La primavera de Nayib Bukele con Donald Trump
Después de meses de acercamiento, el presidente de El Salvador se juega la extradición de los líderes de las pandillas y los apoyos económicos en su prometedora relación con el nuevo Gobierno republicano
En un atardecer frente al lago, dos hombres se miran y sonríen. “Friends”, titula Nayib Bukele su imagen con el secretario de Estado de Donald Trump, Marco Rubio, en Coatepeque (El Salvador). Después del clic de la cámara, llegan los anuncios: el presidente centroamericano ha ofrecido su megacárcel, el llamado Centro de Confinamiento del Terrorismo, para presos condenados en Estados Unidos; del otro lado, el Gobierno republicano se ha comprometido a ayudarlo a desarrollar la energía nuclear en el país. “Muchas gracias, presidente”, escribe Rubio en X, tras definir la reunión como “muy productiva”. “Maravilloso”, se apunta también Elon Musk, “gran idea”. Las publicaciones, que fueron compartidas miles de veces, celebran la puesta en marcha de una nueva alianza en la región. Ha tenido que esperar unos años, pero la primavera de Bukele y EE UU ya ha comenzado.
La visita de Marco Rubio a El Salvador —enmarcada en la primera gira del estadounidense por América Latina— ha cristalizado meses de acercamientos. El año pasado, Bukele fue uno de los invitados de honor a la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC), tuvo reuniones con Musk (al que llamó “una de las grandes mentes de nuestro tiempo”) y apoyó abiertamente el regreso de Trump al poder. Los dos líderes comparten círculo empresarial e ideológico. Enemigos de lo que denominan el discurso woke —en el que se incluyen los derechos humanos, el feminismo o la preocupación ambiental— y defensores de la política “de mano dura”, los dos hombres encabezan la ofensiva de la ultraderecha. Su alianza parece inevitable, ahora buscan hacerla, de uno y otro lado, rentable.
“Bukele se ha estado preparando para este momento desde hace cinco años. Él apostó a que Trump estaría de vuelta, puso muchísimos recursos haciendo lobby por él”, explica a EL PAÍS el investigador salvadoreño Manuel Meléndez: “Muy pocos líderes mundiales celebraron la victoria de Trump más que Bukele, es lo que ha estado anhelando, es un momento muy bueno para él”. El presidente centroamericano, que fue reelegido el año pasado, afronta su segundo mandato mucho más blindado, en una posición que el apoyo de Trump puede terminar de fortalecer.
El mandatario controla todos los poderes del Estado: el ejecutivo, el legislativo y también el judicial, lo que le permite pasar sin obstáculos reformas constitucionales, como la que autorizó su reelección. Nadie dentro de El Salvador puede oponerse sin consecuencias al clan Bukele. Al mismo tiempo, sigue gozando de una inmensa popularidad, algunos rankings lo colocan con una aprobación por encima del 90%. “Es un Gobierno muy popular y muy autoritario, que parece por momentos invencible, pero que sí le quedan ciertas amenazas: una de ellas es un escándalo legal en EE UU”, apunta Meléndez, quien trabaja en un doctorado sobre democracia y gobierno en Harvard, “una cosa es que El Faro [medio digital] revele el pacto con las pandillas y otra es que haya una sentencia relacionada en una corte estadounidense. Esto no deja dormir a Bukele”.
El investigador cree que un objetivo prioritario para el presidente es lograr la extradición a El Salvador de los líderes de las maras encarcelados en Estados Unidos, como El Crook, conocedores de las negociaciones de su Gobierno con las pandillas, que Bukele siempre ha negado. Otra meta clave de su relación con Trump, apunta, sería lograr un recorte de los fondos de cooperación estadounidenses con los que sobreviven periódicos y asociaciones independientes en el país: “Los pocos contrapesos que quedan en El Salvador han sobrevivido por estos fondos. Bukele sabe que si EE UU les retira su apoyo, estos actores que le son muy incómodos podrían desaparecer”. El propio presidente salvadoreño contó que ese tema fue uno de los primeros de los que habló con Trump cuando este ganó las elecciones el año pasado. “Si ‘lo único’ que Bukele logra en su relación con Trump son esas dos cosas, es una victoria enorme”, considera el investigador.
