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El mítico día en que Peter Hujar retrató a Allen Ginsberg

En invierno de 1974, la escritora Linda Rosenkrantz pidió al fotógrafo americano que le contase todo lo que hacía en una jornada. De aquella conversación surgió el último libro dedicado al trágico artista

'Allen Ginsberg' (1974)
'Allen Ginsberg' (1974) Peter Hujar ©2022 The Peter Hujar Archive LLC

Murió en la pobreza, víctima del sida y sin conocer la fama. Sin embargo, Peter Hujar (Nueva Jersey, 1934-Nueva York, 1987) es hoy una leyenda. Una figura trágica, rodeada de misterio, cuya infalible mirada contribuyó a definir una era; la creativa escena artística del bajo Manhattan en los años setenta y ochenta. Sin duda, el autor era carismático, alto y apuesto —aunque él nunca se lo creyó—. Adusto y severo para muchos, divertido y cálido para otros. Promiscuo y siempre sin blanca, todos los que le trataron coinciden en describir el irresistible encanto de oírlo hablar.

Un hechizo que no era desconocido para su amiga Linda Rosenkrantz, escritora que hizo del discurso, propiamente dicho, su herramienta literaria. Su obra La Charla (Anagrama), se convirtió en 1968 en un clásico de culto, y con el fin de llevar a cabo sus experimentaciones, la autora pidió al fotógrafo y a varios conocidos más que anotasen todo aquello que les ocupaba en un día. Una jornada elegida al azar, cuyos pormenores tendrían que narrar durante un posterior encuentro, donde quedaría grabada la conversación. Hujar eligió el 18 de diciembre de 1974, pero aquel día de invierno el fotógrafo olvido el encargo. Horas más tarde cuando la escritora telefoneó para recordarle el plan, el fotógrafo emplearía solo doce minutos en completar los apuntes. “Bueno, creo que no he hecho nada”, le advirtió. “Solamente fotografié a Ginsberg, y aquella chica de Elle, que vino por la mañana. Eso fue todo”.

Aquella conversación grabada permaneció entre los archivos personales de Rosenkrantz durante 40 años hasta que fue donada a la Biblioteca y Museo Morgan de Nueva York. Allí la descubrieron los editores de Magic Hour Press, quienes propusieron a la escritora transcribirla en una publicación: Peter Hujar’s Day. Se trata de un libro pequeño pero rotundo, preciso, lleno y sobre todo sonoro, donde la voz del artista atrapa desde la primera línea al lector; no solo lee sino que escucha. Y aún sabiendo que nada excepcional va a ocurrir, se mantiene hambriento de detalles, en busca de conocer las particularidades cotidianas —no siempre banales— que ocupan el día del artista. Una narración salpicada de sorna que arropa con su íntima calidez.

El relato comienza a las nueve de la mañana, cuando una llamada de teléfono despierta al fotógrafo, que no había oído el despertador. Es Jacqueline de Mornay, la sofisticada redactora jefa de la revista Elle, a punto de llegar al apartamento del 189 de la Segunda Avenida esquina con la Calle Segunda, justo encima del Eden Theatre, hoy conocido como la sala de cine Village East. Precavido el artista, dejará la cama bien hecha fantaseando con la idea de ser seducido. “Sería fantástico, justo por la mañana, muy francés”. Pero lejos de deshacer su cama la francesa partirá con los retratos destinados a ilustrar un reportaje de cuatro páginas de Lauren Hutton. Sin tan siquiera pactar con el fotógrafo sus honorarios. La memoria del fotógrafo “es visual; su ritmo deliberado y pausado; su tono auténtico y preciso. Y si usted está leyendo por diversión, continúe”, escribe Stephen Koch, escritor, historiador y amigo del fotógrafo, en el prólogo del libro. “El supuestamente taciturno Hujar emerge como un buen chismoso e hipnótico narrador de historias”. Orgulloso al tiempo que modesto, Hujar nunca alardeó de sus contactos. Sin embargo, en el transcurso de menos de veinticuatro horas tendremos noticias de Susan Sontag (quien escribiría el prólogo de Portraits in Life and Death, el único libro publicado por el artista en vida) de Vince Aletti, de Fran Lebowitz, de Paul Thek, de Tuli Kupferberg, de Janet Flanner, de William Burroughs, de Christopher Makos, y otros muchos protagonistas del demimonde del Lower East End.

