Trap, la revolución que nadie televisó
El libro ‘Making Flu$’ repasa 10 años de música urbana en España, el movimiento que triunfa masivamente sin hacer concesiones a los viejos estándares estéticos o de calidad
Han pasado 10 años desde la irrupción del trap. Y han pasado volando. Para algunos, tan alto que ni lo han visto ni lo han oído. Ha sido uno de los movimientos musicales, sociales y políticos más relevantes —tal vez el que más— que ha vivido este país en su historia reciente; un verdadero proceso disruptivo que, más allá de aportar nuevos sonidos, nuevas estéticas y nuevas formas de comunicación, ha abierto una brecha generacional nunca vista.
De esa década y de cómo se fraguó esta escena heterogénea, dislocada y, sobre todo, armada mediante referencias a veces demasiado contemporáneas para ser entendidas, a veces demasiado ignotas para no haber sido olvidadas por esa parte del público y de los medios ya acostumbrada a que las revoluciones musicales fueran predecibles o nostálgicas. En medio de todo esto, a finales de 2017 nació El Bloque, un programa de una hora en YouTube consagrado a todos estos sonidos que bebían del rap, pero no se lo tragaban; lo guardaban en la boca y, a veces, hasta lo escupían de vuelta.
Ahora, los integrantes de aquel colectivo han escrito un libro sobre la escena. Making Flu$ (hacer dinero en esta jerga; esto tiene hasta jerga, claro), editado por Plaza & Janés, son 15 capítulos en los que ocho componentes de El Bloque (Alicia Álvarez Vaquero, Daniel Madjody, David Camarero, Blanca Martínez, Aleix Mateu, Aïda Camprubí, Alba Rupérez y Quique Ramos) tratan las claves del movimiento. Desde el sonido hasta las redes sociales, pasando por la moda, las marcas comerciales, el feminismo, los medios o la industria discográfica. Pocas veces un libro sobre una escena se ha parecido tanto a la propia escena como este. El prólogo es de La Zowi; el epílogo, de Alizzz. Por el camino, desde Cecilio G hasta C. Tangana, pasando por Yung Beef, Bad Gyal o Ms Nina.
Veníamos de un momento en el que el rap se había hecho muy estricto, que estaba bien, pero ya era lo que era. Entonces llegan estos chavales a quienes no les importa nada de eso de antes. Están más vinculados a lo que pasa en EE UU en ese momento. Gente como Lil B, la escena de Atlanta, Gucci Mane. Todo basado en el “Me la suda todo, hago lo mío y ya”, explica Aleix Mateu, uno de los autores del libro. Para Blanca Martínez, otra integrante del colectivo y participante en Making Flu$, “lo importante es que esta peña estaba al tanto y que supiese todo lo avanzado que se hacía en Alemania o EE UU. Por primera vez hemos ido a la par, incluso adelantados a lo que pasaba fuera”.
Lo avanzado de la propuesta, la capacidad para ser armada fuera de los márgenes de lo establecido y, sobre todo, la capacidad para hacerse visible en unos canales que, paradójicamente, son masivos, pero habitan un universo paralelo a lo que aún se entiende como masivo, ayudó a cimentar la fama de infinidad de artistas que acumulaban me gusta, reproducciones y demás formas nuevas de cuantificar. Y ellos lo entendían todo, desde el significado de convertirse en meme a fuerza de una exhibición constante hasta el significado real que tenía llevar un Gucci falso, que no tenía apenas nada que ver con lo que se entendía hasta el momento con llevar ropa de marca, y mucho menos ropa de marca falsa.
No había dinero, pero, mientras tampoco hubo demasiada atención fuera de los círculos propios, no hubo mayor conflicto. El problema llegó en el momento de tener que actuar en una sala de algún circuito oficial, de tener que hablar con la prensa, de tener que relacionarse con un sello discográfico. Y sorprendentemente, para cualquiera que haya seguido someramente la evolución de las escenas musicales del último medio siglo, no se sabe muy bien cómo, lograron que, en la mayoría de las ocasiones, el problema fuera para el statu quo, no tanto para ellos. “Hay una oposición a las jerarquías y a los estándares de calidad”, apunta Martínez. “Mira, tu podías ser un grupo indie o punk y querían que sonaras bien, pero aquí esos estándares de calidad se rompen y le vuelan la cabeza al melómano. También hay clasismo, hay gente que entendía los vídeos como un ataque frontal, se enfadaba. Era un ataque a las creencias de muchos”.
“Muchos no necesitaron a la prensa, y eso es interesante en el cambio de paradigma”, recuerda Martínez. “Hubiese sido precioso que hubiera habido en un principio reseñas de esto, pero es que no lo han necesitado, no ha existido la relación”. Aleix, por su parte, recuerda las primeras apariciones en medios generalistas de gente como Yung Beef o C. Tangana, hoy ya representantes de la facción casi adulta de todo esto. “En las entrevistas eran muy irónicos y recurrían al troleo. Pero hubo un momento en el que la prensa tradicional empezó a tratarlos bien y ellos se sintieron halagados. Los más nuevos pasan del tema, pero los primeros sí tuvieron ese paso de ninis y a ser portada de Icon o cosas así. Eso les dio subidón”.
Y mientras los medios despertaban, la industria tuvo que reajustar sus parámetros para hacerles sitio. “Poner a algunos de ellos a pasar estándares de calidad, de plazos y demás ha sido complicado, y esto ha hecho que las majors se hayan puesto las pilas”, apunta Martínez. “El tema ha redundado en que hoy, si C. Tangana aparece mañana y le dice a Sony que tiene un tema, estos lo sacan. Antes le hubieran dicho que esperara. Entendieron que esta gente ya te llegaba con un 360 hecho, con sus referencias, su estilismo, cómo debía sonar el bombo. Los sellos, acostumbrados a empaquetar ellos a los artistas, han tenido que asumir que esta gente está creada 100%, y armas un proyecto con ellos o déjalo estar”.
Para Aleix y Blanca, quienes mejor entendieron esto y aprendieron a capitalizarlo sabiendo que tampoco podían canibalizarlo fueron las marcas. El dinero fue clave. Estaba en medio del discurso, ya fuera por la pasión de estos artistas por las cosas brillantes como por la precariedad en que vivían. No iban a hacer nada por amor al arte, a ellos no les iban tomar el pelo. “Es superimportante. Ponían en el centro el dinero y a veces les decían: ‘Pero ¿por qué me pides tú caché? No te voy a dar un caché de 1.500 en tu tercer bolo’. Había frustración. Y se puso la pasta en el centro, no se iba a cantar por cantar, sino por dinero. Eso ha violentado a muchos”.
Las marcas pagaron, a los chicos y a las chicas, y no hay registro de que ninguna les pidiera que cambiaran su discurso. Ni a ellos, ni tampoco a ellas, clave en todo esto desde el momento en que La Zowi, como recuerda Martínez, “dice que no necesitas un novio, necesitas pasta”. Y así hemos llegado a hoy y a este libro, que habla de que cuando pensamos que todo estaba hecho, unos chavales llegaron y se pusieron a deshacerlo todo. Este libro funciona porque no es necesario que al lector le guste de lo que se habla, solo le pide un mínimo de interés por lo que sucede.
‘Makign Flu$. La música urbana: un cambio generacional, un nuevo paradigma cultural’. El Bloque. Prólogo de La Zowi. Epílogo de Alizzz. Plaza & Janés. 336 páginas. 19,90 euros.
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