Guillem Gisbert, cantante de Manel, lee la autobiografía de Jarvis Cocker: una vida contada como una amalgama de objetos
En ‘Buen Pop, Mal Pop. Un inventario’, el líder de Pulp desarrolla la idea de que la memoria de la gente normal es también una acumulación indiscriminada de elementos, que son aquí fotografiados y presentados al lector
Si Jarvis Cocker publicaba unas memorias, no podían ser un mazacote nostálgico y autocomplaciente. El joven nerdy de Sheffield que, después de más de una década intentando hacer carrera en la música con su banda Pulp finalmente alcanzó la fama a mediados de los noventa con discos como His ‘n’ Hers y Different Class, 30 años después sigue siendo un artista tenso y consistente. Y necesitaba un plan. ¿Cómo podía adaptarse al formato un sofisticado letrista de canciones que es alérgico a cualquier cursilería y un orgulloso militante de su oficio (de todas sus sentencias al respecto mi favorita es “la música pop es la prisión a través de la cual veo el mundo”)? ¿Sería reconocible su tono? En un desván largamente cerrado de su casa de Londres, ese tipo de cuartucho atiborrado de cosas que esperan a que llegue el día en que serán recuperadas, encontró la solución, el MacGuffin que desbloqueó la prosa del cantante.
Buen Pop, Mal Pop. Un inventario es la crónica del cribado de ese batiburrillo del desván londinense. La memoria de una vida es también una acumulación indiscriminada de objetos, que son aquí fotografiados y presentados al lector. Página tras página, lo aparentemente importante se sitúa al lado de lo que parecía desechable. Todo merece ser examinado con la misma consideración, la porquería tiene que ser respetada cuando lo que se explica es la formación de la sensibilidad de un artista pop. Cocker plantea un montaje saltarín, abrupto si es necesario, el único pecado es aburrir al público. La memorabilia —el cuaderno de ejercicios escolar donde el pequeño Jarvis garabateó la indumentaria de su futura banda, o el casete con la grabación del primer ensayo— convive con pastillas de jabón, catálogos de papel pintado y medicamentos. El anecdotario de la infancia y la primera juventud —los años de éxito quedan elegantemente fuera de campo— se va trenzando con reflexiones sobre arte, influencias y su proceso creativo. El resultado es divertido, ameno, seductor… Pop.
Las historias de los grupos de música son todas iguales y todas distintas, Cocker lo sabe. La suya contiene un padre que se larga, una madre que sale adelante, una sensibilidad que se queda atrapada en las ondas que salen de la radio de la cocina… Pero es en la trenza entre vida y reflexión donde el autor puede proporcionar claves más significativas para comprender su obra. Hay un esfuerzo por explicarse, una generosidad que ya mostró en la compilación de letras Madre, Hermano, Amante (Reservoir Books, 2012), donde revelaba secretos escondidos en sus canciones. Aquí se cuentan las bambalinas del truco en un sentido más amplio. Me refiero, por ejemplo, a las noches en The Limit, la discoteca presentada como el único rayo de luz en el Sheffield de mediados de los ochenta. Mientras la ciudad industrial atravesaba los años oscuros del thatcherismo el joven Jarvis aprendió “lo que la música le hace al cuerpo humano” o sea, el baile, y el songwriter en ciernes sumó nuevas facetas, muy reconocibles en esos sintetizadores o esos bombos sin complejos de Pulp. Y también me refiero al día en que Jarvis cayó desde una ventana y despertó del ensueño adolescente de pensar que los momentos decisivos de nuestras vidas se presentarán identificados con algún tipo de sello de calidad: estuvo a punto de morir, sí, pero el suceso no tuvo ninguna épica, simplemente pasó. Y, colgando del alféizar, Jarvis Cocker comprendió que debía redirigir su mirada y estar atento a las emociones que tenía a mano, porque nunca habría otras. No estuvo mal el trato: se rompió unos cuantos huesos pero ganó una voz.
Buen Pop, Mal Pop. Un inventario
Traducción de Eduardo Rabasa
Blackie Books, 2023
376 páginas. 29,90 euros
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