_
_
_
_

El ojo que todo lo ve: la psicóloga que acompaña a los negociadores cuando hay un secuestro en Río de Janeiro

La veterana profesional asesora sobre el terreno desde hace una década a los policías de la tropa de élite en crisis con rehenes

La mayor Alexandra Vicente en las instalaciones del Batallón de Operaciones Especiales de la Policía Militar de Río de Janeiro
La mayor Alexandra Vicente en las instalaciones del Batallón de Operaciones Especiales de la Policía Militar de Río de Janeiro, el pasado 4 de febrero.Leonardo Carrato

Hace 25 años, Brasil quedó en shock ante el secuestro de un autobús municipal de Río de Janeiro. El secuestrador tomó a una decena de rehenes armado con un revólver. Tras unas larguísimas cinco horas rodeado, la policía intentó abatirle, pero el francotirador erró el disparo, que rozó a una de las rehenes. Acto seguido, el secuestrador la mató a quemarropa disparándole por la espalda. Todo lo que podía salir mal, salió mal (el agresor ni siquiera llegó a una comisaría, fue asfixiado en el coche policial).

La tragedia del autobús de la línea 174, un número grabado a fuego en la memoria colectiva de la ciudad, se asumió como un fracaso rotundo de las fuerzas de seguridad. A partir de ahí los equipos se profesionalizaron y se crearon nuevos protocolos de seguridad para que las negociaciones terminen con final feliz. Desde entonces, ninguna incidencia de ese tipo ha terminado con la muerte de un rehén. Una de las principales novedades fue la incorporación de psicólogas (hasta ahora siempre han sido mujeres) en los equipos policiales de intervención táctica.

“Aquello marcó un antes y un después”, recalca en una entrevista la militar Alexandra Vicente, la psicóloga que desde hace más de una década acompaña a los negociadores cuando hay un caso de especial peligrosidad que los agentes ordinarios no consiguen resolver. Puede ser un padre de familia amenazando con asesinar a un pariente, una toma de rehenes en un bus, un ladrón atrincherado en un banco o un suicida armado, por ejemplo. Cuando algo de esto ocurre, la policía militar moviliza el Batallón de Operaciones Especiales, el temido Bope, un cuerpo de élite más conocido y a menudo criticado por sus violentas operaciones contra el narcotráfico.

Agentes del Batallón de Operaciones Especiales de la Policía Militar patrullan el Complexo da Maré, en Río.
Agentes del Batallón de Operaciones Especiales de la Policía Militar patrullan el Complexo da Maré, en Río.Leonardo Wen

En su despacho en la sede del Bope, un enorme cuartel pegado a una favela en lo alto de una colina, la psicóloga Vicente, policía militar de carrera, explica que en la mayoría de países, por precaución, la negociación se hace por teléfono. En Brasil, en cambio, es cara a cara. Los policías lo prefieren, creen que, por motivos culturales, es mucho más efectivo. Al escenario de la incidencia llegan rápidamente al menos dos negociadores, varios francotiradores y ella, la psicóloga.

Su principal misión será trazar una especie de perfil psicológico del agresor, pero teniendo en cuenta que todo puede cambiar en cuestión de minutos. “En realidad lo que evalúo es el potencial de violencia; lo que está diciendo, cómo lo dice, el tono de voz, si cuando habla el cuerpo concuerda con lo que dice…”.

Durante la negociación, Vicente está atenta a todo para comunicarlo a los negociadores. Entender, por ejemplo, si el secuestrador es una persona con un desequilibrio emocional puntual o un enfermo mental puede cambiar rápidamente el rumbo de la conversación. Pero se mantiene en la retaguardia, vestida de paisano, invisible a los ojos del protagonista de la escena. No está allí para hablar con él. “No es el momento de hacer terapia. A veces piden un psicólogo, pero entonces le decimos: si quieres, sal de ahí, bebe un vaso de agua, te calmas y te llevamos”.

La psicóloga de la división antisecuestro del BOPE, frente a la Bahía de Guanabara, en Río de Janeiro.
La psicóloga de la división antisecuestro del BOPE, frente a la Bahía de Guanabara, en Río de Janeiro.Leonardo Carrato

Más allá de estar pendiente del delincuente, Vicente tiene que ser el ojo que todo lo ve: atenta a si el negociador está cansado y empieza a flaquear y a cualquier detalle en el ambiente que aporte información. Ocurrió, por ejemplo, en marzo del año pasado, cuando un hombre tomó a 16 rehenes dentro de un autobús en la principal estación de Río. Cuando la policía preparaba el cordón de seguridad previo a la negociación, el secuestrador dio un tiro al aire: “Ahí lo tuve claro, le dije a mi compañero: tenemos que ir ahora, nos está llamando, quería empezar a hablar”, recuerda la psicóloga. Tardó tres horas en entregarse y los pasajeros del bus fueron liberados con vida, aunque antes de que llegara la policía hirió a dos de ellos.

Vicente también se encarga de evaluar rápidamente a las “personas benéficas”, como llaman a las personas que los “causador del evento crítico” (otro tecnicismo) exigen para seguir negociando: a veces es un familiar, una exnovia, una profesora de la infancia. La policía tiene la difícil misión de encontrarlos y llevarlos a la escena del crimen en cuestión de minutos, pero es ella es la encargada de decidir si la persona está apta o si su presencia allí será contraproducente. Con personas armadas que amenazan con suicidarse, por ejemplo, esa opción se descarta casi siempre. “Por mucho que pida ver a su madre no vamos a traer a su madre. No sabemos si va a querer matarse delante de ella”, resume.

La veterana profesional confiesa que los casos de personas que buscan quitarse la vida son los que más le impactan, porque en general hay menos margen de maniobra. En muchos casos son policías. De hecho, Vicente trabaja desde hace años en grupos de prevención de suicidio dentro de la corporación. Es otra de sus tareas, fuera de las horas de adrenalina en las negociaciones. Ella cuida de la salud mental de los 200 policías que trabajan en el Bope, casi siempre expuestos a escenas de violencia extrema y con la posibilidad de morir integrada en la rutina diaria.

En su sala de trabajo tiene unas sillas en círculo para las conversaciones en grupo, un pequeño sofá y una mesa con elementos que ayudan a destensar y romper el hielo: revistas, un cubo de Rubik y un ajedrez. Vicente asegura estar enamorada de su trabajo, pero confiesa que hay días que no da abasto, como cuando en su salita se presentaron 40 policías destrozados, recién llegados del entierro de un compañero. Uno de sus colegas se deshace en elogios a su labor, pero se pregunta algo recurrente en estos casos: ¿quién cuida de quien cuida? Vicente sonríe y asegura que hace terapia desde hace 30 años. Además, dice estar muy contenta porque ha retomado una de sus pasiones, el baloncesto.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_