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La humildad de construir sembrando

Jeanne Gang, Lina Ghotmeh y Tatiana Bilbao marcan la senda del urbanismo que viene: reparación física, reconquista social y diálogo con la naturaleza

Representación digital del Centro Nacional de Danza de Tours (Francia), de la arquitecta libanesa Lina Ghotmeh.
Representación digital del Centro Nacional de Danza de Tours (Francia), de la arquitecta libanesa Lina Ghotmeh.Lina Ghotmeh
Anatxu Zabalbeascoa

Dos de los edificios más sorprendentes —el espectáculo se ha convertido en anatema en la arquitectura del siglo XXI— inaugurados en lo que va de año son reformas. Como los cruces que se dan en la naturaleza, los inmuebles que parten de otros son una constante en la historia de la arquitectura. Esa puesta al día implica a veces un destrozo, otras una transformación, rara vez un ejercicio de humildad y, tal vez con demasiada frecuencia, la construcción de una duda.

Las dudas son edificios que ni acompañan ni molestan. Más que abrir caminos o dialogar, emiten un mensaje recatado. Cuando proliferan esas dudas, las ciudades se desvanecen. Desaparece de ellas la visión que levanta una identidad.

La ampliación del Museo de Historia Natural de Nueva York, firmada por Studio Gang, da un volantazo escenográfico a ese panorama de “sí pero no” con una estructura que reivindica un uso libre del hormigón. Esa libertad, en manos de Jeanne Gang, no es soberbia sino humildad. Parte de atender a las leyes de la naturaleza antes que a las de la geometría. Así, la imagen cavernícola y sin embargo luminosa del Gilder Center amplía el museo con una estructura de hormigón proyectado sobre las barras de refuerzo estructurales. “Esa técnica —el shotcrete— la ideó hace un siglo un taxidermista llamado Carl Akeley”, explica. Eso hace la naturaleza: mantener el conocimiento vigente.

Vista aérea del Arkansas Museum of Fine Arts, diseñado por Jeanne Gang.
Vista aérea del Arkansas Museum of Fine Arts, diseñado por Jeanne Gang.Iwan Baan

Lejos de domesticar la naturaleza, Jeanne Gang (Belvidere, Illinois, 1964) ha buscado aprender de ella. El estudio de la autora de la Torre Aqua y la Torre Vista de Chicago trabaja en la ampliación de uno de los aeropuertos con más tráfico del mundo —O’Hare, en su ciudad—. Y ha concluido otro proyecto que resuelve un problema parecido al de Nueva York: la necesidad de ampliar, reformar y poner al día haciendo algo más que no molestar. El Arkansas Museum of Fine Arts lleva la sorpresa al techo. Como una escultura, una cubierta de hormigón se repliega para unir los ocho inmuebles que han ido sumándose al museo original de 1937. El hormigón se extiende en voladizos que amplían el museo hasta el parque vecino. Esa idea, sumarse a un espacio natural, no es decimonónica —como unir el Prado y el Retiro o el Louvre y las Tullerías— sino clave en el siglo XXI: reparar para subrayar la vocación pública de las instituciones.

Otra arquitecta que ha optado por reparar es la libanesa asentada en París Lina Ghotmeh. La autora del Pabellón de la Serpentine, que todavía puede visitarse en Londres, concluirá este otoño el Centro Nacional de Danza de Tours (Francia), llevando la capacidad expresiva de la danza a la vitalidad de su edificio. ¿Cómo se traduce vitalidad en arquitectura? Buscando el futuro en el pasado, dice ella. No son “referencias”, es una decisión física: su centro se levanta con restos materiales de antiguos barracones militares.

Tatiana Bilbao trabaja en el Botánico de Culiacán con un plan maestro inspirado en un árbol tropical, el huanacaxtle

Hay una tercera arquitecta trabajando en lo que ella misma ha bautizado como “un paisaje social”. En México, Tatiana Bilbao lleva una década reconstruyendo el Jardín Botánico de Culiacán, al noreste del país. Bilbao habla de “reconciliar la naturaleza con el orden arquitectónico”. Como Gaudí demostrara en el parque Güell, se trata de una tarea imposible de realizar sin la ayuda del tiempo, ese gran escultor. Pabellones conviviendo con palmeras, bambúes junto a esculturas, auditorios y senderos topográficos. La arquitecta y su equipo trabajan en el nodo sur siguiendo un plan maestro inspirado en la ramificación del huanacaxtle, un árbol tropical.

Emparentado formalmente con la Casa da Música de Oporto, pero multiplicado en escala, The Factory, el nuevo icono de OMA, se inaugurará en octubre. Facetada y troquelada por un gran ventanal, la sede del Festival Internacional de Mánchester habla un idioma macro y global. Acogerá danza, ópera, conciertos y exposiciones. ¿Cómo? “Gracias a las nuevas tecnologías”, responden los arquitectos. Y una no puede dejar de pensar en los 20 años que dedicó Utzon a que su icónico auditorio de Sídney hiciera convivir ópera y música sinfónica. Cerca de ese símbolo, el estudio Moreau Kusunoki trabaja en el Powerhouse de Parramatta, un nuevo barrio al oeste de la ciudad australiana que Utzon no llegó a intuir. Cuando se inaugure en 2024, será un museo enjaulado en una celosía estructural, un exoesqueleto que le permite dotar a los interiores de amplitud ininterrumpida. Moreau y Kusunoki hablan de “un vehículo social y un vínculo cívico”. ¿Qué describen? Un museo levantado junto a un parque.

Hoy no hay cultura sin espacio público. La creación se acerca a la naturaleza desdiciendo el peor de los equívocos urbanísticos: el que opone lo urbano a lo vivo. Son muchos, muchas, las arquitectas que están revisando, como hicieran Aino y Alvar Aalto, la modernidad desde ese punto de vista: el más humilde, el que, lejos de imponer, construye sembrando.

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