Constelación matrilineal vasca
A una lectura feminista de la colección del Artium en Vitoria-Gasteiz se suman cinco exposiciones de artistas vascas y norteamericanas en San Sebastián y Bilbao
No deberíamos hablar de “exposiciones de mujeres artistas” si de lo que se trata es de hacer efectiva la igualdad, al menos en el arte, ya que la simple especificación las coloca en la anomalía, pero sí podríamos destacar la alineación de seis muestras extrañas (la vida puede ser extraordinariamente extraña) que desprenden una sensualidad libre y una conciencia social despojada de la plomiza seriedad del panfleto. Sus autoras desenmascaran la cultura de una forma traviesa, en visiones veladas o porfiadas en lenguajes formales convencionales —fotografía, escultura, instalación, cine, vídeo—, desbordándolos.
Nuevos rumores en Artium
Zeru Bat, hamaika bide. Prácticas artísticas en el País Vasco, 1977-2002. Artium. Calle Francia, 24. Vitoria-Gasteiz. Comisarias: Xabier Arakistain, Miren Jaio, Elena Rosetas y Beatriz Herráez.
Había que inyectar valentía y discurso en la práctica del museo demasiadas veces trastocado por una visión esteticista y comercial. La anotación de las comisarías en su propósito de enmarcar un “campo de acción definido” de la colección en Artium resume la fórmula de un conjuro: “Lo que queda por debajo de todas las nubes y por encima de todas las zarzas era el tardofranquismo. Si se abría más el plano, se hacía evidente que la apertura a destiempo que anunciaba la fase terminal de la dictadura convivía con otro de cierre, el de la modernidad y sus proyectos utópicos”.
1977 fue el año de arranque de una de las simbologías de identificación más idiosincrásicas surgidas en la democracia española: la escuela vasca, que crecía bajo el (a pesar de) poderoso magnetismo de Jorge Oteiza. Potencial social y político del arte, exaltación de la figura del sujeto colectivo en el espacio público —o del que silenciosamente trabaja en el estudio— y la autoorganización y cooperación entre los artistas en talleres (Arteleku), del que derivaron los actuales modos subculturales de autogestión, son los tres ejes más importantes de la producción vasca durante aquellos veinticinco años. Dentro de esta premisa teórica, Artium hace una primera selección de sus fondos a los que incorpora depósitos, donaciones y adquisiciones de particulares y de instituciones vascas, destacando las acciones de Ester Ferrer, la rigurosa abstracción de Elena Asins y las magnéticas de Maria Luisa Fernández y Gema Intxausti, los siempre ponderables Oteiza, Chillida, Bados y Basterretxea y los inevitables Pello Irazu y Txomin Badiola. Una de las piezas más sobresalientes tiene la firma de Ibon Aranberri, Hoy en día (esto es CNN), 2002, una caja acústica de formalización precisa (un ¿Angelus Novus?) dotada de bafles en el interior que emiten señales de radio. Si por asomo el lector ha visitado la exposición Disonata, en el Reina Sofía, encontrará un posible maridaje con el “intonarumori” futurista de Luigi Russolo y Ugo Piatti. La distancia que une y separa estos dos trabajos da para una lección de historia del arte.
¡Vestid a la abuela de Frankenstein!
Obras. Moyra Davey. Artium. Vitoria- Gasteiz. Comisarios: Beatriz Herráez y Nicolas Linnert. Hasta el 7 de marzo de 2021
Moyra Davey (Toronto, 1958) presenta, también en Artium, su primera retrospectiva en Europa donde destacan sus películas, la más reciente I confess (2019), una exploración sociopolítica del conflicto del Quebec a partir de textos de James Baldwin, Pîerre Vallières, Dalie Giroux, su propio archivo fotográfico y la trilogía compuesta por Les Goddesses (2011), Hemlock Forest (2016) y Wedding Loop (2017) en las que establece analogías entre su propia familia y la de Mary Wollstonecraft.
A propósito de esta última figura, filósofa, educadora y primer referente del feminismo del siglo XVIII, no sabemos qué pensaría la artista canadiense de la estatua de bronce plateado, obra de Maggi Hambling, que hace pocos días se colocó en el parque londinense de Newington Green como homenaje a Wollstonecraft, donde se la muestra completamente desnuda. ¿Es el mejor tributo para representar a una mujer rebelde que vindicó los derechos de las mujeres y que murió a los pocos días de dar a luz (a su hija, Mary Shelley)? ¡Qué broma macabra, y qué gesto hostil e irónico, que las artistas sigan generando monstruos en los parques plagados de estatuas ecuestres, de hombres vestidos bajo el bronce de la tradición y las guerras!
