Personas racializadas
El término se aparta de la morfología habitual, y no se entiende a la primera. Es fruto del anglocentrismo reinante
El sufijo -izar es muy productivo en español. Entre otras posibilidades, ha creado verbos a partir de adjetivos, con sus consecuentes participios en -izado: ilegal, ilegalizar, ilegalizado; normal, normalizar, normalizado; ágil, agilizar, agilizado.
Cualquier hablante entenderá generalmente (aunque haya salvedades) que en las formaciones de verbos transitivos se transfiere al complemento un resultado de la acción significada en la raíz (interpretación causativa). O sea: “ilegalizar” equivale a “hacer ilegal”; “normalizar”, a “hacer normal”; y “agilizar” es lo que desearíamos para la burocracia, que se convirtiera en ágil. Se deduce aquí que el complemento directo del verbo, implícito o explicito, transforma su estado: se ilegaliza lo que no era ilegal, se normaliza lo que no era normal, se agiliza lo que era una absurda pesadez.
A ese sistema han llegado últimamente el verbo “racializar” y su participio y adjetivo “racializado”. Si deducimos los mecanismos morfológicos más esperables, esta formación se puede entender como el resultado de “racializar”, que a su vez significaría cambiar el estado de alguien para quedar convertido en… ¿racial?, ¿en raza? Sin embargo, no parece que las personas racializadas hayan sido transformadas de pronto en raciales. Sí se podría racializar una música: aquella cuyo ritmo se transforma para dotarla de rasgos étnicos. Pero racializar a una persona, que ya tiene una raza…, me ocasiona dudas.
“Racializar” es clonación del neologismo inglés racialize, que no hallo en los diccionarios inglés-español en papel pero sí en internet: el Cambridge: “Hacer o creer que la raza es una característica importante de un grupo de personas, de una sociedad o de un problema”. El Collins: “Dar un tono o contenido racial”. El Merriam-webster: “Dar un carácter racial”. Por su parte, la FundéuRAE lo hace equivaler a “dar una interpretación racial a algo”, “clasificar o identificar algo o a alguien en función de su pertenencia a un grupo étnico”. Y Moha Gerehou, especializado en informar sobre racismo y que escribe en eldiario.es, aportó esta definición: “Alguien que recibe un trato favorable o discriminatorio en base a la categoría racial que la sociedad le atribuye”. Con arreglo a esas definiciones, una persona racializada puede ser alguien a quien se ha hecho creer que la raza es un rasgo importante suyo; o alguien a quien se ha dado un contenido o carácter racial; o quizás a quien se ha clasificado por su pertenencia a un grupo étnico; o que recibe un trato distinto por la raza que otros ven en ella.
No sabría con cuál quedarme. Y tampoco sabría encajar todo eso en las informaciones que hablaban de Athenea Pérez como “primera representante española racializada en concursar para Miss Universo”, por ejemplo.
Sea como fuere, y aunque se puedan aportar otros argumentos gramaticales, si yo estuviera encargado de una campaña contra el racismo preferiría no utilizar en ella un término alejado de la descodificación más sencilla que activarán mis destinatarios, que no se entiende a la primera y que en cada caso requiere una explicación; aunque para eso tuviera que apartarme del anglocentrismo reinante en los movimientos sociales hispanos. Quizá no fuera mala idea volver a términos que todos entendemos: personas discriminadas, personas definidas por sus rasgos físicos, personas que sufren racismo. Y si no hubiera ocurrido nada de eso, como sería de desear en el proceso de elección de Athenea Pérez, simplemente personas de raza negra. Las palabras comprensibles ayudarían en la batalla. Las incomprensibles nos alejan de ella.
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