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El alegato contra el culto al ejercicio de Lionel Shriver

Tras abordar la maternidad (de un hijo maléfico), analizar la obesidad en la sociedad moderna y desangrar el capitalismo, la escritora ataca sin piedad la última moda existencial, hacer deporte

Lionel Shriver
Miles de participantes en la 50º edición del maratón de Nueva York, el 7 de noviembre de 2021.Scott McDermott (New York Road Runners / Getty Images)
Laura Fernández

Cada novela de la siempre titánica y feroz Lionel Shriver (Carolina del Norte, 66 años) es un combate. Es lo que ocurre en el ring de boxeo que ella dispone y en el que la idea —aquello que el mundo está haciendo, sea lo que sea, consigo mismo, y que a la autora no le gusta nada en absoluto— es un rival a batir, y la escritora, quien finalmente alza el puño tras la victoria porque no ha sido ella quien ha mordido el polvo. Shriver se lanza una y otra vez a la yugular de lo que sea que se proponga dinamitar, y lo hace pedazos. El tema es siempre algo espinoso, incómodo, oportunamente polémico. Pensemos en la forma en que se nos presentó, allá por 2007, con el insoportablemente perfecto y brutal Tenemos que hablar de Kevin, una de las más rabiosas novelas epistolares jamás escritas, y una que se preguntaba (y se respondía) qué consecuencias podía tener una maternidad tardía, inútil y odiosa. Esto es, una basada en el odio y el incordio del bebé claramente no deseado pero impuesto por la sociedad. Porque sí, el enemigo final de cada novela de Shriver es la sociedad, y sus costumbres gregarias.

Se diría que Shriver lleva luchando contra cualquier idea de lo preconcebido desde que tiene edad legal para hacerlo. A los 16, se cambió de nombre por su propia cuenta. Tenía un nombre que ella siempre consideró ridículo. Maggie. Es decir, Margaret. Así que se fue a un registro civil y pidió, legalmente, que a partir de entonces fuese conocida para todo el mundo como Lionel, un nombre con el que se sentía a gusto. Un nombre que nada tenía que ver con nadie más que consigo misma. La sensación, teniendo en cuenta que en cada novela ha atacado algo relacionado con cosas que en ese mismo momento podría estar viviendo —escribió Tenemos que hablar de Kevin, por poner un ejemplo, en la edad en la que podría haber concebido tardíamente a un hijo, y desde la dedicatoria parece decirse a sí misma que hizo bien —Para Terri, una de las peores situaciones posibles, de la que nos libramos las dos—, es que elige un camino y luego transita el otro para preguntarse qué podría haber ido mal. O simplemente ataca una situación cercana, y horrendamente absurda, para tratar de explicársela.

La protagonista de todas esas novelas cambia de nombre pero no es otra que ella misma. Siempre una profesional liberal, una ‘freelance’, que nada le debe a nadie, excepto a sí misma,

Esto último lo hizo con Big Brother, la novela que dedicó al problema de la obesidad en Estados Unidos. Tomó la historia de su hermano y la convirtió en una diatriba contra su país, y la forma en que se narcotiza a cierta clase social con la comida, y sus desmesurados usos. Machacó el sistema sanitario en Todo esto para qué, novela en la que, además, analizó aquello en lo que se convierten los sueños cuando se espera demasiado —en nada, por supuesto, o peor: en algo que reprochar al otro—, y desangró el capitalismo moribundo y desesperado y hasta la propia idea de distopía social pseudocomunista en Los Mandible. En ningún caso se esconde. La protagonista de todas esas novelas cambia de nombre pero no es otra que ella misma. Siempre una profesional liberal, una freelance, que nada le debe a nadie excepto a sí misma, y que, por lo tanto, puede descuartizar todo aquello en lo que los demás creen por formar parte de un colectivo. En esta ocasión, la más funcional y al hueso de todas, el colectivo en cuestión es el de los runners, y, por extensión, el de todos aquellos que han convertido el deporte en la única cosa (absurda) que puede salvarles.

Serenata, una lectora profesional de audiolibros —y voz de personajes de videojuegos—, ha sido, desde adolescente, una amante del deporte, y ha entrenado en solitario por el placer de hacerlo. Un placer que, se confiesa, en realidad nunca ha sido tal. Porque lo que gusta del ejercicio es el posejercicio. Con las rodillas fastidiadas, y habiendo cumplido los 60, se pregunta qué hay detrás del furor contemporáneo y necesariamente colectivo por el deporte, y descubre su lado oscuro cuando su marido, que jamás se había calzado siquiera unas deportivas, se apunta a una maratón, cumplidos los 66 años —curiosamente, la edad que debía tener su marido, Jeff Williams, mientras la escribía, y a quien, por cierto, se la dedica: sí, en las dedicatorias de Shriver hay una suerte de autobiografía nada encubierta—. ¿Y si el culto al cuerpo es el culto al vacío? ¿Y si lo que se tiene, a cierta edad, es miedo a no importar? ¿Y si la Iglesia del Ejercicio Físico está prometiéndonos lo que exige la Era de la Productividad Infinita, esto es, tener siempre algo que hacer, y jamás alcanzar una meta perdurable, definitiva?

¿Qué va a librar a todos esos deportistas de una colección de prótesis en un futuro no tan lejano como imaginan? ¿Nadie está advirtiendo que sentirse invencible no te convierte en invencible?

Tan lúcida como siempre, pero menos literaria que de costumbre —la trama es mínima, las peroratas y los enfrentamientos directos, inacabables, hasta el punto de que podría montarse sin dificultad una obra de teatro que fuese puro combate—, Shriver arremete sin piedad contra la última moda existencial, y señala uno a uno sus defectos, y adelanta sus consecuencias porque ¿acaso no es el cuerpo algo que se desgasta? ¿Qué va a librar a todos esos deportistas de una colección de prótesis en un futuro no tan lejano como imaginan? ¿Nadie está advirtiendo que sentirse invencible no te convierte en invencible? De fondo está, como siempre, el miedo a no ser como los demás de cada uno de los miembros de esa sociedad a la que Shriver considera casi otra especie. Como otra especie la juzga, y ajusta cuentas con ella, atacando, también, hasta el último rincón del buenismo contemporáneo, disparando a discreción contra, sí, el enorme dinosaurio de la opinión pública, decidido a no moverse una vez lo ha hecho porque cambiar de posición resultaría incómodo una vez se ha decidido por la única adecuadamente posible hoy. Aunque el juego de piernas no sea tan brillante esta vez —la novela despega sólo a medias, todo el tiempo—, la ferocidad sigue intacta, y su valor es cada vez mayor. Porque nadie más batalla así contra el exceso de absurdo de la sociedad contemporánea.

Portada de 'El movimiento del cuerpo a través del espacio', de Lionel Shriver. EDITORIAL ANAGRAMA

El movimiento del cuerpo a través del espacio

Lionel Shriver
Traducción de Daniel Najmías
Anagrama, 2023
392 páginas. 21,90 euros


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Sobre la firma

Laura Fernández
Laura Fernández es escritora. Su última novela, 'La señora Potter no es exactamente Santa Claus' (Random House), mereció, entre otros, el Ojo Crítico de Narrativa y el Premio Finestres 2021. Es también periodista y crítica literaria y musical, y una apasionada entrevistadora de escritores y analista de series de televisión.

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