Sharon Olds, poeta: “Me gustaría que hubiera poemas en la caja del supermercado”
La escritora, referente de la poesía estadounidense, repasa en una entrevista en Nueva York cinco décadas de versos sobre la intimidad, la muerte, la sexualidad o la familia
Nadie ha escrito sobre los esputos de su padre moribundo, o sobre el pene del Papa, o sobre que te dejen por otra tras 32 años de matrimonio como Sharon Olds, una de las poetas más admiradas de Estados Unidos. Su estilo cristalino y su arrojo para llegar a regiones de la condición humana a las que, aunque universales, no tantos cruzan y la franqueza de sus versos sobre su propia sexualidad, la muerte, la madre culpable o la crianza le valieron al principio críticas negativas y una reprimenda tras otra. Pero también el título de “poeta laureada de la belleza y la ruina de la vida doméstica”, así como una base fiel de lectores y casi todos los premios importantes del país.
A la nómina se sumó recientemente el Joan Margarit de Poesía en su primera edición, que recibió en julio en Nueva York de manos del Rey de España. Es un galardón con su amistad con el poeta catalán “de fondo”. Ella escribió la introducción para la versión en inglés de Amar es dónde. Y el Cervantes tradujo junto a su nieto Eduardo Lezcano uno de los grandes poemarios de Olds, El salto del ciervo (Ediciones Igitur). De Margarit, fallecido en 2021, admira “su humor y el talento para escribir sobre las vidas ordinarias y sobre la familia y su postura poética de izquierdas”. “Era una persona muy atractiva y sensible, nada egoísta”, dijo la autora a EL PAÍS en una espléndida mañana de septiembre.
La cita fue en su pequeño despacho del edificio de principios del siglo XX que sirve en el Village de sede a una escuela de escritura creativa asociada a la New York University, en la que da clases desde 1984. La ventana da a un pequeño patio con un abedul negro agujereado por los pájaros carpinteros. “Aquí me siento y contemplo las aves migratorias; en una ocasión se posó un halcón peregrino”, explicó la poeta.
El interés por los pájaros llegó tras mudarse desde Berkeley, cerca de San Francisco, donde nació en noviembre de 1942, un día antes que el presidente Joe Biden. Acusa ciertos achaques de la edad, pero el contacto con sus alumnos (“abiertos, inteligentes y divertidos”) la ayuda, dice, a mantenerse joven.
Pregunta. Cuando tenía la edad de sus estudiantes, ¿se sentía parte de una escena poética?
Respuesta. Mi primer libro [Satán dice, 1980] no salió hasta que cumplí 37 años. Ahora parece una edad temprana, pero entonces no lo era. No fui parte de ningún movimiento. En Berkeley estaban los beatniks, e intenté arrimarme a ellos en el instituto. En mi debut, muchos de los poemas tenían que ver con ser una madre con hijos pequeños. Así que no estaba exactamente en la onda.
P. Madre precoz y poeta tardía. ¿Estaban ambas cosas conectadas?
R. Yo diría que sí. A menudo escribimos sobre lo que más amamos, así que no había tantos poetas escribiendo sobre tener hijos. No parecía una buena idea, pero en mi caso acabó siéndolo. También escribía sobre mi niñez y mi adolescencia, y sobre mis padres. Era una especie de escritora del ámbito familiar.
P. Algunos críticos despacharon su trabajo en aquellos años como “femenino”...
R. Más bien, lo consideraban grosero. Descortés y sí, fundamentalmente femenino. Al principio, sobre todo cuando escribía abiertamente sobre mi sexualidad, recibía cartas llenas de odio. Era un bicho raro, me dedicaba por completo a la crianza de mis hijos, así que cuando escribía, dado que no estaba en ninguna universidad, ni tenía ningún trabajo que perder, lo hacía con libertad.
P. ¿Resultó fácil mudarse de una costa a otra?
R. Cuando era pequeña oía hablar de Nueva York como un lugar muy atrevido en el que, decían, “no vivía gente agradable”. Provengo de una familia políticamente conservadora. Así que, en cuanto pude, me fui a Nueva York. La escuela de posgrado fue muy difícil para mí, porque no soy inteligente en ese sentido. Pero lo logré.
P. ¿En qué sentido diría que lo es?
R. En realidad, no se me ocurriría decirlo. Me siento cómoda con los poetas. Es como estar en casa. Hay cierto lenguaje entre nosotros que domino, una cierta manera de ser rápida e ingeniosa. Tal vez eso cuente como ser inteligente.
