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La gran música eleva a una compañía de danza inmadura

Tras el fiasco improductivo de ‘Giselle’, la CND se desenvuelve más cómoda en escena, solvente en lo técnico y lo artístico, bailando con un seductor gesto de disfrute

Escena 'Concerto DSCH'. Fotografía: ALBA MURIEL
Escena 'Concerto DSCH'. Fotografía: ALBA MURIELALBA MURIEL

Está empeñado Joaquín de Luz en que la Compañía Nacional de Danza (CND) que dirige cada vez se parezca más a una agrupación estadounidense; serán modas y tiempos que corren, o recurrencia, en este caso inteligente, para salvar honorablemente la papeleta ante la cruda realidad de que la CND tiene, por fuerza mayor contractual, que estrenar y no está preparada ni de lejos para abordar gran repertorio académico ni títulos canónicos. Tras el fiasco improductivo —musical y coréutico— de Giselle, en este Grosse Fuge, Polyphonia y Concerto DSCH vemos a unos bailarines que se desenvuelven más cómodos en escena, solventes en lo técnico y lo artístico, bailando con un seductor gesto de disfrute, algo que Van Manen solicita explícitamente de los bailarines en el peculiar estilo de su Grosse Fuge.

¿Cómo unir un discurso de interpretación en lo estético de esta triple oferta? No es fácil y las conexiones acaso las aporta, parafraseando a Jean-Philippe Rameau, “la música misma y la actitud del ejecutor de las figuras”. A los modernillos de ahora Rameau les parecerá un cascarrabias con peluca empolvada que, cuando no estaba componiendo, se dedicó a teorizar, y mucho, entre otros aspectos, sobre la danza. Es demasiado pedir a las pujantes generaciones de Instagram que lean a Rameau (llegó a ser nombrado dieu de la danse y ante él Voltaire mismo se rindió), pero escuchar a los mayores no sólo es buen gusto, sino obligación moral y de oficio. Eso es este trabajo.

Rameau en diáfano: “Ningún movimiento o combinación de ellos puede vivir por sí mismo y es la música, con su estructura de la línea melódica al ritmo y el tempo, la que da sentido a lo que se ve”. Por algo será, y no en vano, que Forsythe, en su última creación (A Quiet Evening of Dance, 2019), acude a una versión sinfonista de Hippolyte et Aricie, que, en el decir de Cambra, era una música con tantísima ciencia dentro. Tanto en el Shostakovich que usa Ratmanski (Concerto DSCH) como en el Beethoven que usufructúa Van Manen, esto se verifica ampliamente y con evidencia. Concerto DSCH cumple 14 años de estrenado y debe lo suyo a la tradición ruso-soviética moderna y abstracta que se llamó en origen “La Reforma”, abanderada por Fiodor Lopújov y su concepto de “Danza-sinfonía” (sic.) y a lo que Kazán Goleizovski conceptualizó y experimentó como “emoción acrobática”.

Cumplió en la primavera pasada Grosse Fuge 50 años (y casi al mismo tiempo Polyphonia de Wheeldon 20 años de su debut neoyorquino). ¡Que esto nos haga meditar sobre la conveniencia, muy de la Ilustración precisamente, de respetar al tiempo! Tiempo de creación y tiempo de cristalización de los productos artísticos. Al estrenarse esta obra del holandés en 1971 nadie podía ni aventurar qué sucedería con ella pasado medio siglo. Grosse Fuge conserva su osadía sexual y su brío electrizante y ritualizado, lo que dobla su exigencia. Polyphonia (György Ligeti) también ha ganado en su obligada y flemática densidad interior.

Grosse Fuge / Polyphonia / Concerto DSCH’. CND. Dirección: Joaquín de Luz. Coreografía: Hans van Manen / Christopher Wheeldon / Alexei Ratmanski. Teatro de la Zarzuela, Madrid. Hasta el 17 de julio.

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