Eusebio Sempere, el artista que fracasó mejor
El IVAM dedica una muestra a la etapa parisiense del artista, un periodo de precariedad extrema en el que desarrolló un vocabulario visual atravesado por influencias diversas
Eusebio Sempere vive en París durante tres meses de 1948, gracias a una beca del Sindicato Universitario. Allí puede ver la obra de artistas que solo conocía por malas reproducciones: Van Gogh, Matisse, Modigliani. Los copia, pero muy pronto capta su atención el arte de la primera mitad de siglo: Jean Arp, Paul Klee, Kandinsky. Vuelve entusiasmado a Valencia y expone sus obras, que intuimos fascinadas por estos artistas y por la abstracción, en la Galería Mateu. El público lo rechaza, Mateu veta cualquier otro intento de “espectáculos de circo” en su galería y la crítica lo destroza, así que él decide hacer lo mismo con sus obras y volverse a París. Allí malvivirá hasta 1960. A su vuelta a España, pese a la sensación de fracaso personal, empieza a cosechar un relativo éxito y logra el reconocimiento internacional gracias en parte a su trabajo escultórico, por el que es más conocido hoy. Participará en las Bienales de Sao Paulo y Venecia y llegará a ser premiado, aunque ya enfermo, con el Príncipe de Asturias de las Artes en 1983.
El IVAM le ha dedicado una admirable exposición a esta etapa parisiense (1948-1960). Se concentra en dos series de obras del alicantino: los llamados Gouaches de París, de los que se exponen unos cincuenta del centenar que hizo, y varios de los relieves luminosos que empezó a desarrollar a partir de 1955. Esta selección permite ahondar en los aspectos que se escapan en las exposiciones panorámicas, como la que le dedicó el Reina Sofía en 2018. Las obras, sobre todo esos humildes gouaches, pinturas sobre cartulina oscura, permiten seguir el desarrollo de un vocabulario visual que avanza a través de diversas influencias (“Klee fue mi primer descubrimiento; después me deslumbró Mondrian”) y las conduce hasta un terreno desconocido que atraviesa las tendencias fundamentales del arte geométrico, óptico y cinético.
En estas obras, Sempere dibuja polígonos con trazos muy finos en una retícula invisible. Las formas van progresivamente girándose y encontrándose en los gouaches, en ocasiones atravesadas por unas líneas que traman el movimiento de círculos, cuadrados y triángulos en la oscuridad de la cartulina. Hay una cierta apariencia de arte de investigación en algunas de ellas, pero al terminar de recorrer la sala la conclusión es firme: Sempere tiene un compromiso en todas esas cartulinas con el desarrollo de un arte capaz de trabajar con el movimiento en el plano. Su trabajo es preciso, como insiste la documentación de las vitrinas, casi obsesivo, aunque nunca repetitivo, sino más bien insistente y dinámico. La comisaria de esta exposición y conservadora del Museo de Arte Contemporáneo de Alicante, Rosa Castells, explica que el proyecto de los gouaches adquiere otra dimensión si pensamos en la precariedad extrema del artista en París. Sempere era “el hombre que estaba allí”, introducido en los círculos artísticos gracias a la cupletista Raquel Meller y a la artista cubana Loló Soldevilla, aunque fuera menospreciado por la gran galerista Denise René, quien le dio un empleo en los últimos años de París pero nunca lo consideró artista de su nómina (en la que estaban Vasarely, Soto, Delaunay o Jean Tinguely).
Trabajaba de día y pintaba de noche, sobre cartulina porque no podía permitirse otro soporte. En 1955 presenta su primer relieve luminoso en el salón de Realités Nouvelles. Eran cajas de madera agujereadas con formas geométricas e iluminadas con bombillas. El objetivo era que un pequeño motor las apagara y las encendiese, pero en los primeros relieves se tuvo que conformar con unos más asequibles interruptores. El IVAM le dedica una amplia pared a este punto culminante de su estancia en París. A la entrada del salón repartía un Manifiesto de la luz en el arte plástico, firmado junto con Loló Soldevilla, con quien acababa de exponer en Valencia por primera vez desde 1949.
La exposición se podría enmarcar dentro de una tendencia reciente que se concentra en momentos concretos del trabajo de los artistas (Picasso,1906 en el Reina Sofía o Matisse: The Red Studio en el MoMA) y que quizá pueda explicarse por la necesidad de revisar ciertas concepciones unitarias que hemos heredado de las retrospectivas. Aunque lleva mucho tiempo anunciándose el fin de las grandes exposiciones (o, al menos, su moderación), estos ejemplos son los que de verdad estudian cómo es posible enfrentarse de forma pormenorizada, sin aburrir ni excederse en lo académico, a la obra de un artista reconocido. La muestra de Sempere en el IVAM hace todo ello y, precisamente por su especificidad, abre muchos otros caminos: habría que pensar en una exposición monográfica de Loló Soldevilla (de la que hay dos lienzos muy bien situados en la muestra) y nos queda mucho por conocer de los españoles que vivieron en el París en los cincuenta.
‘Sempere en París’. IVAM, Valencia. Hasta el 9 de junio.
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