Hipólito, ‘Platero’ y tú
La comedia de Álvaro Tato, estrenada en Valladolid, pasa revista al retrato histórico, por lo general poco halagüeño, que la literatura escrita y la tradición oral ofrecen del burro
El perro es el mejor amigo del hombre, pero el asno fue su mejor sirviente siempre. Más frugal, sufrido, longevo y económico que el caballo, más apto también para soportar los climas áridos, el burro fue desde su domesticación, hará 6.000 años, hasta bien entrado el siglo XX, la fuente de energía que más esfuerzos ahorró al ser humano. Mientras que el caballo era patrimonio de minorías, el jumento sirvió de animal de tiro, de carga y de labranza de los comunes: fue el esclavo de la clase esclavizada. Las fábulas de tradición oral recogidas por Esopo y Samaniego dan idea de la prevalencia de este animal en el imaginario colectivo: es una de las tres especies que más a menudo aparecen en ellas. Burro, espectáculo estrenado recientemente en el Teatro Calderón de Valladolid, pivota en torno a la fructífera pero abrupta relación entre el pollino y el ser humano.
Protagonizada por Carlos Hipólito, la función comienza con un despertar misterioso: al desperezarse, su anónimo protagonista equino se apercibe de que ha perdido su sombra. La apertura de Hipólito en esta partida de ajedrez entre especie explotadora y especie explotada es atractiva y resuelta. Como hace 22 años interpretó a Patizanco, personaje central de Historia de un caballo, el actor madrileño tenía ya el terreno abonado para encarnar con viveza al pariente pobre del género Equus.
El espectáculo escrito por Álvaro Tato podría haber sido una fábula sobre la crueldad humana, tal y como apuntan sus primeras escenas, en las que se relata la era en la que los équidos vivían en libertad, su posterior sometimiento y la recurrencia con la que son apaleados, incluso después de muertos, pues la piel de su panza se usa para hacer panderetas. EO, de Jerzy Skolimovski, película ganadora en 2022 del premio del jurado del Festival de Cannes, muestra precisamente la brutalidad de la especie que se considera a sí misma hecha a imagen y semejanza de Dios, a través de la húmeda mirada de un pollino que solo en un circo encuentra un trato acogedor. Robert Bresson abordó idéntico tema con mirada más estoica en Al azar de Baltasar, film de 1966.
No se corresponde el provecho obtenido del burro con la estigmatización de su casta, palpable en refranes, proverbios y dichos populares: sus explotadores le denigraron de la misma manera que se denigró a la mano de obra esclava, para justificar el maltrato que se le daba. Si el burro era tan borrico, tan bestia, tan asno, se merecía los palos recibidos. El espectáculo dirigido por Yayo Cáceres, sin embargo, pronto se desvía de lo que apuntaba, para entretenerse en cien digresiones. Al cabo, viene a ser una antología de obras literarias compuestas en torno a este animal a lo largo de los tiempos: desde las fábulas de Esopo hasta Platero y yo, pasando por El asno de oro, de Apuleyo, y la anónima Misa del Asno medieval.
Burro, en definitiva, ofrece un paseo somero por la abundante literatura inspirada en este animal, sin más hilo conductor que la dramatización del incendio que acecha a su protagonista: es difícil justificar que este evoque tranquilamente la historia completa de su especie cuando un fuego lo amenaza. Con mucho oficio, Hipólito, entregado y bien acompañado, saca adelante cuanto se le encomienda.
Burro
Texto: Álvaro Tato. Dirección: Yayo Cáceres.
Logroño, 25 de noviembre.
Gira: Langreo, Toledo, Móstoles, Murcia, Madrid (del 17 de enero al 18 de febrero), Barcelona (8 de mayo al 2 de junio)…
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