P. ¿Era Berkeley una ciudad liberal ya en los años cincuenta?
R. Sí, pero no donde yo vivía. Solía ir con una amiga a las cafeterías, y allí veíamos a los artistas de verdad, pintores, personas que declamaban sus poemas. Yo era una fan, una aspirante a beatnik. Una beatnik burguesa.
P. ¿Se dio algún paseo por el lado salvaje?
R. Me sentía diferente en mi entorno del Partido Republicano de California, pero carecía de la audacia y la libertad para eso. Quería una vida familiar, un hogar. Me puse a escribir. Y estaba contenta. Obviamente, hoy me he convertido en un personaje, a mi edad todo el mundo lo es, pero no sé cómo sucedió.
P. ¿Le resulta fácil escribir?
R. No es fácil escribir bien.
P. Me refería al acto mismo de escribir…
R. No, lo disfruto. Han empezado los problemas con los temblores de las manos y con los ojos. No me es fácil como lo fue durante décadas.
P. ¿Hay mucha de su producción que no ve la luz?
R. Mucha. Yo diría que una cantidad inusual. Escribo mucho, a mano, en un cuaderno. Para mí, la escritura a mano está relacionada con el baile. Siempre bailé. Ya no tanto como antes. Tengo algo de artritis y problemas de espalda. Para mí, escribir tiene más que ver con el movimiento de la mano que con la mecanografía. Me gusta ver la forma de mis líneas. Tengo una relación física con mis poemas.
P. ¿Qué papel diría que tiene hoy la poesía en Estados Unidos?
R. Uno sumamente importante, pero no tan influyente. Creo que si a los niños les dieran la oportunidad de escribir muchos poemas en la escuela, y compartirlos, si tuvieran tiempo para bailar o dibujar, tendría un efecto enorme. Les permitiría conocer lo que piensan y sienten, y les daría el coraje para actuar a partir de esos pensamientos y sentimientos. El potencial del arte en este país es enorme.
P. Es una mujer optimista…
R. Sí, lo soy. Absolutamente. ¿Pero creo realmente en mi optimismo? Dejémoslo en que la mayor parte del tiempo trabajo para conseguirlo.
P. ¿Ve muchas diferencias entre la poeta que es ahora y la de sus 40 años?
R. Creo que mis versos son un poco más largos y más irregulares. También creo que ahora a veces cambio de tema a la mitad. Comparto mi poesía con un grupo de amigos cercanos. Desde la pandemia, nos juntamos por Zoom. Fue en esas reuniones en las que se me ocurrió que no pasa nada por cambiar de tema en mitad de un poema.
P. Galway Kinnell, uno de sus mentores...
R. Más que eso, era mi mejor amigo.
P. Él aspiraba a crear versos que se pudieran entender sin un título universitario.
R. Muy importante. Cuando empujo el carrito en el supermercado, a veces pienso que me gustaría que hubiera poemas en la línea de caja, junto con la revista People. De ser así, colocaría poemas míos que pudieran entenderse sin titulación. También es cierto que disfruto usando palabras extrañas, y que un título universitario ayuda a comprenderlas.
P. ¿Qué tipo de palabras?
R. Términos científicos, especies de pájaros o palabras largas y complicadas que me llaman la atención. Mis hijos se burlan de mí porque ahora dicen que necesitan un diccionario para leer mi poesía.
P. ¿Lo hacen?
R. Pues no. Cuando eran pequeños, les dije que podrían leer mis poemas cuando fueran mayores de edad. Uno de ellos me hizo caso. El otro fue corriendo a mi despacho a hacerlo a escondidas.
P. Si sus poemas estuvieran en el supermercado, es posible que algunos tuvieran que cubrirse, como las revistas para adultos en las gasolineras.
R. [Risas] Algunos pensarían que escribo sobre temas de los que no debería escribirse. Hay mucho conservadurismo muy virulento en este país y, afortunadamente, vivo en un ambiente en el que no me topo mucho con él. Al principio, mi trabajo se consideró escandaloso. Pero luego, gradualmente, el mundo cambió, y ahora es solo impactante a medias.
P. ¿Tuvo que ver en la forma en que fue recibido al principio el hecho de que fuera mujer? Algunos de sus contemporáneos, como John Updike o Philip Roth, escribían cosas bastante explícitas y nadie los regañaba.
R. Y no escribían muy a menudo que digamos desde el punto de vista de una mujer, por eso me pareció importante hacerlo. No es fácil escribir de una manera interesante y fresca sobre tus propias experiencias. Cuando realmente funciona, hay tanto de suerte como de trabajo duro.
