Llamadas a la esperanza desde la filosofía
Un ensayo que repasa el pensamiento de Hannah Arendt y María Zambrano y otros de Víctor Lapuente, James Williams y Carlos Nieto Blanco invitan a superar la actual ola de pesimismo a través del pensamiento crítico
Un fantasma recorre el mundo y afirma que todo es un desastre y lo que viene será peor. Sin embargo, las librerías se pueblan de escritos que, incluso cuando rezuman pesimismo, son un mensaje de esperanza. A veces el autor lo confiesa. Es el caso de Víctor Lapuente (Decálogo del buen ciudadano): “Deseaba poner mi granito de arena contra la división social que nos está empujando a separarnos en bandos irreconciliables: cosmopolitas contra nacionalistas en todo el mundo, izquierdas contra derechas en España, constitucionalistas contra independentistas en Cataluña”. El libro de James Williams (Clics contra la humanidad) puede parecer muy diferente, pero coincide en el optimismo: “La liberación de la atención humana podría ser la lucha ética y política decisiva de nuestro tiempo. Su éxito es requisito previo de cualquier otra lucha que quepa imaginar”. Carlos Nieto Blanco (Discurso sobre la democracia), tras detectar los problemas derivados tanto de la crisis de representación política como de la económica, sostiene que su obra responde a la percepción de que hay “una manera de enfocar este momento crítico, que es como decir que hay una puerta entreabierta que permite una salida” de modo que se puedan “abordar las reformas que necesitan las democracias (...) y proponer el compromiso cívico indispensable para su funcionamiento”.
Puede haber crisis, pero también hay pensadores que se niegan a desertar del futuro y se aprestan a buscar entradas al mismo. Esa capacidad de subsistir, de sobrevivir, es parte de lo que cuenta Olga Amarís Duarte (Una poética del exilio) al rastrear los sufrimientos y la forma de afrontarlos de dos filósofas del siglo pasado: Hannah Arendt y María Zambrano. La primera convirtió la definición heideggeriana del hombre como “ser para la muerte” en la de “ser para la vida”.
Y si se quiere mirar más lejos en el tiempo, ahí está una nueva traducción de un libro espectacular: Que nada se sabe, del renacentista Francisco Sánchez Lusitano. Un médico afincado en Toulouse (Francia) que acomete una tarea hercúlea: desmontar todo el saber de su tiempo para demoler los prejuicios, aparentemente desde el escepticismo, pero en realidad desde la confianza en las posibilidades del género humano. Termina anunciando un nuevo volumen (que no escribió o se ha perdido) en el que expondría “el método del saber, en la medida en que lo permite la fragilidad humana”.
Lapuente y Williams abren sus libros con una peripecia personal. “El jueves me diagnosticaron un mieloma múltiple. El domingo nacía mi hijo Antón. Y el lunes empecé a escribir este libro”, explica el primero. “Hace cinco años, yo trabajaba en Google aportando mi granito de arena a una misión empresarial (...) tuve una iluminación: mi vida estaba rodeada de tecnología por todas partes, pero cada vez me resultaba más difícil hacer lo que me proponía”, dice el segundo. La diferencia es que Lapuente siguió con su trabajo de investigador y docente en ciencias políticas y escribió un libro en el que intenta un diagnóstico del presente, de las insatisfacciones que genera y de las posibilidades de corrección. Williams, por su parte, cambió de rumbo: dejó Silicon Valley y se fue a Inglaterra para estudiar filosofía en Cambridge con el objetivo de encontrar sentido moral a lo que ocurre.
Lapuente sostiene que parte de la crisis del presente conecta con la pérdida de valores y el triunfo del individualismo. Dos son, en especial, esos valores abandonados: la patria y Dios. Los ataques a estos conceptos que, dice, cohesionaban la sociedad y fundamentaban la convivencia, se produjeron tanto por la derecha como por la izquierda. Con una coincidencia: el individualismo prendió con tal fuerza que caló incluso entre los hippies que proponían un rechazo a la sociedad capitalista pero consideraban la felicidad como un asunto puramente individual. Una tesis similar a la sostenida por Williams: “En el siglo XX, el auge del laicismo y la modernidad en Occidente condujo al derrumbe (o derribo) de muchos de los muros de contención en nombre de la liberación del individuo”. Las críticas por la izquierda pudieron resultar parcialmente liberadoras, pero crearon también “un vacío de autoridad cultural” que fue ocupado por los mensajes simplistas de las redes sociales.
Tanto Williams como Lapuente coinciden con Carlos Nieto Blanco, cuyo libro se reparte entre el análisis del nacimiento de la democracia y su evolución, y la reflexión sobre el presente. Los tres ponen fecha al inicio de la crisis: los años sesenta. “La falta de entusiasmo por la democracia política en Occidente”, sostiene Nieto Blanco, “tuvo sus protagonistas en los estudiantes movilizados el año 68”. Para Lapuente, “mayo del 68 sirvió de catalizador a un sentimiento antipatriótico en la izquierda que osciló entre el escepticismo, la burla a los símbolos nacionales, las manifestaciones pacíficas y los movimientos de objeción de conciencia” hasta llegar al terrorismo de grupos diversos.
La izquierda atizó sin piedad a la “democracia burguesa”, pero estas críticas se han mostrado escasamente efectivas. Como señala Nieto Blanco, “la palabra democracia” hoy “carece de competencia”, de forma que “hasta quienes quieren destruirla usan su nombre en vano”. Al buscar soluciones, sugiere profundizar en la “razón democrática”, asumiendo que hay problemas derivados de los sistemas de representación, mientras que Lapuente defiende recuperar los valores dejados de lado, y Williams afrontar el peligro que supone una cibernética que, lejos de resultar un elemento liberador, se ha convertido en un factor alienante.
