Dos chicos y un destino
Colson Whitehead, que con este libro vuelve a ganar el Pulitzer, se anega en la ciénaga del racismo y delata los suplicios que sufren sin tregua los adolescentes negros
De este maldito y endémico conflicto racial que la impunidad policial ha vuelto a envenenar y que el movimiento Black Lives Matter denuncia a voz en grito, y de la apremiante necesidad de conciliar rencor y esperanza, se ocupó Jesmyn Ward en La canción de los vivos y los muertos: “Cuando te miran te ven diferente. Da igual lo que tú veas. Lo que importa es lo que ellos ven”. Y la última narrativa de Whitehead, que ganó el Pulitzer con El ferrocarril subterráneo (2016) describiendo los horrores de la esclavitud en las plantaciones sureñas, y lo ha vuelto a ganar con Los chicos de la Nickel (2019) inventándose la malograda amistad entre dos jóvenes afroamericanos enjaulados en un reformatorio que por desgracia no ha tenido que imaginar porque existió, se anega en la ciénaga del racismo y delata sin escrúpulos los estremecedores suplicios que sufren sin tregua los adolescentes negros a los que solo se les concede el derecho a la asfixia social y a la supervivencia.
Whitehead, voz imprescindible de la narrativa norteamericana actual, rotura un terreno fragoso, que se cultiva desde que W. E. B. Du Bois publicó en 1903 Las almas del pueblo negro, el estudio fundacional de la asediada identidad afroamericana, y que la Nobel Toni Morrison ha abonado con novelas como Paraíso (1997), pero sobre todo con su reflexión acerca de la alteridad y de la raza esgrimida como un arma infalible si de lo que se trata es de establecer supremacías que destruyan la convivencia, un estudio que tituló El origen de los otros (2017).
En este territorio de desprecio y de ensañamiento, de claustrofóbica represión, habitan los protagonistas de la novela de Whitehead, Elwood Curtis, un soñador arrobado por las promesas de un futuro digno que se desprenden de los discursos del reverendo Luther King, y Jack Turner, un huérfano astuto que no comulga con el idealismo de su amigo, pero con el que comparte el deseo de una huida hacia delante. Dos jóvenes negros aprendiendo la vida aciaga y sus instrucciones de uso en la Nickel, un reformatorio inspirado en la Escuela Dozier de Florida, que durante décadas maltrató a sus internos y de la que el autor tuvo conocimiento el verano de 2014. Descubrir abyectos camposantos secretos lo indignó e iluminó su fantasía.
A la fértil tradición de la narrativa comprometida con la justicia social y el antirracismo se le unen en Los chicos de la Nickel la narrativa de corte picaresco, el drama carcelario, una sabia combinación de pop & gothic, la novela de aprendizaje, la novela basada en hechos reales, la novela negra, o esa suerte de épico relato moral que creó Faulkner y cuya huella se muestra bien visible en el texto que nos ocupa, trufado de una violencia que alcanza también lo verbal y en el que menudean apotegmas (“Sobrevivir no es suficiente, tienes que vivir”). Su sintaxis paratáctica, el ritmo torrencial y el vínculo entre naturaleza y emotividad tienen también contraída una deuda con el autor de El ruido y la furia. Su prosa concisa y plástica contrasta con la magnitud de la tragedia, resulta prodigiosa la reconstrucción ficcional de un horror real sobre la base de un doloroso ejercicio de la memoria afectiva, y el caso es que con un escándalo de hemeroteca, un mapa detallado del infierno, un estilo vertiginoso y virulento y un hombre abatido en unos pastos es como ha construido Whitehead esta magnética historia de injusticia sistémica y amistad redentora.
LOS CHICOS DE LA NICKEL
Autor: Colson Whitehead. Traducción de Luis Murillo Fort.
Editorial: Literatura Random House, 2020.
Formato: tapa blanda (219 páginas, 19,90 euros) y e-book (9,99 euros).
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