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‘La palabra ambigua’: maneras de ser intelectual en España

David Jiménez Torres presenta una investigación sobre cómo el término se ha redefinido a lo largo de más de 130 años: de la generación del 98 a la toma de posición respecto a ETA

La palabra ambigua
Alejandro Lerroux, José Giral Pereira, Miguel De Unamuno, Luis Jiménez de Asúa y José Ortega y Gasset, en 1933.Keystone-France (Gamma-Keystone / Getty Images) (Gamma-Keystone via Getty Images)
Jordi Amat

Lo fácil son los intelectuales de trayectoria recta. Lo difícil es la peripecia de quienes zigzaguearon en los márgenes del discurso central de la modernidad. David Jiménez Torres emprendió el camino difícil: dedicó su tesis a la trayectoria de Ramiro de Maeztu, el prosista que transitó del anarquismo nietzscheano hasta desembocar en un nacionalismo exaltado y refundador de la tradición reaccionaria hispana. Su brillante monografía Nuestro hombre en Londres, centrada el papel de Maetzu como mediador entre las culturas española y británica a lo largo de la Edad de Plata, acababa con un guiño al presente. Si la crisis del 2008 había sido la activadora principal de la aparición de movimientos populistas cuya pretensión era “redefinir la geografía política establecida”, Maetzu era ejemplar como caso de estudio para comprender cómo se producen esas mutaciones ideológicas en profundidad. De alguna manera aquel regeneracionista transformado en antimoderno era un prototipo para descubrir el modo en el que un ideólogo participa del debate público y redefine la cultura política gracias a su influencia. Sería uno de los modelos más perfectos de intelectual.

El dramaturgo Alfonso Sastre en Madrid en enero de 2007.
El dramaturgo Alfonso Sastre en Madrid en enero de 2007.Bernardo Pérez

Tras El mal dormir, Jiménez vuelve a su tema de investigación: los intelectuales españoles. No presenta exactamente una historia de los intelectuales, sino una investigación de matriz filológica sobre cómo la palabra se ha redefinido en España a lo largo de más de 130 años. Porque aquí se descubre que de la figura del intelectual ya se hablaba antes de su bautismo oficial con la publicación del J’accuse de Émile Zola a principios de 1898. Fue a finales de la década de 1880, como ocurrió con otras lenguas, cuando empezó a normalizarse el uso de la palabra. Y casi de inmediato lo hizo con una de las constantes que irán prácticamente asociadas a su constante aparición impresa: el discurso contra los intelectuales. Nadie parecía estar cómodo con la denominación. “¿Intelectual yo?” se preguntaba Unamuno. Azorín tuvo el honor de ser el primero sobre quien se proyectó la idea del “intelectual traidor”. En grandes novelas de Baroja, si el protagonista tenía rasgos de intelectual, eran jóvenes varones con déficits de virilidad. Y en 1916 Ortega —el intelectual que ha definido el modelo— sentenciaba que “en esta fecha en la que escribo, sépanlo los investigadores del año 2000, la palabra más desprestigiada de cuantas suenan en la Península es la palabra ‘intelectual”. Pero, a pesar de ello, a pesar de sentenciar su muerte en diversas ocasiones, el intelectual ha sido omnipresente en nuestra conversación pública.

No hay forma de evidenciar cuánto influye el discurso intelectual en la redefinición de la geografía política, pero si fuesen irrelevantes no generarían tanta aversión. La del dictador Primo de Rivera tuvo continuidad con el discurso de los publicistas que legitimaron la insurrección militar antirrepublicana atacando a los intelectuales de la tradición liberal. Hasta la Transición seguramente ese fue el gran tema de nuestro tiempo en relación con los intelectuales en España y el significado de la palabra: si el molde a partir del cual esa figura se definía o se impugnaba o se pretendía substituir era la de una tradición institucionista opuesta a la de una tradición reaccionaria con dificultades para dotarse de un discurso intelectual potente. Lo formuló Santos Juliá en el clásico Historia de las dos Españas. La querella reaparece en La palabra ambigua ampliando la cronología e incorporando asuntos claves de nuestra democracia: la relación de los intelectuales con la televisión y el Estado cultural institucionalizado por el PSOE, el posicionamiento en relación con ETA (lo de Alfonso Sastre es grotesco) y, por fin, la consideración de las mujeres intelectuales. Es una discusión apasionante, infinita, abierta como la definición de la palabra.

Portada de 'La palabra ambigua. Los intelectuales en España (1889-2019)', de David Jiménez Torres. EDITORIAL TAURUS

La palabra ambigua. Los intelectuales en España (1889-2019)

Autor: David Jiménez Torres.


Editorial: Taurus, 2023.


Formato: tapa blanda (288 páginas, 18,91 euros) y e-book (8,54 euros).

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Sobre la firma

Jordi Amat
Filólogo y escritor. Ha estudiado la reconstrucción de la cultura democrática catalana y española. Sus últimos libros son la novela 'El hijo del chófer' y la biografía 'Vencer el miedo. Vida de Gabriel Ferrater' (Tusquets). Escribe en la sección de 'Opinión' y coordina 'Babelia', el suplemento cultural de EL PAÍS.

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