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Cerrado por defunción: una historia artística del rótulo comercial

El colectivo de artistas Paco Graco recolecta desde 2017 las gráficas comerciales de los negocios que cierran sus puertas. Dos exposiciones en Madrid recogen su investigación

Bauhaus
Una de las salas de la exposición en CentroCentro, en Madrid.Lukasz Michalak

En una nave de Santa Cruz de la Zarza, provincia de Toledo, el colectivo Paco Graco, fundado por cuatro artistas en 2017, conserva almacenados cientos de rótulos comerciales de los que van al tacho cuando al establecimiento le llega la hora del cierre. Como eso ocurre de manera cada vez más acelerada, no es raro que las exposiciones en las que podemos ahora contemplar algunos de esos rescates —en CentroCentro y La Casa Encendida, ambas en Madrid— incluyan cartelerías que dábamos por aún vivas en la calle. En su mayoría lo estuvieron hasta los años noventa, o más, y pueden producir —entre jubilados, sobre todo— una dulce melancolía. Sin embargo, su mayor interés no proviene del reencuentro con las cosas viejas, sino de una invitación al pensamiento.

Que las muestras se celebren en dos centros de arte; que la segunda, aunque bastante más modesta, se presente no obstante como instalación (“iteración”, dicen en su jerga los papeles informativos), y que el propio colectivo llame a su colección, algo ostentosamente, “patrimonio gráfico madrileño”, apunta a la clave del intríngulis.

También se puede contemplar en Soria, la capital más pequeña de España, otra exposición titulada El Collado. Paseo comercial a pie de calle, hilvanada a partir de la colección de fotos, carteles, facturas y prospectos reunidos por el coleccionista Tomás Pérez Frías. El público ha sido constante, han sido recordados los abuelos, la vuelta del tiempo ha sido revivida ilusoriamente. Pero ¿alguien ha pensado que estaba contemplando una exposición de arte? Esta es la cuestión que suscitan también las exposiciones madrileñas.

Rescate gráfico de la cervecería Marín (Madrid), que cerró en 2018 por jubilación, por el colectivo Paco Graco. 
Rescate gráfico de la cervecería Marín (Madrid), que cerró en 2018 por jubilación, por el colectivo Paco Graco. 

Una cuestión clásica. Al comienzo de Los pequeños burgueses, una novelita inacabada que iba a formar parte de las Escenas de la vida parisiense, Balzac lamenta que del Tourniquet Saint-Jean, arrasado por la construcción del nuevo Hôtel de Ville, no quede más existencia tipográfica que el propio rótulo de la calle, cuando antaño —”el viejo París”— las muchas cartelas comerciales repetían su imagen. “La odiosa especulación, desenfrenada…”, escribe Balzac. Y, en este aspecto, nada nuevo, si acaso la aceleración histórica, cuya mecánica explicó Koselleck. Pero lo que importa es la solución, si se puede decir así, que propone Balzac: “Ciertamente, de 10 años a esta parte, los gritos de la literatura no han sido vanos: el arte comienza a cubrir con sus flores las innobles fachadas…”. Así pues, la salvación a través del arte. Es decir, lo que antes formaba parte de las calles, de la realidad, es transmutado ahora en —como él mismo lo llama— el “cuadro de costumbres”, una fórmula literaria que ni pintada, por cierto, para lo que nos muestra Paco Graco. Se trata en ambos casos de una segunda vida. A cambio, claro, de modificar la naturaleza o la condición misma de los objetos.

Este cartelismo artesano y anárquico está a años luz de las tipografías de vanguardia que reflejaron una sociedad reformada

La crítica Rosalind E. Krauss también estudió a fondo la célebre operación conceptual, convalidada finalmente por el MoMA, que convirtió en arte —en arte surrealista— el ingente trabajo, en principio puramente documental, llevado a cabo por Eugène Atget en el viejo París, sus callejas medievales, sus tienduchas, las viviendas apretadas, justo antes de que desapareciera a favor de los anchos bulevares. Pero fue José Luis Pardo quien, a mi juicio definitivamente, en su libro Nunca fue tan hermosa la basura, acabó de explorar la cuestión. En el ensayo que daba título al volumen, constataba, enmendando una frase marxiana, que la riqueza capitalista, más que presentarse como “una inmensa acumulación de mercancías”, lo hace como “una inmensa acumulación de basuras”. Y todo lo que es desechado por la máquina de la producción y el consumo, venía a decir Pardo, se acumula más velozmente que lo que cuesta hacerlo desaparecer o, al menos, encontrarle un lugar apartado, neutral o invisible donde no nos ahogue.

Y ese —el lugar— es el auténtico eje sobre el que han de pivotar cuantas lecturas podamos hacer de todo esto que ha guardado y reunido encomiablemente Paco Graco y de lo que, en efecto, como dice el título de CentroCentro, “no va a quedar nada”. ¿Qué hacer con todo este material desechado por el tiempo y la producción irrefrenable? ¿Dónde lo ponemos? Hay una solución, venía a decir Pardo, consistente en dejar de considerar basura a la basura. Y las exposiciones lo sirven en bandeja: podríamos considerarlo, por ejemplo, arte, es decir, trasladarlo a ese nuevo lugar, o ese nuevo contexto en el que, una vez ingresado el objeto hasta ahora desahuciado, su ruina y su obsolescencia podrían quedar condonadas. Era la solución de Balzac.

Banner de la exposición 'No va a quedar nada de todo esto', en CentroCentro, Madrid
Banner de la exposición 'No va a quedar nada de todo esto', en CentroCentro, Madrid

Sin embargo, son los propios recicladores quienes salen al paso para desmentir esa intención dignificante. ¿Y entonces? La jerga cursi que todo lo envuelve en los templos artísticos (“gentrificación”, “crianza”, etcétera) insertará las palabras en una interpretación sociológica previsible, mucho más yerta que la profunda sustancia de vida —la ilusión, el dolor, la memoria— que duerme con este arsenal. El dueño de la charcutería no se propuso nunca “hacer barrio” o “hacer ciudad” cuando colocó el metacrilato más chulo que encontró como talismán de su éxito. Y el grafista, menos aún. Esto es la anti-Bauhaus, vulgar, artesana y anárquica, a años luz de las tipografías finolis que, en sus buenos tiempos de vanguardia, y con mayor o menor pretensión ordenancista, quisieron reflejar el advenimiento de una sociedad reformada.

En el espacio imposible del palacio de Cibeles, sede de CentroCentro, nos dejamos ir por recovecos que simulan pasajes y costanillas en los que destellan los nombres de las tiendas de revelado, las corseterías, los cines, las “carnecerías” (qué gran palabra perdida, con sus ínfulas y todo). Pero, en realidad, nadie querría, sospecho, quedarse una noche encerrado aquí en solitario, entre las pasarelas, los luminosos próximos a fundirse, su parpadeo espectral. Nadie quiere volver a ninguna parte. Y se dirá: en algún sitio había que exponerlo. Y es verdad. Y también es verdad que algo habrá que hacer con todo esto, ahora que ha sido rescatado.

‘No va a quedar nada de todo esto. Patrimonio gráfico madrileño’. CentroCentro. Madrid. Hasta el 10 de marzo de 2024.

‘Los rótulos de Paco Graco’. La Casa Encendida. Madrid. Hasta el 31 de marzo de 2024.

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