Benjamin: bello, rebelde y radical
Un monográfico recupera la figura del carismático músico y poeta ‘underground’ estadounidense, retratado bajo la intensa mirada del fotógrafo Michael Ackerman
Cabbagetown (pueblo de la col) es un nombre curioso para un barrio. Situado al sureste de Atlanta, se trata de uno de los asentamientos industriales más antiguos de la ciudad estadounidense, poblado, inicialmente y en su mayoría, por inmigrantes de los Apalaches. En una de aquellas destartaladas y estrechas viviendas de madera, hoy rendidas a la gentrificación, vivió Robert Dickinson, más conocido como Benjamin Smoke (1960- 1999, Georgia). Bello, rebelde y radical, lideraba la banda musical Smoke. Allí le conoció Michael Ackerman (Tel Aviv, 1967) después de una actuación. Era ya de madrugada cuando fruto de un desvelo, el fotógrafo pudo observar que en la otra habitación, rendido en el suelo, el músico dormía profundamente. “Ahora, 27 años más tarde, intento recordar cómo me sentí al verlo tan frágil”, rememora el autor. “Tome entonces una foto, le cogí entre mis brazos y lo llevé a su cama y salí a la luz del día a descubrir Cabbagetown”.
A aquel retrato inicial le siguieron otros ya una profunda amistas. Muchas de estas fotografías componen Smoke, la contundente publicación con la que se estrena la editorial francesa l’axolotl con el fin de revivir al romántico y dionisiaco poeta del underground. De él se dice que tenía la delicadeza y la belleza de un ángel. La voz rasposa, parecida al rugido de un león herido, cuyo desgarro a menudo es comparado al de Tom Waits. Sus baladas son equiparables a las melodías del mejor Nick Cave. El monográfico es también un tributo al viejo Cabbagetown; una barriada donde “los niños construyen karts, van pronto a la cárcel y ven a sus padres consumir muchos inhalantes”, aseguraba Benjamin. Un retroceso en el tiempo a través de la fantasmagórica y alucinógena atmosfera la que nos tiene acostumbrados Ackerman: oscura, granulosa y atemporal, libre de constricciones, más allá del buen o del mal gusto, de lo avieso o de lo correcto.
Ackerman conoció al músico por mediación del cineasta Jem Cohen, director, junto a Peter Sillen, del documental Benjamin Smoke (2000). El rodaje se prolongó a lo largo de diez años, durante los cuales el fotógrafo colaboró en varias ocasiones con los cineastas. De ahí que muchas de las imágenes que incluye el libro sean fotogramas de la película. Por entonces Ackerman aún no había publicado End Time City (1999), el intenso y crudo retrato de Benarés que consolidó su prestigio dentro del escenario de la fotografía. Un recorrido que discurre entre la ensoñación de un cuento de hadas y la oscuridad de una pesadilla en una ciudad donde la vida se enaltece a través de muerte. Características que sirven para definir la atmósfera que envuelve a Smoke, donde la ternura se encuentra con la aspereza de la vida, y la esclarecedora aceptación de la existencia con la desesperación.
Aunque nació en Israel, el fotógrafo estadounidense creció y vivió en Nueva York. En la actualidad reside en Berlín. Es precisamente de su condición de outsider de donde proviene su interés por el lado más frágil y vulnerable del ser. La fotografía es para él un acto de revelación, un reconocimiento de que la verdad no se encuentra en las profundidades de lo oculto sino en las señales de lo improvisado. La publicación incorpora diversos elementos donde el tiempo se manifiesta de distintas formas: dobles exposiciones e imágenes veladas por un halo de irrealidad que potencian su poder visual devolviéndonos a su protagonista al presente; hojas de contacto, polaroids, reproducciones del cuaderno del autor con las letras de sus canciones, las enmohecidas fotos del archivo del cantante, una carta azul y una postal roja escrita por su amiga Cat Power, un dibujo de Magdalena Franczak, así como el nebuloso retrato realizado por el fotógrafo Adam Cohen de un Benjamin ya muy consumido por la enfermedad.
“Este libro es un álbum familiar al que le faltan páginas; un álbum de recortes del Cabbagetown de Benjamin”, escribe Cohen en uno de los textos que incluye el monográfico. El músico “ha dejado atrás el mundo heterosexual. Habla en hermosos círculos. Habla del pulpo, de su alteridad, de su inteligencia, de su ejemplo...”. A los nueve años el cantautor comenzó a sentirse atraído por el mundo drag. Horses, el primer álbum de Patti Smith, fue su biblia en Nueva York, donde se instaló a los 18 años y consiguió trabajo barriendo el CBGB, el conocido club punk. A su regreso a Georgia formó parte de distintos grupos musicales. Fue con Smoke cuando se alzó como una estrella queer del rock & roll. En 1994 sacó su primer elepé, Heaven on a Popsicle Stick. Un año más tarde, como si de una lucha con el tiempo se tratara, la crítica alababa Another Reason to Fast. Pocos los sabían, pero al resultado de una vida de duro consumo de drogas se sumaba el sida y la hepatitis C. Su ídolo, Patti Smith, acabaría yendo a uno de sus conciertos. En 1997, el día en que, durante una actuación en Atlanta, la cantante le invitó a él y a su banda a subir al escenario, Benjamin tocó por primera vez el cielo con las manos. Murió casi dos años después, un día después de su 39 cumpleaños. La artista estadounidense escribió su epitafio, Death Singing:
¿Has visto la muerte cantando?
Con una garganta suave como un cordero
Sin embargo seco como una rama sin romper
Echa la cabeza hacia atrás
Y no canta una cosa triste
¿Has visto la muerte cantando?…
‘Smoke. Michael Ackerman’. Editions l’axolotl. 136 páginas. 65 euros.
Puedes seguir a BABELIA en Facebook y X, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.