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GUERRA DE UCRANIA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Relato carcelario de un disidente ruso

Iliá Yashin, condenado por su oposición a la guerra de Ucrania y a la política de Putin, narra su traslado a una prisión a 1.200 kilómetros de Moscú. En su voz resuena el eco de los grandes escritores del Gulag soviético

Iliá Yashin hace el gesto de la victoria dentro de un cubículo de cristal en un juzgado de Moscú el 9 de diciembre de 2022.
Iliá Yashin hace el gesto de la victoria dentro de un cubículo de cristal en un juzgado de Moscú el 9 de diciembre de 2022.Yury Kochetkov (AP)

El político ruso Iliá Yashin descubre una nueva faceta de su personalidad en estos apuntes dedicados a una de las etapas de su traslado hacia los penales del interior de Rusia, tras ser condenado el pasado diciembre a ocho años y medio por su firme posición contra la guerra y por atreverse a mostrar un reportaje de la BBC sobre los crímenes cometidos en la localidad de Bucha (Ucrania) durante la ocupación rusa.

Consciente de los riesgos a los que se exponía, el político, que cumplirá 40 años el próximo julio, decidió quedarse en su país y, el pasado abril, en su canal de Youtube, pidió la formación de un tribunal para juzgar a Vladímir Putin, “el principal verdugo de esa guerra”.

En estos apuntes de viaje ágiles y cargados de humor, Yashin une su voz a la de otros escritores rusos que sufrieron la experiencia del Gulag. Desde Kazán, donde concluye la etapa descrita, Yashin ha sido trasladado a Izhevsk y en aquella localidad, a más de 1200 kilómetros al Este de Moscú, se prepara para un nuevo traslado a un lugar más inhóspito y alejado de sus seres queridos y sus abogados. Escribir es para él una forma de resistir. Pilar Bonet

En la celda chirrió la ventanilla de la puerta y la guardiana pronunció en un susurro sonoro: “Yashin, recoja sus cosas.Lo espera el convoy”.

Despegué los ojos como pude y miré el reloj. Las cinco de la mañana.

“Yashin, lo espera el convoy” –repitió la mujer, tratando de no despertar al resto de los compañeros de celda. –Tiene 15 minutos.

***

En recepción se amontonaban los presos, mendigando un cigarrillo unos a otros. Alguien dormitaba tirado sobre unos sacos, otro garabateaba un crucigrama y un tercero manoseaba unas cuentas. Entró el oficial con un paquete de expedientes personales y nos informó del itinerario del convoy: Vladímir y Kírov, con destino final en Kazán. Las dos primeras regiones eran famosas por sus duras condiciones, pero en Tartaristán el régimen era más llevadero.

El oficial captó mi muda pregunta y dejó caer la mirada sobre los documentos: “Parece que Udmurtia, amigo –soltó–. No es un sanatorio, pero tampoco es Kírov. Soportable”.

***

El camión Kamaz quedó pegado a la entrada y los zek, los presos, saltaban por orden al vagón, un medio de transporte que desde hace más de un siglo llaman popularmente “Stolipin”. Ocho compartimentos separados por un pasillo con una reja y en cada espacio seis literas en tres pisos. Ni almohadas, ni sábanas, ni ventanas tampoco.

Retrete y agua hirviendo tres veces al día, según el horario.

Me entregaron dos raciones de viaje, hecho que indicaba que el trayecto sería de dos días. Observaba el tren y recordaba a Piotr Stolipin, el jefe de gobierno del zar. Un hombre que había realizado grandes reformas, un conocedor de su gran país. Pero el pueblo lo recuerda por este vagón penitenciario. Pregunte a cualquier preso: ¿Quién es Stolipin? y le dirá sin pensarlo dos veces: “¡Vaya pregunta, un vagón!”.

***

El viaje resultó divertido y ruidoso, pues unas muchachas ocuparon dos de los compartimentos. Las embarcaron las primeras; las chicas se instalaron cómodamente en las literas superiores y examinaban al personal que la escolta mandaba de uno en uno al vagón.

“¡Uy, chicas, mirad a este, parece simpático!”.

“Pues antes había pasado un intelectual: llevaba gafas. Un estafador sería”.

Los muchachos las miraban de reojo, sorprendidos al oír voces femeninas. Pero al cabo de un par de horas todos se interpelaban divertidos entre gritos y se intercambiaban direcciones. Al llegar la noche, muchachos y muchachas acordaban quién se casaría con quién y quién esperaría al otro después de la condena. La situación evocaba un viaje de colonias de pioneros, pero los comentarios sobre las causas criminales nos devolvían a la realidad.

Una muchacha le había cortado el cuello a un compañero de borrachera, a otras las habían encerrado por tráfico de drogas. Los hombres tenían condenas más variadas: atraco, robo de vehículo, hurto…

***

En el compartimento de al lado resultó que viajaba el abogado Dmitri Talántov, a quien habían detenido por el mismo artículo del Código Penal que a mí, un texto contra la guerra publicado en las redes sociales. Nos comunicábamos a través de la reja. Hablamos de todo, de esto y de lo más allá: de política, de historia, de literatura…

En cierto momento Talántov se puso a recitar a Brodsky.

El guardián que pasaba por allí se detuvo para escuchar.

“¡Oye, ¿pero tú quién eres?! – se dirigió a Dmitri.

“Yo soy el presidente de la Cámara de Abogados –respondió Talántov. – ¿Y tú?”

“¿Yo? Un madero”–, suspiró el oficial y siguió su camino.

Texto de Iliá Yashin aparecido en Telegram y Messenger el 11 de enero de 2023. Traducción de Ricardo San Vicente.

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