Otl Aicher, el diseño como reparación
El Museo de Bellas Artes de Bilbao dedica una exposición al cofundador de la Escuela de Ulm, que llevó la razón científica y la claridad conceptual a su oficio
En el nuevo curso político y en plena pandemia, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, hacía unas declaraciones acerca de la necesidad de refundar una nueva Bauhaus como un proyecto medioambiental, económico y cultural europeo que suponga toda “una ola de renovación”. “Tenemos que dar a nuestro cambio sistémico su propia estética diferenciada, para alinear estilo y sostenibilidad”, decía. Si Von der Leyen hubiera estado mejor informada, tal vez la refundación no debiera basarse en la Bauhaus, sino en su institución heredera menos conocida, la Hochschule für Gestaltung Ulm (Escuela Superior de Diseño de Ulm) que Otl Aicher cofundó en 1953 en esa pequeña ciudad alemana.
No sabemos en qué acabarán estas intenciones, pero, a tenor de las palabras de Von der Leyen, cabe preguntarse hasta qué punto los poderes económicos y políticos abrazaron la modernización y se subieron al tren, metafórico y literal, del progreso técnico y la bonanza económica sin atenerse o evacuando las implicaciones éticas y estéticas de la modernidad.
Esta primera monográfica internacional dedicada a Otl Aicher (1922-1991) es también la primera que la pinacoteca bilbaína consagra en exclusiva a un diseñador. Esto supone una magnífica ocasión para revaluar el rol de diseño en nuestro damnificado mundo pandémico. En la rueda de prensa se aludió a Otl Aicher y a la Escuela de Ulm como fundamentales en la reparación de los daños morales en la sociedad alemana y europea de posguerra. Unos daños que Aicher sufrió en primera persona, pues no solo fue perseguido por su resistencia antinazi, sino que el propio origen de Ulm se basa en un trauma: el asesinato de Hans y Sophie Scholl, hermanos de Inge, esposa de Aicher y fundadora junto con éste de la institución que cambió la historia del diseño del siglo XX.
Conocido como diseñador gráfico, Aicher inventó los pictogramas deportivos popularizados en los Juegos Olímpicos de Múnich de 1972 que más tarde han sido aplicados a la señalética en todas partes. El corporativismo lo tiene como uno de los padres del branding, pero esta muestra prueba que fue mucho más.
Comisariada por Guillermo Zuaznabar, Otl Aicher. Metro Bilbao. Arquitectura y paisaje sucede con motivo del 25º aniversario del metro de Bilbao, obra arquitectónica de Norman Foster que contó con Aicher como encargado del sistema de comunicación gráfico. La exposición ofrece una panorámica de los proyectos más relevantes de Aicher, como fueron Múnich 72; su trabajo para Braun, Lufthansa y para el fabricante de cocinas Bulthaup, así como para mostrar su compromiso con el ecologismo, el pacifismo y la socialdemocracia.
Con su particular filosofía del diseño, escribió: “¿Qué es Bilbao? Transformación de una ciudad junto a un río en una gran región junto al mar”. El metro es esa clase de infraestructuras que pasan por debajo del radar. Posee sin embargo esa cualidad sin nombre de todo buen diseño. Su duración resiste la entropía. Su mesura semiótica es tan eficiente que no necesita competir con otras obras espectaculares. Su esencia es más silenciosa, más preciada. Un cuarto de siglo después, permanece inmaculado y ni siquiera incentiva al grafiti. La colaboración entre Foster y Aicher partía de la indistinción entre ingeniería y arquitectura fortalecida por un sistema de comunicación completamente intuitivo y, por tanto, “invisible”.
Este último gran encargo realizado a Aicher revela su radical discreción y halo poético. El diseñador investigó el paisaje y la región, la heráldica, los colores, la economía, los sistemas de comunicación y lo que él llamó la “semántica de un viaje”, porque la función de un tren va más allá del problema tecnológico del transporte. Escogió el rojo, color que asoció al tono férreo de la ría en sus viejos días industriales. La tipografía fue una Rotis semigrotesca, a medio camino entre la familia de las romanas y las grotescas. Rotis es el topónimo de una granja donde Aicher se asentó después de que la Escuela de Ulm cerrara en 1968. Ahí construyó un archipiélago de espacios caracterizados por la economía formal, el sentido práctico y el espíritu cooperativo. Este talento para la arquitectura ya lo había demostrado en 1959, cuando junto con Hans Gugelot concibió un pequeño pabellón para Braun y, acto seguido, imaginó un sistema modular que, partiendo de una vivienda unifamiliar, se multiplicaba en un gran complejo estandarizado.
Principalmente, la aspiración de Otl Aicher consistió en emancipar al diseño de la hegemonía del arte y la artesanía. Con los principios de la Bauhaus convertidos en estilo, la tarea reconstructiva de Ulm en la sociedad alemana debía ser otra. Aicher introdujo la razón y el cientifismo en el diseño a través de una mirada clínica de claridad conceptual. Aunque Max Bill fue uno de los fundadores de Ulm, y Tomás Maldonado y Josef Albers algunos de sus principales valedores, más que discontinuidad con la Bauhaus, habría que encontrar alguna fórmula de síntesis dialéctica o histórica. El sistema como tal, la retícula, por decirlo de una manera, no es suficiente, y esta exposición es testigo de ello: hay aquí un suplemento poético en cada objeto que estos no pueden negar. A diferencia de la ciencia, el diseño incorpora una dimensión moral y, por tanto, participa de los valores culturales y sociales.
Ningún detalle en esta exposición es demasiado pequeño para no ser tenido en cuenta. Incluso el display les hace justicia. Otl Aicher fue sin duda un gran diseñador, pero es no menos un poeta, filósofo, artista. Justo antes de morir, completó el círculo y esculpió en barro, de memoria, los bustos de Hans y Sophie Scholl. De nuevo se podía hacer arte en Alemania, e incluso reconciliarse con el lenguaje del realismo del que el nazismo hiciera un uso ideológico y falaz. Arte y diseño juntos no ya en la utopía, sino en la realidad.
‘Otl Aicher. Metro Bilbao. Arquitectura y paisaje’. Museo de Bellas Artes. Bilbao. Hasta el 28 de febrero de 2021.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.