P. ¿Ha pedido permiso alguna vez para escribir sobre alguien?
R. La mayor parte de lo que escribo sobre otras personas no ve la luz. Porque, simplemente, no es asunto mío. Sé que parece que me siento muy libre, pero si supiera cuánto guardo entendería que no lo soy. Escribir sobre los padres me parece correcto, porque uno no pidió nacer, y cuando vino al mundo era pequeño, y ellos, enormes, poderosos. Escribir sobre un amante, un cónyuge o un amigo me parece bien, porque se parte de una relación de igualdad. Es posible que pedir permiso sea necesario a veces. Probablemente depende de cuán leal quieras ser. Tus hijos son otra cosa. Ellos tampoco pidieron nacer.
P. ¿Siente vergüenza fácilmente?
R. Siento miedo o nervios, pero vergüenza… no tanto. No estoy segura de por qué; creo que aprendí de niña a ignorar las opiniones de los demás. Sentía miedo, por la religión en la que fui educada. Hay mucho placer en escribir sobre lo que nadie se atreve a escribir...
P. Cuando concibe un poema como Oda a una mamada, ¿sopesa la reacción que puede provocar?
R. Imagino que se reirán cuando escuchen el título. Pero creo que es un poema interesante, y contiene ideas. Para alguien que creció en un hogar puritano y calvinista, la censura es una fuente de cansancio, así que es un gusto saltársela. Quiero creer que Odas [2016; es el libro que contiene el poema, lo tradujo Valparaíso] puede gustar a alguien cansado de tanto callar. Ese libro surgió en parte porque estaba inmersa en una relación de la que no quería escribir. Me expresé mediante abstracciones, casi de una manera filosófica o histórica. Fue divertido tratar temas como ese. No tanto de una manera íntima, sino como algo cotidiano.
P. ¿La poesía le ha ayudado con la pena o el dolor?
R. Oh, seguro que sí. Pero no creo en escribir con un fin curativo. Tampoco en obligarte a escribir para superar el dolor o la tristeza. Ahora, si sale, es maravilloso.
P. ¿Cree en el mito de que la buena literatura nace de la infelicidad?
R. No, no. No sé de dónde viene la buena literatura. Si lo supiera, crearía más. La buena literatura surge de cualquier cosa, también de la alegría.
P. El salto del ciervo, que le valió un Pulitzer en 2013, es un libro sobre el divorcio de su exmarido, que le cogió por sorpresa. ¿Lo escribió como una manera de tener la última palabra?
P. [Risas]. Muchos de esos poemas son poemas de amor. El amor debería tener la última palabra. Oh, no, no, es muy lastimoso tener la última palabra. No es justo. Cualquiera que se relacione con un escritor que escriba sobre su vida personal sabe que no es justo. Pero al mismo tiempo, si uno se pone a escribir con ánimo destructivo descubrirá que los poemas no sirven. Eso no es arte. Lo contrario, intentar hacer algo bonito, tampoco funciona.
P. En otro de sus poemarios más admirados, El padre (1992, traducido por Bartleby), detalla la agonía y muerte de su progenitor, un personaje recurrente en su obra, en la que suele aparecer como un tipo con afición a la bebida, frío y algo misógino. Dijo que había nacido para escribir ese libro.
R. Dije eso hace mucho tiempo. Me refería a que trata de un personaje sumamente importante, en el que el miedo y la admiración eran sentimientos muy mezclados para mí. Hoy diría que es un libro que no hubiera imaginado que podría haber escrito. Pero eso es cierto para todos mis libros. También para El salto del ciervo. Mucha gente lo criticó porque no era un libro suficientemente cabreado…
P. ¿Y quién puede juzgar eso?
R. Cierto. Pero es que hay muchos poemas de amor en él. Hay décadas de amor, que terminaron de cierta manera, una manera muy común. Estuvo bien que así fuera. Contiene momentos de ira fría, y eso es bueno. Pero también mucha ternura.
P. ¿Sabe lo que pensó su exmarido sobre El salto del ciervo?
R. Ese es un tema en el que no entro. Siento si le parezco grosera.
P. ¿Aún lee a Emerson?
R. Hace muchos, muchos años que no leo a Emerson. Tuvo sentido para mí intentar escribir una tesis doctoral sobre la prosodia, el ritmo en uno de sus libros. No estaba preparada para ser poeta. Es decir, escribía poemas, malos poemas. Estudiarlo fue mi manera de escuchar el ritmo. Es como escuchar jazz, clásica o rock.
