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‘Malvivir’: Trazas y trapazas de una mujer ingeniosa

En esta refundición de tres novelas picarescas con protagonista femenina no se produce un duelo de divas sino un generoso trabajo cooperativo entre Aitana Sánchez-Gijón y Marta Poveda, cuya complicidad equivale a la de las buenas parejas de tango

Malvivir teatro
Las actrices Aitana Sánchez-Gijón y Marta Poveda en una escena de la obra 'Malvivir'.DAVID RUIZ
Javier Vallejo

Una docena de españoles de cada centenar creen que el Sol gira alrededor de la Tierra, según la Encuesta de Percepción Social de la Ciencia, publicada por el Gobierno de España en 2020. En 1554, cuando esa creencia estaba generalizada y media Europa giraba en torno a Carlos V, césar del Sacro Imperio Romano Germánico, la aparición de El Lazarillo de Tormes abrió la puerta a un género literario que examina la sociedad desde el punto de vista de los de abajo. Los autores de la novela picaresca prestaron su voz a un estamento que apenas podía hacerse oír, se hicieron eco de un discurso que le da la vuelta a los valores clásicos: el honor, el valor, la buena cuna y la honra. Malvivir, espectáculo escrito por Álvaro Tato, dirigido por Yayo Cáceres e interpretado por Aitana Sánchez-Gijón, Marta Poveda y el músico Bruno Tambascio, que se representa en Las Naves del Español (en el antiguo Matadero madrileño), revive en una sola figura a tres mujeres nacidas en la miseria, que hicieron cuanto pudieron para salir de ella: La pícara Justina, La hija de Celestina y Teresa de Manzanares, más conocida como La niña de los embustes.

A diferencia de los varones pícaros, que no consiguen salir de pobres jamás, estas pícaras féminas son capaces de torcerle el brazo al destino mediante astucias, utilizando su belleza extraordinaria como palanca con la que reventar puertas y voluntades. Justina y Teresa logran una prosperidad duradera; Elena no, pero al menos es libre de escoger su pareja, lo cual no era poco privilegio en 1612. Álvaro Tato abre su comedia frankenstein con palabras de la Justina de Francisco López de Úbeda, pero las pone en boca de Elena, protagonista de La hija de Celestina, novela de Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo que el autor de cabecera de la compañía madrileña Ron Lalá utiliza como columna vertebral de su refundición. El espectáculo no tiene, pues, un final feliz.

Malvivir no es un duelo entre dos actrices de fuste, sino un generoso trabajo cooperativo de Poveda y Sánchez-Gijón, cuya complicidad equivale a la de las buenas parejas de tango. Durante toda la función, danzan la una para la otra, llevadas por el ímpetu de sus personajes. Ambas son aves nacidas de un gran huevo, diseñado por Monica Boromello. Poveda encarna a una Elena acrobática, chispeante, imparable. Lleva puesta una nariz de payaso, pero se desenvuelve con una picardía y un atrevimiento propios de una vedette de revista de los años de esplendor del Molino Rojo barcelonés. Vuela a sus anchas, vestida de verde y con viento de cola. Sánchez-Gijón encarna a una miríada de personajes episódicos: se pone al servicio del trabajo de su compañera, generosamente, sin robarle foco, hasta que, justo en el centro geográfico del espectáculo, durante un baile agarrado entre la joven protagonista y el setentón Lupercio de Saldaña, su marido, las actrices se intercambian sus papeles. Tras darse un abrazo, el hombre se vuelve mujer y Elena se convierte en vejestorio.

El espectáculo funciona como una lámina del test de Rorschach, con sus dos mitades casi simétricas. Reina Poveda en la primera parte, se corona Sánchez-Gijón en la segunda. El intercambio de papeles, aceptado por el público con la misma naturalidad con la que se acepta el cambio de portería en el fútbol, permite a ambas actrices desplegar lo mejor de su arco interpretativo, siempre en clave de farsa: los personajes de la novela picaresca son figuras o arquetipos, no criaturas dolientes. La Elena de Sánchez-Gijón es más contenida que la de su colega, más sutil: una actriz es el brazo izquierdo y la otra el brazo derecho del mismo personaje. La Poveda, además, le saca un brillo humorístico intenso al paje, a don Sancho de Villafañe y a su padre.

Malvivir, a la postre, habla del imperio del linaje, que pervive en la España de hoy, aunque más disimulado: no funcionaba entonces el ascensor social y no funciona ahora. En el siglo XVII los plebeyos enriquecidos pugnaban por la hidalguía, que se vendía como se vendieron los apellidos en Hispanoamérica o como se venden en nuestros días las licencias de taxi. La función habla también del deseo femenino de hallar un camino propio: “Mejor vivir un año como dueña de mi albedrío que un siglo cautiva del vuestro”, le dice Elena al fantasma de su madre. No obstante el empuje que las actrices le ponen a su excelente trabajo, el relato picaresco de partida no acaba de traducirse en un lenguaje netamente escénico en esta refundición novelesca. Hay mucha narración en Malvivir, aunque guarnida con un movimiento escénico apropiado. La dirección de Yayo Cáceres es ágil y precisa, y su música está bien interpretada por Tambascio. El público aplaudió en pie al final de una función de fin de semana.

‘Malvivir’. Adaptación: Álvaro Tato. Dirección: Yayo Cáceres. Naves del Español. Madrid. Hasta el 5 de junio. Alcalá e Henares, 26 de junio. Almagro, 15 y 16 de julio

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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