El faro de las bellas artes
Arnasa. Maider López. Museo Bellas Artes Bilbao. Hasta el 1 de enero de 2021
El museo —edificio y colección— respira a través de la luz. Inhalación del cuerpo en el que las ventanas se abren como alveolos y las auras se expanden. Ocho segundos y exhalación. Las salas se apagan, las obras/imágenes, satisfechas, duermen. En la instalación de luz de Maider López (San Sebastián, 1975), Arnasa (Respiración), el museo es el faro, extático y autonegado a la vez. La pandemia lo dejó naufragado y varado solo en las orillas de su rentabilidad. Ahora en su extrañeza, bajo su fachada angelical, surge eso febril y luminoso que es su redescubrimiento.
‘Les demoiselles’ en el infierno
Color Vivo. Lee Krasner. Museo Guggenheim Bilbao. Abandoibarra, 2. Hasta el 10 de enero. Comisarias: Eleanor Nairne y Lucía Agirre
No todo estaba dicho sobre Lee Krasner. Su retrospectiva en el Guggenheim Bilbao permite contemplar su pintura desapegada del mito (su marido, Jackson Pollock, fallecido en 1956) pero no de la historia (el Renacimiento italiano Mondrian, el regionalismo americano, el constructivismo, los expresionistas abstractos). Junto a las fechas de su nacimiento y muerte en Nueva York (1908-1984) se marca también en su biografía el año 1956, cuando por fin Krasner deja atrás una parte de su carácter etéreo, tan disciplinado como sometido, tan frágil e indomable a la vez. De ese año de duelo surgió Profecía (que ya había gestado poco antes de su viaje a París y concluyó después de conocer la muerte de su esposo) y otros dos grandes formatos, Nacimiento y especialmente Tres en dos, algo así como las Demoiselles d’Avignon visitadas por Dante. Particularmente revelador es el vídeo proyectado justo en la entrada de la muestra, con algunos testimonios de la pintora cuando ya era muy celebrada; también sorprenderán sus autorretratos plein air de 1928, siendo estudiante en la National Academy of Design, así como sus estudios de desnudos bajo el tutelaje artístico de Hans Hofmann.
El hermano de Suzanne Duchamp
Acromática. Una partida inmortal. Mabi Revuelta. Azkuna Zentroa. Plaza Ariquibar, 4. Bilbao Hasta el 24 de enero de 2021. Comisaria: Susana Blas.
Tomando el ajedrez como hilo conductor, la bilbaína Mabi Revuelta (1967) destila su propia trayectoria desde sus primeras piezas escultóricas, el bodegón con perlas negras (Pearls, 2002) esparcidas en el suelo como granos de caviar, a las piezas relacionadas con el mundo del juego (Acromática) inspiradas en motivos y partidas de ajedrez históricas: la conocida como “Inmortal”, disputada en 1851 entre Adolf Anderssen y Lionel Kieseritzky, y un último ámbito titulado Fin de partida, basado en las cuadro eras —romántica, científica, hipermoderna y dinámica— de uno de los juegos de tablero más antiguos del mundo, el que arrancó a Marcel Duchamp del mundo del arte (y fue él quien precisamente convirtió el ajedrez en un motivo recurrente en las exposiciones artísticas). Mabi Revuelta también se ocupa del cuerpo humano, la comparación entre el traje como segunda piel y el interior, los órganos femeninos y el esqueleto. La fotografía de Suzanne Duchamp, hermana del antigenio, no podía estar mejor infiltrada en esta exposición habilidosa y extravagante.
Lengua y mandíbulas
Norusta. Erlea Maneros Zabala. Museo San Telmo. Plaza Zuloaga, 1. San Sebastián. Hasta el 10 de enero de 2021
Otra artista bilbaína, Erlea Maneros (1977) toma el relevo de Ibon Aranberri en San Telmo, donde se invita a un/a artista vasco/a a trabajar con la colección y desplegar nuevos relatos museográficos. Norusta (el nombre que recibe el viento noroeste que habitualmente arrastra lluvia desde el mar) es el título de la obra de esta artista afincada en California, que parte de una litografía del pintor del siglo XIX Pedro Pérez de Castro, una vista del litoral desde el cabo Antzoriz (Lekeitio). A ese trozo de paisaje ensalzado en la imagen acude Erlea Maneros en persona, lo hace en piragua y condicionada por la meteorología y el oleaje. Documenta ese mismo tramo del litoral, películas y fotografías, y apunta en su cuaderno de bitácora los topónimos usados por los vecinos para señalar los diferentes enclaves. Ese mismo acantilado y un objeto que pertenecía al legado familiar —la punta de un cuerno de corzo que antiguamente los pescadores utilizaban para sanar las mordeduras de animales— son la magdalena de Proust: activan reminiscencias en la artista de las que resulta un vídeo donde confronta las destrezas de la cultura y las energías naturales, lo espiritual y la capacidad humana de hablar. Lengua y mandíbulas.
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