En el caso de Lapuente, los valores a recuperar son el patriotismo (no confundir con el nacionalismo) y la religión. También Williams sugiere, en línea con Peter Sloterdijk, “rescatar” costumbres y prácticas vinculadas a la religión. Pero hay diferencias. La religión de Williams y Sloterdijk es “antropotécnica”, la de Lapuente es la tradicional, para lo cual efectúa un movimiento retórico que le permite diferenciarla de su tendencia autoritaria, y llama “superstición” a lo que no coincide con su propia concepción religiosa, llegando incluso a sostener que buena parte del progreso social es de raíz religiosa. “Dios y la patria, dos conceptos que suenan rancios y viejos, son las dos ideas más progresistas de la historia de la humanidad”, defiende.
Williams, por su parte, enfatiza los componentes agresivos de las redes sociales y cómo contribuyen a la tensión social. Relata un experimento llevado a cabo conjuntamente por Facebook y la Universidad de Cornell sobre una muestra de 700.000 usuarios. Se les redujo el número de mensajes negativos y se observó que esto reducía su agresividad. Lo propio ocurría si el contenido del mensaje era positivo. Una información que, sostiene, ha sido aprovechada por políticos oportunistas (Trump, Bolsonaro) para azuzar la conflictividad social. Frente a ello convendría, señala, “poner a las nuevas tecnologías de nuestra parte” potenciando “la configuración predeterminada que prime el control del usuario sobre su atención”, es decir, convirtiendo al usuario en sujeto y no en objeto de las empresas tecnológicas. También Lapuente anota el peligro de las nuevas tecnologías, pero no hasta el punto de disipar el egoísmo de una sociedad que hoy hace gala de bufetes de abogados dedicados a estimular la evasión fiscal, es decir, la falta de solidaridad y sociabilidad, la falta de patriotismo.
No tuvieron la misma concepción patriótica Hannah Arendt y María Zambrano, dos exiliadas cuya vida y obra describe Olga Amarís Duarte y que coinciden en su doble vertiente filosófica y poética. Ambas desvinculan territorio y patria para anclarse en el mundo a través de su idioma de la infancia, por un lado, y de un voluntarista cosmopolitismo, por otro. Un cosmopolitismo que enlaza con su condición de despatriadas en algún momento desprovistas de derechos. Lo que reivindica Arendt, sostiene Amarís Duarte, “es el derecho a tener derechos”, algo que tanto ella como Zambrano conocieron durante su exilio, al hallarse en una situación de “desprotección total” que en su “radical desamparo representa el paradigma de la vida desnuda en un mundo común”. Ambas relacionan al hombre con la humanidad (“una pluralidad de seres únicos”), por encima de los vínculos de la nación, de modo que “toda prohibición de la libertad de movimiento” es “un atentado contra la razón” y “una falacia de magnitud mastodóntica”.
Arendt logró cierta estabilidad en Estados Unidos; Zambrano, en cambio, tuvo una vida más errante. Ninguna de las dos arraigó en su nueva situación y se anclaron ambas al idioma propio, superando la imposición de otra lengua que señala Derrida para el emigrante. Zambrano define su situación como “inefable”. Arendt, por su parte, escribe en 1950 una carta a quien fuera su profesor y amante, Martin Heidegger: “Nunca me he sentido una mujer alemana y desde hace tiempo he dejado de considerarme una mujer judía. Me siento como lo que realmente soy, una muchacha extranjera”.
Ambas mantuvieron la esperanza de un mundo mejor, como Williams, Lapuente o Blanco Nieto. Sus reflexiones sobre el presente se derivan, para decirlo con palabras de Amarís Duarte, del convencimiento de que “el mal que tocó vivir a Arendt y a Zambrano no parece haber sido erradicado del todo y vuelve a ráfagas sobre cada nueva época”. Un mal que siempre se da en el otro.
Sin embargo, el otro es mi igual en la diferencia. Alguien con quien puedo dialogar incluso desde la discrepancia. Aunque hoy eso no se estile en ciertos ámbitos. Es esta misma voluntad de diálogo la que acaba por vencer la tendencia de Sánchez Lusitano al escepticismo. Y es que, como sostiene Arendt en Responsabilidad personal y colectiva, librito suyo de edición reciente: “Serán mucho más dignos de confianza quienes dudan y son escépticos, y no porque el escepticismo sea bueno o la duda resulte saludable, sino porque esas personas están acostumbradas a examinar las cosas y sacar sus propias conclusiones. Y los mejores de todos serán aquellos que solo saben una cosa con certeza: que, pase lo que pase, mientras vivamos, tendremos que vivir con nosotros mismos”.
LECTURAS
Decálogo del buen ciudadano. Cómo ser mejores personas en un mundo narcisista
Editorial Península. Barcelona, 2021.
270 páginas. 18,90 euros.
Clics contra la humanidad. Libertad y resistencia en la era de la distracción tecnológica
Traducción de Álex Gilbert.
Gatopardo ediciones. Barcelona, 2021.
190 páginas. 18 euros.
Discurso sobre la democracia
Ediciones Universidad de Cantabria. Santander, 2020.
354 páginas. 18 euros.
Una poética del exilio. Hannah Arendt y María Zambrano
Herder. Barcelona, 2021.
320 páginas. 23 euros
Que nada se sabe
Edición, traducción y notas de Mª Asunción Sánchez Manzano.
Editorial Tecnos. Madrid, 2021.
180 páginas. 7,90 euros.
Responsabilidad personal y colectiva
Traducción de Roberto Ramos Fontecoba.
Página Indómita. Barcelona, 2020.
112 páginas. 14 euros.
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