Verdad, mentira y mito sobre El Tren de Aragua
La banda nacida en una prisión venezolana se considera una organización criminal potente, pero sin capacidad para ser un problema de seguridad nacional como asegura Donald Trump


La historia de El Tren de Aragua está envuelta en la bruma y se ha prestado a la especulación. Se sabe que fue fundado en algún momento de la década pasada por dos presos que llegaron a mandar más que el director de la prisión venezolana en la que estaban encerrados. Acumularon tanto poder que construyeron en el interior un zoo, un casino y una piscina. Se tienen muy pocos detalles de quiénes eran en realidad ni cómo lograron imponerse a otras bandas y no hay muchas pistas sobre su paradero actual. Sin embargo, hay unos cuantos hechos incontestables. En diez años, la organización criminal se ha expandido por casi todos los países de Latinoamérica y tiene presencia en las principales ciudades de Estados Unidos. Sus miembros han cometido asesinatos y hacen negocios millonarios con el tráfico de drogas, la extorsión, los secuestros y la trata de personas. Por donde pasan generan terror, pero su alcance y su importancia se ha exagerado y se ha utilizado para criminalizar al resto de venezolanos.
Los expertos sostienen que en ningún caso supone un problema de seguridad nacional para Washington, como asegura Donald Trump. El magnate republicano ha aprovechado el mito para agrandar a El Tren de Aragua y justificar la política de deportaciones masivas que ha emprendido desde que regresó a la Casa Blanca. Lo compara con el cártel de Sinaloa y hasta con Isis. Ha sido una de las excusas con la que ha invocado la Ley de Enemigos Extranjeros que permite acelerar la expulsión de inmigrantes, un mecanismo que se usó en la II Guerra Mundial para encerrar en campo de concentración a japoneses, italianos y alemanes. Y le ha pagado a Nayib Bukele 20.000 dólares para cada uno de los 238 venezolanos que han sido enviados al Cecot, la prisión de máxima seguridad construida por el presidente de El Salvador. No se conoce un solo caso de un preso que haya salido de esa cárcel en la que no hay luz natural ni patio, solo un pasillo con celdas a los lados. “Al combinar un enfoque de línea dura contra un grupo criminal de dudosa influencia con una definición excesivamente amplia de quiénes podrían ser sus miembros, la Administración Trump ha buscado un pretexto para acelerar las deportaciones sumarias masivas”, señala un informe de Crisis Group, una organización internacional centrada en la resolución de conflictos.

Trump asegura que El Tren de Aragua planea invadir Estados Unidos, aunque no se le conozca ejército ni capacidad de fuego suficiente para tomar ni siquiera un pueblo. “No es un grupo que tenga capacidad de ser enemigo, no de Estados Unidos, sino de cualquier país”, cuenta por teléfono Ronna Rísquez, una periodista de investigación venezolana que ha escrito el primer libro sobre la banda, El Tren de Aragua: la banda que revoluciona el crimen organizado en América Latina. “Ni siquiera tiene una estructura sólida ni muy organizada”, revela Rísquez.
Eso no quiere decir que no sea un grupo peligroso, advierte. En muy poco tiempo se han abierto paso en México y Colombia, dos países con una criminalidad estructural muy fuerte que no toleran, así como así, la llegada de agentes extranjeros. En cualquier caso, no son fáciles de detectar. Tienen un carácter líquido que les permite adaptarse en cada entorno. Son tan sigilosos que durante años se ha puesto en duda su existencia misma. A diferencia de los carteles mexicanos, no publican vídeos en los que decapitan a sus enemigos. Algunas detenciones en Chile y Perú muestran a sus cabecillas como tipos discretos que no llevan tatuajes ni han adquirido la estética narco. “Sin duda hay que temerles. Ahora se usa su existencia para estigmatizar a los venezolanos. Pero no solo lo ha hecho Trump. También Dina Boluarte en Perú o Claudia López cuando era alcaldesa de Bogotá. En Chile son muchos los casos de xenofobia contra la comunidad venezolana. No es solo un fenómeno de Estados Unidos”, explica la autora.

La Casa Blanca asegura que detrás de El Tren de Aragua se encuentran Nicolás Maduro y los principales dirigentes del Gobierno venezolano. Los expertos no descartan que en el pasado haya habido algún tipo de negociación entre la organización criminal y el chavismo, pero a día de hoy no hay ninguna prueba que los vincule de manera directa. “Eso carece de cualquier atisbo de verdad”, dice por teléfono Tarek William Saab, el fiscal general de Venezuela. “El Tren de Aragua aquí fue desmantelado. Sus líderes están presos, dados de baja o con orden de captura”, continúa William Saab. A su modo de ver, esta supuesta conexión “es una invención destinada a agredir al Gobierno venezolano”. “Los casos de delitos graves achacados a venezolanos son insignificantes en el universo de delitos que ocurren en Estados Unidos”, añade el fiscal.
El crimen más mediático vinculado a la organización es el del disidente venezolano Ronald Ojeda. El exteniente del ejército venezolano fue secuestrado en el apartamento en el que vivía en Santiago de Chile, y más tarde torturado y asesinado, en febrero de 2024. Estaba exiliado desde de 2017, cuando participó en una rebelión militar contra el chavismo. La fiscalía chilena apunta a El Tren de Aragua como el perpetrador del crimen y a altos mandos del Gobierno venezolano como los responsables de dar la orden. En concreto, ha sido señalado Diosdado Cabello, el número 2 del régimen. El intermediario, según la misma investigación, habría sido Héctor Rusthenford Guerrero Flores, alias Niño Guerrero. Se trata del líder máximo de la banda.
De él solo existe una foto borrosa, en blanco y negro. Después de haber cumplido dos décadas en prisión, nadie sabe dónde se encuentra en este momento. Los servicios de inteligencia colombianos sospechan que se mueve entre Colombia y Venezuela, a través de la enorme frontera que separa ambos países. Es uno de los delincuentes más buscados del mundo. Niño Guerrero nunca debió imaginar que el hombre que ocupa el Despacho Oval lo equipararía a otros enemigos históricos de Estados Unidos, como Bin Laden o Pancho Villa. Aunque solo sea en su imaginación.

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