Los Conway, la familia de los sueños rotos
Àngel Llàcer firma un montaje de la obra de J. B. Priestley con una propuesta diáfana que no acaba de funcionar
El tiempo es implacable para todos. Que se lo digan a la familia Conway. El dramaturgo y novelista inglés J. B. Priestley escribió Time and the Conways en 1937, texto que se puede incluir en sus “obras del tiempo” junto a títulos como Esquina peligrosa, Yo estuve aquí antes o Ha llegado un inspector. Los Conway viven despreocupadamente y con gran jolgorio en su mansión, felices y saltarines, y durante tres actos comprobaremos cómo el paso del tiempo no es el mejor aliado de los sueños de cada uno de ellos. Àngel Llàcer firma el montaje en el Teatre Nacional de Catalunya (TNC), 30 años después de una puesta en escena muy recordada (y seguramente idealizada) que dirigió Mario Gas en el Condal. Las comparaciones son odiosas, y no hemos venido aquí a hacer crítica comparada. La propuesta de Llàcer es muy clara; de hecho, es tan diáfana que resulta fácil detectar por qué no acaba de funcionar.
El primer acto es tan alegre, tan voluntariamente sobreexcitado, chillado y eufórico que no sabemos si estamos viendo dibujos animados o una parodia de una película antigua (y doblada). Grititos, mohínes, carrerillas y muchas risas de los esforzados intérpretes acaban empachando al sufrido espectador. Una de las grandes bazas del montaje es la impactante escenografía de Marc Salicrú, el gran triunfador de la noche: como una gran casa de muñecas, la mansión de los Conway está repleta de muebles, alfombras, sillones y cuadros de sus antepasados. Horror vacui a todo color, entre el gabinete de curiosidades y una peli de Wes Anderson. Este aire de cuento infantil del primer y el tercer acto contrasta con el segundo, donde la casa es reducida a su mínima expresión y parece flotar en el gran espacio vacío (casi cósmico) de la Sala Gran del TNC.
El primer acto es tan alegre y sobreexcitado que no sabemos si estamos viendo una parodia de una película antigua
Bàrbara Roig como Kay (de hecho, la protagonista) y Biel Duran en el papel de Alan (el más chejoviano de la familia) son los dos intérpretes que salen mejor parados en una propuesta bastante irregular y con algunos fallos de reparto. Màrcia Cisteró es una excelente actriz, de esto no cabe ninguna duda, pero es demasiado joven para interpretar a la señora Conway, y en el segundo acto parece que su hija novelista haya envejecido más que ella. Roser Vilajosana subraya tanto la ilusión de Carol que acerca el personaje a la caricatura, y Ferran Vilajosana como Ernest recuerda, a ratos, a un personaje de la mítica serie inglesa Allo, Allo.
Junto con la escenografía, lo más emocionante de la propuesta son los cambios a vista entre acto y acto, realizados por los técnicos del teatro. El paso del tiempo ejemplificado con un vestido, una peluca, y paredes que suben y bajan. Ver el truco en directo siempre es un placer visual, tanto para el espectador neófito como para el más experimentado.Un gran y burgués piano de cola preside la casa de los Conway, y es la excusa perfecta para terminar el montaje con una canción. Llàcer sabe acabar los espectáculos en alto, y la imagen de la casa que se aleja (como el pasado de Kay) tiene muchísima fuerza visual y poética. Es difícil no emocionarse con este final, que cada espectador puede relacionar con su propia historia familiar. La infancia, los sueños, las aspiraciones…, la felicidad que tuvimos ya no volverá.
‘El temps i els Conway’. Texto: J. B. Priestley. Dirección: Àngel Llàcer. Sala Gran. Teatre Nacional de Catalunya. Barcelona. Hasta el 21 de mayo.
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