Tres horas en el Blue Moon
Tres horas que vuelan como tres pájaros, de lo mejor que ha escrito y dirigido Sanzol: ‘El bar que se tragó a todos los españoles’, en el Valle-Inclán. Un regalazo: peli, obra, novelón
Alfredo Sanzol, la pasada primavera, a punto de caer bajo el batacazo de la feroz pandemia, logró levantar cabeza por el doble milagro de la medicina y de la risa. Y con ellos escribió El bar que se tragó a todos los españoles y volvió a vivir un tercer y perdurable milagro: el de una risa que dura tres horas, y esas tres horas se duplican y triplican porque el teatro Valle-Inclán, me dicen, va viento en popa, y la función lo merece. Hacía tiempo que no veíamos una comedia combinando tan bien la risa y la emoción, y el cantarlas claras, y el perdonarlas de ley o el trancazo si hacía falta.
Sanzol ha jugado casi desde chaval las cartas de la farsa con fantasmas, de la ternura a lo Mihura y a la locura, y de ir siempre con la verdad por delante, y de no saber uno por qué boca va a salirte la figura. Sanzol, pues, ha vuelto a ganar en su palo, por su mano y nunca de farol, sino de brillante farola, a la navarra. El bar que se tragó a todos los españoles te deja a cuadros sin saber a qué carta quedarte, porque tampoco está claro, felizmente, su género y baile: si comedia (ya se ha dicho), pero ornamentada de peliculaza, si serie por episodios o su abuela, la novela por capítulos, girando a cada vuelta o inventándosela.
No puedo (ni debo) contársela, porque allí están Sanzol y los cómicos y cómicas para hacerlo como nadie. Aseguro que esas tres horas no son frase hecha sino fetén, como el duplicado y el triplicado. También me olvidaba de decirles que el reparto consta de nueve intérpretes, pero que esos nueve juegan con nosotros a lo que quieran, y no vamos a pormenorizar, porque entre enumerar el qué y el cómo se nos desborda esto. Basten tres ejemplos, que parece que hoy vamos de ese número, gracias a Sanzol y a su padre. Pueden elegir entre Nuria Mencía, que es la madre de Jorge, y Margaret Miller, y la camarera filósofa (entre otras), y Albert Ribalta, que es el padre de Jorge, y el policía Lion Knife, y un padre anarquista, y Crisóstomo Carlucci y Andreas Locher. Y mientras van mirando y escuchando reconocerán miembros y miembras de la cofradía secreta, pero cada vez más amplia, de Alfredo Sanzol. Francesco Carril es solo uno porque es Jorge Arizmendi, el protagonistazo, que quiere inventarse su vida.
Hay mujeres de wéstern como la ranchera, y Angelines, y la mujer con maleta que llora (adivinen quién hace qué), ah, y Gina Zanella: estoy hablando de Elena González. Hay una gloriosa transustanciación: es David Lorente, que a su vez es Txistorro, el cura del pueblo, y el camarero del Pardo, y yo diría que el mismísimo Alfredo Landa: que por algo se llama también igual que Sanzol. Natalia Huarte es Carmen Robles: basta decir Robles como antes hemos escuchado el apellido Carril. Y Camila Viyuela, de noble dinastía, y con el hermoso nombre de Nagore, ideal para una reina de la selva, que cuando se cansa un ratico se echa a lo Rachel Sluter o como una monja de rodillas.
Hay animales muy exóticos, como un pájaro negro que canta el blues. ¿Y quiénes son Bob Martino, el camarero del Blue Moon, y Claus Sluter, y Francisco Elizondo, y el camarero de Dinamarca, y el hombre del maletín, y el padre Lazzarroni y Bruno Zanella? Les guardaré el secreto: Jesús Noguero, otro fiera. Y busquen al no menos múltiple Jimmy Roca. Y cantan canciones, muy italianas y mucho del Medio Oeste. Cuando publiquen esta obra (y no han de tardar en hacerlo) han de abrir como abrían el manuscrito: con Jack Kerouac, Julio Cortázar, Walt Whitman, Margaret Tait y esta sentida dedicatoria, que si no es de la señora Tait debe de ser sin duda del señor Sanzol. Hay almas gemelas, y esta dice así: “Esta obra está dedicada a todos los españoles que no querían serlo; a todos los españoles que robaron España; a todos los españoles que tuvieron sus hijos fuera de España; a todos los españoles a los que se tragó el olvido; a todos los españoles a los que se tragó la tierra; a todos los españoles que querían serlo; a todos los españoles que lucharon por otra España; a todos los españoles a los que se tragó un bar; a todos los españoles a los que se tragó el olvido; a todos los españoles a los que se tragó la tierra; a todos los españoles que no tuvieron la fuerza de contar su historia a sus hijos. A todos los españoles”. (Y a Las chicas de Logroño, de Los Xey. En estas noches de luna deben seguir cantando los vivísimos fantasmas de Junior Bonner, Cable Hogue, Monty Walsh, y muchos más). Por cierto, si les dicen que la obra de Sanzol dura tres horas, créanles. Si parece durar 20 minutos, créanse a sí mismos. Esto va a ir que vuela. No se la pierdan.
El bar que se tragó a todos los españoles. Texto y dirección: Alfredo Sanzol. Teatro Valle-Inclán. Madrid. Hasta el 4 de abril. Gira: Sevilla, Santiago de Compostela, Valencia, Barcelona y Pamplona.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.