Royal Academy, pinta paisajes abstractos manchados de rojo sangre, una alegoría confesa sobre el middle passage, como se llamó eufemísticamente al tráfico de esclavos.

Es el clímax de la exposición, de una intensidad teórica, artística y emotiva sin igual. A continuación, resulta lógico que las coloristas estatuas de Lubaina Himid, que llevan el nombre de antiguos esclavos y su precio en el mercado (cero libras esterlinas por cabeza), parezcan un ejercicio populista y un tanto sobredimensionado, ocupando dos salas enteras de la exposición. Lo mismo sucede con la recreación de La última cena por Tavares Strachan en el patio del museo, que sustituye a las figuras que pintó Leonardo da Vinci por grandes nombres de la historia de la negritud, como Haile Selassie, emperador de Etiopía —en el papel de… ¡Jesús!—, la política estadounidense Shirley Chisholm o Robert Lawrence, primer astronauta afroamericano que viajó al espacio exterior. Y, pese a esas pequeñas concesiones destinadas a quienes solo buscaban un selfi resultón, la muestra despierta cierta envidia si se la observa desde otras latitudes. En especial, desde lugares que todavía niegan su historia de explotación y extractivismo, y que ni siquiera aceptan su relación con el colonialismo. Ellos solo gobernaron virreinos.

‘Entangled Pasts, 1768-now. Art, Colonialism and Change’. Royal Academy. Londres. Hasta el 28 de abril.

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Sobre la firma

Álex Vicente
Es periodista cultural. Forma parte del equipo de Babelia desde 2020.
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