Ilse Bing, una fotógrafa pegada a una Leica
Durante décadas la artista alemana permaneció prácticamente en el olvido. La exposición ‘Ilse Bing’ recorre su obra, una mirada difícil de encasillar donde modernidad e innovación formal confluyen con la consciencia social
Cuando en 1936, Ilse Bing (Fráncfort, 1899- Nueva York, 1998 ) llegó por primera vez a Nueva York, hacía ya cuatro años que su prestigio había atravesado el Atlántico de la mano de Julian Levy, uno de los galeristas que más contribuyó a definir su tiempo, y cuyo olfato no solía fallar. En esta ocasión, la apodada “reina de la Leica” llegaba con el fin de exponer en la June Rhodes Gallery. Tan entusiasmada como sobrecogida por la escala y el ritmo que los edificios ofrecían a sus cuidados encuadres, a lo largo de tres meses la artista fotografió la ciudad. De aquellos días data New York, the Elevated and Me, la fotografía que abre la retrospectiva que la Fundación Mapfre dedica a la artista, Ilse Bing. Un autorretrato donde quedan expresadas muchas de las características que definen una obra que si bien se vincula a las corrientes fotográficas de la época, a la Nueva Visión, a las enseñanzas de la Bauhaus, y al surrealismo, escapa a cualquier ortodoxia visual.
Tomada desde una plataforma elevada del metro, la imagen se construye a través de las fuertes líneas diagonales que dibujan los tejados, y las vallas publicitarias de la estación. Unas líneas que acentúan el ritmo de la ciudad y subrayan la asincronía de un paisaje coronado por la imponente silueta de los rascacielos de Manhattan. El cielo, claro y nítido, contrasta con el oscuro techo de la plataforma, bajo la cual, atrapada dentro del reflejo de la cubierta circular de una balanza, queda reflejada la imagen de la fotógrafa. Parecería como si la fotógrafa fuese la única persona en el lugar. Se trata de una indagación sobre la relación del ser humano con la ciudad, la observación imparcial y distante de una foránea que cinco años más tarde regresaría junto a su marido, el pianista Konrad Wolff, también judío, escapando de la persecución nazi, tras su deportación a un campo de concentración en el sur de Francia.
“En Nueva York las fachadas tienen los ojos cerrados, es una pared con agujeros, no se puede entrar. Las fachadas parisinas están abiertas, son trasparentes. Y la vida detrás de esas paredes también sale, penetra en las calles”, advertía la fotógrafa. Su distintiva forma de mirar la arquitectura y el sentir de las urbes definiría el quehacer artístico de esta fotógrafa alemana que abandonó los estudios de historia de arte en Fráncfort y una tesis dedicada a Friedrich Gilly, un arquitecto neoclásico de finales del siglo XVIII, para dedicarse de lleno al medio fotográfico. Al igual que ocurría en la obra de Gilly, en Bing el uso de la formas geométricas se combina con la emoción. Su fascinación por los planos picados y los ángulos pronunciados, por los contrastes, así como por la abstracción, no implican la exclusión de un componente humano. “Estamos ante una mirada y una concepción de la fotografía harto singulares en la que modernidad e innovación formal van de la mano de un talante humanista en el que anida una conciencia social “, escribe Juan Vicente Aliaga, comisario de la exposición, en el catálogo que la acompaña. Así, su mirada frente al espectáculo arquitectónico de Nueva York nunca fue del todo complaciente. “La pujanza del poder simbólico de la arquitectura vertical queda en entredicho al verse yuxtapuesto a espacios y locales humildes”, advierte el comisario.
Bing ejemplifica a la nueva mujer del periodo de entreguerras; su cámara no fue solo un vehículo de expresión artística sino también de autodeterminación. Admiraba la obra de Florence Henri, la tendencia de esta alumna de la Bauhaus por indagar en las relaciones espaciales, el sugerente uso que hacía de los espejos para dar cabida a nuevas perspectivas, y su riguroso control de la composición. Sin embargo, que Bing tomara como ejemplo a una fotógrafa que hacia de las composiciones puras el eje de su trabajo y cuyo espacio de creación se limitaba al estudio es algo que un principio podría sorprender de una “entusiasta de lo dinámico y el movimiento de la vida, es decir de la palpitante y cambiante realidad”, subraya el comisario. Detrás de esa admiración estaba también el hecho de que el escenario donde Henri desarrollaba su arte era París.
Cuando en 1930 Ilse Bing llegó a París, su tendencia a mirar al suelo, en busca de elementos que pasaban desapercibidos y que habían quedado reunido por el azar, se acentuó. Una práctica que en cierta forma encajaba dentro de la representación del objeto no literal sino envuelto en el enigma promulgado por los surrealistas y que conllevaba una intensa explosión poética. De igual forma la fotógrafa hizo uso de la solarización, tanto en sus retratos como en sus naturalezas muertas, aunque afirmaba haber llegado a la práctica independientemente de Man Ray, Lee Miller, o Moholy-Nagy.
Si bien los objetos inanimados suponen una constante en la obra de la fotógrafa, al mismo tiempo lo hace la danza y las imágenes en pleno movimiento. Ambas manifestaciones albergan a la par “misterio y la realidad”, tal y como observaba el crítico y fotógrafo Emmanuel Sougez, quien quedaría fascinado por “el desenfoque intencionado” de las figuras danzantes, al ver por primera vez la obra de la artista alemana en un escaparate de la galería de La Pléiade. “La fotografía de Bing es artificio y mesura, lo que la convertía, según Sougez, en francesa”, señala Aliaga.
Hacía tanto viento en la Torre Eiffel es una de la imágenes más reproducidas de la fotógrafa. Una fotografía tomada nuevamente mirando hacia abajo para captar el instante en que un grupo de visitantes se ve sorprendido por un golpe de viento, mientras transitan entre las estructuras metálicas de la emblemática obra arquitectónica parisina.”Una muchedumbre que se mueve y que vista por Bing, queda inserta, atrapada entre las líneas y los triángulos de metal”, apunta Aliaga. Algo que podría ser “un presagio de unos infaustos tiempos venideros en los que el individuos convertido en masa perdería su libertad embrutecido por la jauría totalitaria”, tal y como observaba Benjamin H. D. Buchloh.
La moda también está presente en la muestra a través de las colaboraciones que la fotógrafa mantuvo con la revista Harper’s Bazaar. Mediante la aplicación de un enfoque que intensificaba el brillo y la textura de los objetos, y de sus cuidadas composiciones, las prendas adquirían el toque sensual de un objeto codiciado. Una dimensión “que podría llamarse erótica”, matiza Aliaga, y “que encajaba a la perfección con ciertas teorías surrealistas sobre el carácter fetichista de determinados complementos”.
La precariedad fue una constante a lo largo la vida de la fotógrafa a pesar del gran reconocimiento artístico que alcanzó en unos tiempos de inestabilidad política y económica. Instalada en Nueva York, donde acabó sus días, pudo regresar a París ocasionalmente y, una vez acabada la guerra, para fotografiar con otra mirada la ciudad que tanto amó. Una ciudad que había dejado de ser la misma, convertida en un gigantesco museo. Parecería como si su esplendor tuviese cabida en una caja de souvenirs, como amarga ironía refleja Todo París en una caja. En 1959, Bing abandonó la fotografía. Como artista en el exilio experimentó el desamparo cultural y profesional. Comenzó a hacer collages con viejas fotografías y a escribir poemas. Se referiría a su poesía como “instantáneas sin cámara”.
Ilse Bing, Fundación Mapfre. Madrid. Hasta el 8 de enero.
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