P. ¿Qué importancia tiene la música en su vida?
R. Enorme. Hay idiomas en los que sólo hay una palabra para música y baile. Así que no hay danza sin música, ni música sin danza. Yo lo siento así. Leer un poema de otra persona es unirse a su respiración y a los latidos de su corazón. Robert Hass ha escrito sobre eso, sobre cómo le confías muchos de los ritmos de tu cuerpo al poeta cuya obra estás leyendo.
P. El cineasta John Cassavetes defendía que solo se logra ser un verdadero artista siendo fiel a la verdad, sin importar si dañas a alguien. ¿Está de acuerdo?
R. Ese es un tema muy importante para mí. Y recuerdo a Muriel Rukeyser, la gran poeta feminista, cuando decía que nunca había conocido un poema que dañara a nadie. ¿Herir los sentimientos de alguien? Sí, claro, pero en realidad no hacen daño. El deseo de hacer daño no produce buen arte. Pero si eres muy sincero… ¿herirás los sentimientos de las personas? Tal vez. ¿Estoy dispuesta a ver los míos lastimados para que alguien escriba un poema verdadero? Absolutamente.
P. Balladz (2022), su último libro, aún sin traducción al español, marca un cierto regreso a la política de la poeta que rechazó una invitación de Laura Bush a la Casa Blanca en protesta por la guerra de Irak.
P. En gran parte, lo escribí durante la pandemia. Ahí tomé conciencia sobre mi privilegio. Afectó mi visión del mundo. Creo que los poemas muestran eso. Estuve dos años sola viviendo sola en una casa antigua en el bosque. El aislamiento afectó a mi poesía; los versos se alargaron y se volvieron más prosaicos. No estaba en contacto con otros poetas, no escuchaba la poesía, sino que la leía. Eso hace que el libro sea distinto al resto.
P. ¿Sintió culpa por su privilegio?
R. Claro, y responsabilidad por el reparto del destino.
P. Ya había escrito en Los muertos y los vivos (1984, Bartleby), su best-seller, sobre la guerra de Vietnam o sobre Pinochet. ¿Es lo personal político?
R. Sí. No me suele funcionar escribir sobre personas a las que no conozco. Ahí me inspiré a partir de fotografías. Lo que escribo sobre mi propia vida, o sobre algo que aparenta ser mi propia vida, funciona mejor. No sé por qué.
P. ¿Consume noticias?
R. Si lo hago, me cuesta mucho trabajo no caer en la madriguera de la desesperación. Y me pierdo en sus detalles, en lugar de en los detalles ordinarios. Por ejemplo: en cómo la luz del sol se refleja en el suelo. Sé que las noticias son más importantes que ese reflejo, pero al mismo tiempo la posibilidad de sentir alegría por la existencia ya es suficientemente tenue sin ellas. Si me concentro demasiado en las cosas terribles que están sucediendo, no es bueno para mí. Por eso tiendo a no tener la fortaleza para estar al día. Todos mis amigos leen periódicos y me van contando. No es un aspecto de mí del que esté orgullosa. Es como un mecanismo de defensa, y me funciona.
P. Diría que algo que ha defendido en su poesía es la posibilidad de amar totalmente a un hombre sin quedar anulada. ¿Están de acuerdo sus jóvenes alumnas con eso?
R. La que no está de acuerdo soy yo con nadie que diga que es imposible amar plenamente a un hombre, a una mujer, a un niño o a un animal. El amor es algo muy complicado. Y muchos de nosotros sufrimos mucho daño a una edad demasiado temprana. Es natural que sea en cierto modo difícil de pensar en el amor pleno después de eso. ¿Creo que es más fácil alcanzar ese ideal entre dos hombres o entre dos mujeres que en la mezcla de géneros? No. Si ese es el nuevo feminismo, me parece que me quedo con el viejo. En las nuevas generaciones, veo, eso sí, mucha inteligencia sobre la relación entre el género y el amor. La idea del género no binario, por ejemplo, es fascinante.
P. ¿Le resulta fácil entender todos los matices contemporáneos del género?
R. No me parece tan complicado: tiene mucho que ver con el respeto al alma y al cuerpo de cada cual. No eliges a quién vas a amar. Solo sucede. ¿Y quién puede decidir que un tipo de amor es más valioso que otro? Más que confuso, me resulta muy interesante y, desde el punto de vista de la poesía, divertido de describir. Volviendo a su pregunta sobre los jóvenes poetas: algunos de los poemas más estimulantes que traen a clase tienen que ver con esos nuevos conceptos de género.
La editorial La cama sol prepara para 2024 la edición de un libro con el discurso de aceptación del premio Joan Margarit y una selección de poemas de Sharon Olds con traducción de Óscar Curieses.
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