Es la figura de Allen Ginsberg, entonces un símbolo de la vieja bohemia, la que más protagonismo cobra en el relato. El poeta beat vivía a dos manzanas de la casa de fotógrafo, en la parte más sórdida y peligrosa del barrio. Zona que conseguía intimidar al joven fotógrafo y a la que se dirige con el fin de retratar al artista para The New York Times. Una sesión poco grata que duró dos horas, durante la cual el icónico autor se mostrará indiferente ante el joven artista —a quien confundirá con un defensor de su odiado Establishment—. Displicente, posará al lado de un incendiado edificio donde en su día estuvo la librería Peace Eye, centro cultural de reunión de pacifistas y del grupo The Fugs, antes de continuar con sus cánticos litúrgicos en posición de loto. “Y realmente pensé, ciertamente no puedo interrumpir a Dios”, se explayaba el fotógrafo con Rosenkrantz.

Rosenkrantz conoció a Hujar en 1956, a través de uno de sus mejores amigos, el pintor Joseph Rafaelle, con quien el fotógrafo mantuvo una relación. “Los tres pasamos varios meses en Italia y allí entablamos una estrecha relación. Ciertamente, era un hombre complicado, pero para mí era cálido y maravilloso. Me fotografió cientos de veces, siempre de forma casual, dentro del mismo espíritu que se refleja en la conversación. Eran retratos serios, pero nunca me sentí presionada a posar. Su obra contiene una gran profundidad. Era un maestro de la impresión, algo que Robert Mapplethorpe nunca llegó a controlar”, destaca la escritora. Si bien es cierto que Hujar llevaba más de una década deambulando por la escena del underground cuando Mapplethorpe cogió la cámara por primera vez, ambos se observaban con recelo. Hujar envidiaba el reconocimiento de Mapplethorpe, un reconocimiento que llegó de forma póstuma para él. “Bueno, parece arte”, diría Hujar despectivamente acerca de la obra de su rival. Un quehacer que consideraba frívolo y superficial. “Para Mapplethrope, el estilo es una máscara”, escribe el crítico Jed Perl. “Hujar opera en otro nivel. Mapplethorpe va armado. Hujar depone armas. Hujar rechaza ser el promotor teatral de sus propios apetitos. Utiliza el arte —lo que algunos llaman ingenio— para escarbar profundamente en la realidad. Eso es lo que hace que sus fotografías se sientan de forma tan viva”.

“Peter vivía de forma muy precaria”, recuerda la escritora. “Era yo la que pagaba cuando salíamos. Fundamentalmente, vivía de trabajos comerciales, algunos que nunca hubiese aceptado de no necesitar dinero. Era un superviviente, y al final de su vida la enfermedad le amargó. No querría decir que a la hora de conseguir el reconocimiento profesional que merecía era su mayor enemigo, pero es cierto que muchos consideraban que era difícil de tratar y llegó a enemistarse con varios galeristas. En realidad no le interesaba la publicidad”. El libro nos ofrece la oportunidad de adentrarnos en el cuarto oscuro del fotógrafo mientras revela los retratos de Ginsberg. “En realidad no me gustaron”, reconocía Hujar. “Hay uno o dos que no están mal”. “No dio nada. Simplemente no conectamos”. El retrato permanece en los archivos y se contrapone al que magistralmente disparó días más tarde a Burroughs, donde se refleja una intensa conexión; aquello que sus sujetos le devolvían a cambio de su profunda mirada. El de Ginsberg resultó “un retrato aburrido, y un gran retrato verbal. Leánlo, y nunca pensaran lo mismo de Allen Ginsberg. Ni de Peter Hujar. Ni de los retratos, Ni de los bloques de viviendas de alquiler”, advierte Koch.

‘La charla’. Linda Rosenkrantz. Traducción de Jesús Zulaika Goicoechea. Anagrama, 2017. 280 páginas. 19,90 euros.

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