Andrés Neuman: “Toda familia camina sobre ficciones”
El escritor argentino rescata los versos que escribió a su madre enferma hace 15 años en el poemario ‘Isla con madre’
Quince años después de escribirlos, Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977) rescata los poemas que escribió mientras cuidaba de su madre enferma. La Bella Varsovia los acaba de publicar con el título de Isla con madre.
Sus últimos libros abordan el tema de la familia. ¿Cuánto pesa la imaginación y cuánto la realidad en lo que escribe? Me gusta pensar la escritura como un puente que comunica esas dos orillas. A veces una experiencia personal se nos transforma en ficción, y otras veces los acontecimientos imaginarios nos conducen a extraños autorretratos. Toda familia, de hecho, camina sobre ficciones: historias muy dudosas que escuchamos en la infancia, recuerdos que van mutando según quién los cuente.
¿Qué libro le hizo querer ser escritor? Siendo sincero, no estoy seguro de que ese deseo lo provocara un libro. Fueron más bien ciertos golpes de infancia los que me impulsaron instintivamente a escribir. Entonces corrí a encontrarme con los libros, para averiguar cómo demonios se hacía eso.
¿Qué libro ajeno le habría gustado escribir? Cualquier libro de César Vallejo. Aunque nada de César Vallejo se percibe como ajeno: enseguida lo hacemos propio.
¿Cuál ha sido el último libro que le ha gustado? Vivir con nuestros muertos, de Delphine Horvilleur. Conversar con la muerte tiene mucho más sentido, y me parece mucho más vitalista, que vivir disimulando frente a ella.
¿El que tiene abierto ahora mismo en la mesilla de noche? Desviación vertical disociada, de Luis Vicente de Aguinaga. Leo ahora mismo, en un poema dedicado a una cicatriz: “Tanto tiempo sin verte, compañera”. Los poemas releen las cicatrices.
¿Cuál es la película que más veces ha visto? Para entregarme al placer de la repetición, en general necesito un extremo: arte oscuro o comedias baratas. Así que diría que El séptimo sello, de Ingmar Bergman, o cualquiera en que todos de pronto se reconcilien, etcétera.
¿La última serie que vio del tirón? Hace poco volví a ver A dos metros bajo tierra, en imprudentes dosis diarias, dos veces seguidas. La segunda vez me pareció tan maravillosa que, parafraseando a Les Luthiers, no la entendí.
Si tuviese que usar una canción o una pieza musical como autorretrato, ¿cuál sería? El organillero, con música de Franz Schubert y letra de Wilhelm Müller.
¿Cuál es la mejor crítica que ha recibido? Una de mi abuela Dorita, en su casa de Buenos Aires, en el año 89 o 90: “Por favor, seguí escribiendo, que me pone contenta”.
¿Y la más demoledora? Recuerdo una de un señor que consideraba que, para parecer inteligentes, los autores no debíamos sonreír en las fotos.
¿Qué suceso histórico admira más? Especialmente en estos momentos, las rondas de las Madres de Plaza de Mayo, en plena noche de la dictadura argentina.
¿En qué museo se quedaría a vivir? En el Museo de Arte Abstracto de Cuenca, tan conciso, asombroso y habitable. Es, de hecho, una casa colgante.
¿Qué encargo no aceptaría jamás? Quizá propaganda del tipo que sea, incluida mis propias convicciones. Para escribir hacen falta contradicciones, cambios de idea, discutirse.
¿Qué está socialmente sobrevalorado? La visibilidad en redes. ¿Cómo vamos a observar en estado de visibilidad constante?
¿A quién le daría el próximo premio Cervantes? A la poeta uruguaya Circe Maia, que se ha pasado la vida cultivando “cambios pequeños y tenaces”. Y también, aunque infrinja las normas, a Hebe Uhart a título póstumo.
De no ser escritor le habría gustado ser... De niño, heladero. De adulto, niño.
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