Además, el líder salvadoreño afronta en este segundo mandato un nuevo reto: la presión económica. Justo acaba de lograr un apoyo del Fondo Monetario Internacional (FMI), a cambio de dejar de considerar el bitcoin como moneda oficial en El Salvador, pero la situación en el país sigue siendo compleja. “La economía salvadoreña es frágil, tiene enormes desafíos de lucha contra la pobreza y las desigualdades”, explica Élodie Brun, del Colegio de México, “lograr la ayuda de Estados Unidos para obtener apoyos de forma bilateral o multilateral puede ser prioritario”. En esa misma línea, apunta Leandro Morgenfeld, del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina: “Bukele tiene una necesidad financiera muy fuerte. Y nada se hace en el FMI sin la aprobación de EE UU, que es el único que tiene derecho a veto. La sobreactuación de sumisión total de Bukele es para conseguir este apoyo”.
Una cárcel externalizada
Bukele sigue presumiendo de haber acabado con las maras y la inseguridad en el país, después de haber encarcelado a más de 83.000 personas (la organización Socorro Jurídico calcula que más de 3.000 fueron detenidas de forma arbitraria, sin ningún vínculo con las pandillas). Las muertes por tortura y falta de atención médica en las prisiones se han disparado: los presos mueren de hambre, acusados sin pruebas y sin derecho a un juicio dentro de las cárceles salvadoreñas. Pero ninguna de estas denuncias de violaciones a derechos humanos de instancias locales e internacionales le importan a Bukele, mucho menos a Donald Trump.
El Gobierno republicano ha recibido con los brazos abiertos la propuesta de Bukele de externalizar en El Salvador parte del sistema penitenciario estadounidense. “En un gesto extraordinario nunca antes realizado por ningún país”, escribió Marco Rubio. “Su compromiso de aceptar y encarcelar a criminales de cualquier país, incluidos los de pandillas violentas como MS-13 y Tren de Aragua, hará que Estados Unidos sea un país más seguro”, celebró el secretario de Estado, sin contemplar ninguno de los interrogantes legales que abre esta propuesta, en la que están “incluidos ciudadanos estadounidenses y residentes legales”.
“Esta propuesta puede despejar también un dilema para Trump sobre las deportaciones masivas, que es qué hacer con aquellos migrantes que no puede devolver a sus países de origen”, considera Brun, experta en relaciones internacionales de América Latina. Además, la investigadora menciona otros beneficios para el estadounidense de esta “propicia relación”: “Parte del poder de Bukele es simbólico, porque es una figura que inspira a líderes de extrema derecha, eso le sirve a Trump, a quien además le conviene tener a cuántos más aliados posibles”.
Porque el vínculo entre ambos no puede entenderse sin el marco latinoamericano. El republicano ha entrado en su segundo mandato con un discurso muy agresivo, que incluye desde la amenaza de aranceles a México y Colombia (además de Canadá) hasta su verborrea de anexarse el canal de Panamá. “La relación entre Bukele y Trump hay que leerla como parte de la iniciativa de Trump de poner una cuña a los principales Gobiernos de la región, romper la coordinación política y tratar de contrarrestar a México, Brasil, Colombia y Chile, que están en manos de Gobiernos socialdemócratas o de izquierdas no aliados con él”, expone Leandro Morgenfeld, que coordina el grupo de estudios sobre EE UU del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso).
En este tablero dividido, Trump cuenta con el apoyo acérrimo de Javier Milei, quien desde que fue elegido presidente de Argentina ha viajado nueve veces a Estados Unidos (una de ellas para la toma de posesión del republicano); y con el de Daniel Noboa, de Ecuador, o Santiago Peña, en Paraguay. “Es una muestra de cómo opera el corolario Trump de la doctrina Monroe: amenazas a los gobiernos que no se sometan e iniciativas muy neocoloniales para los que sí, como en Argentina y El Salvador, que están haciendo un seguidismo a las políticas estadounidenses”, apunta Morgenfeld, también profesor de la Universidad de Buenos Aires.
“Hay que plantear la sostenibilidad en el tiempo de esta relación”, abre el panorama Élodie Brun, “como pasa con muchas las alianzas de Trump, porque son caracteres muy complicados. Todo parece indicar que van a llevarse bien, pero sus agendas no siempre son las mismas. Es difícil verlo en este momento, pero podría ser hipotéticamente un límite en los derechos humanos o incluso Gaza, porque Bukele es descendiente de palestinos, aunque él detesta a Hamas porque es cristiano, su papá se convirtió islam. No creo que ahí tengan la misma posición”. Todavía es pronto, de momento, el idilio apenas comienza.
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