‘El cuaderno de Pitágoras’: cuando el teatro se mete en la cárcel
La vida entre rejas es el asunto de una comedia luminosa pero amarga de Carolina África, en la que brillan nueve actores que respiran verdad
Es completamente distinto a lo que estamos acostumbrados a ver”, le dice en la fila de atrás una sorprendida joven a su acompañante, al apagarse los largos, cálidos, intensos aplausos que el público acaba de dedicarle al elenco de El cuaderno de Pitágoras. Esta comedia esclarecedora, escrita y dirigida por Carolina África y producida por el Centro Dramático Nacional, tiene como protagonista a una pareja humilde, lumpemproletaria, que ha concebido a su bebé en el talego (la cárcel, en el argot de quienes la sufren). El padre, a quien todos llaman Furia, por su apellido, está inspirado en un interno al que Carolina conoció en la prisión de Valdemoro, a la cual los reclusos suelen referirse con motes tales como Valle Muerte o Valdemordor.
La autora madrileña acudió allí por vez primera en 2016 para impartir una clase de dramaturgia a un grupo de presos que estaba escribiendo y ensayando una función. Atravesó con temor 17 puertas, un dédalo de pasillos y no sé cuántas peceras (puestos de control, en la expresiva jerga carcelaria), tal y como nos lo va mostrando Macarena, sorprendido alter ego escénico de Carolina África, a la que interpreta vivamente Helena Lanza. La versátil escenografía en dos alturas, de Ikerne Giménez, crea la ilusión de que estamos en un teatro bastante más grande, pues caben en ella los patios del centro penitenciario, sus chabolos (celdas), sus salas de vis a vis, los pisos de acogida para antiguas reclusas, los pasillos, andenes y el interior de un convoy del metro, la carretera de Andalucía, un club nocturno, la playa con la que las presas sueñan…
En boca de nueve actores sembrados, pues respiran verdad todos ellos, la palabra de la autora va trazando un complejo itinerario emocional. Al principio, el espectador no está seguro de si Furia y Clemente no serán presos de verdad, dado que la complexión de sus intérpretes, el dibujo de sus rostros, la exactitud hiriente de su prosodia arrabalera, la virulencia de su tono vital y la imprevisibilidad de su pálpito son exactos a los que suelen caracterizar a los personajes arquetípicos que encarnan. No hay composición alguna en el trabajo de Manolo Caro ni en el de Emmanuel Cea, pues le entran a sus criaturas por derecho, como Enrique Morente le entraba a las soleares, con pie firme y sin pestañear. Sus interpretaciones son verbo hecho acción y acción hecha verbo.
No hay paternalismo en la mirada de la directora sobre sus criaturas porque las tomó del natural con una empatía infrecuente
Gira la comedia en torno a la peripecia vital de Furia, a sus amores con la Paqui, a los desencuentros con su hijo Luis Miguel, a quien vemos crecer en escena. Y en el remolino que arrastra a este trío van sacando la cabeza también la tragedia de la venezolana Angélica y las figuras de otros compañeros de condena que son, respectivamente, corifeo y coro de esta función. En su curso se alternan, imprevisibles, instantes conmovedores y desternillantes: se le saltan a uno las lágrimas en tales ocasiones. No hay paternalismo en la mirada tendida por Carolina África sobre sus criaturas, que no son del todo suyas porque las tomó del natural, con una empatía infrecuente, y porque las recrea un grupo de comediantes que están a cual mejor. Como dice Vicenta, asistente voluntaria (encarnada por Ascen López con la precisión de una técnica especialista en la desactivación de explosivos), en respuesta a una pregunta bomba de Luis Miguel: “Tu madre ha estado en la cárcel porque no tuvo las circunstancias que he tenido yo para no estar”.
Pepe Sevilla interpreta a ese personaje en diferentes edades, desde la más tierna infancia hasta la adolescencia, con convicción contagiosa, sin aniñarlo en momento alguno, ni tan siquiera en su composición física. Nuria Mencía hace de Paqui una vecina nuestra. Jorge Mayor ofrece una afortunada visión irónica del director de la cárcel. Gledys Ibarra vence y convence en el papel de una mujer vitalista, zarandeada por los cuatro vientos. Victoria Teijeiro es loba cuando le toca serlo a su criatura. Todos los actores que deben hacerlo se desdoblan en múltiples papeles en lo que se tarda en chasquear dos dedos. En la banda sonora de la función, evocadora del universo sentimental proletario, predominan los boleros, que Angélica irá cantando camino del sur. Una hermosa nana congoleña añade más luz a una función fulgurante y esperanzadora (que no optimista), porque esperanzados son la mirada y el ánimo de sus artífices. Para el optimismo, motivos no hay. Noventa años después de que Rivas Cherif comenzara a hacer teatro con población reclusa en España, esta actividad rehabilitadora, entre otras, sigue haciéndose en nuestras cárceles gracias a la generosidad infinita de un puñado de asistentes voluntarios.
‘El cuaderno de Pitágoras’. Autora y directora: Carolina África. Teatro Valle-Inclán. Madrid. Hasta el 20 de febrero.
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