Freddy Vega, fundador de Platzi: “El crimen no paga tanto como el código”
El creador de esta plataforma de educación por internet, uno de los latinos más influyentes en el mundo de la tecnología, aboga por que la formación en programación y diseño web ayude a sacar a “millones de latinoamericanos” de la pobreza
Freddy Vega (Bogotá, 35 años) habla de corrido, como si estuviera en plena tormenta de ideas para fundar su próxima empresa. De momento, es el creador de Platzi, una plataforma de educación en internet con unos dos millones de alumnos que se ha disparado en Latinoamérica durante la pandemia. Nombrado por el Instituto Tecnológico de Massachussetts (MIT) como uno de sus innovadores jóvenes de referencia, Vega se ha convertido en los últimos años en uno de los latinos más influyentes en el mundo de la tecnología. Con una playera de Tesla —la compañía de coches eléctricos del polémico Elon Musk— y con un fondo falso de Zoom, el emprendedor suena en la entrevista, sobre todo, apasionado. “La tecnología tiene el poder de elevar a las personas”, dice desde Bogotá, donde vive cuando no está en su casa de San Francisco, en California, o en Ciudad de México.
Para Vega, llegar hasta aquí ha sido casi un error estadístico: un niño de una familia pobre de un barrio pobre de Colombia convertido en uno de los emprendedores de más éxito de la región. Y está convencido de que todo acaba de comenzar, que los siete años de su compañía son, apenas, los primeros días. “La misión de Platzi es romper el ciclo de pobreza de millones de latinoamericanos y lograr que aquí nazca la próxima generación de entusiastas y emprendedores en tecnología”, dice, “y con el tiempo que llevamos, empezamos a pensar que eso es lo que va a pasar”.
La historia comienza en un rincón de Bogotá. Un niño de cinco años, criado en Suba —un distrito popular de la capital colombiana— por una madre sola y batalladora, descubre un ordenador: escribe su nombre, letra a letra, y da a imprimir. Se fascina y se revuelve todo. A los 13 a ese chaval le prestan una calculadora graficadora y se lanza a programar, compra con sus ahorros libros ilegibles que hablan de computación, empieza a ir todas sus tardes, después de la secundaria, a una escuela nocturna para adultos donde enseñan software básico, y negocia con el dueño del centro dar clases de Windows y Office a cambio de poder usar uno de sus ordenadores: finalmente, aprende html y desarrollo web. Era el año 2000 y la fiebre de los ordenadores personales apenas comenzaba, quedaban todavía siete años para que Steve Jobs presentara su iPhone como algo, entonces, inconcebible.
Vega, para quien el colegio siempre fue un infierno, encuentra a su tribu chismeando en la red: una comunidad llamada Maestros del Web, fundada por Christian Van der Henst, un guatemalteco que vivía en España. Otra historia improbable. 24 años más tarde esos dos amigos de internet fundaron Platzi y se convirtieron en los primeros latinos en entrar en Y Combinator, la cotizadísima incubadora de startups de Silicon Valley—una empresa dedicada a hacer crecer a otras empresas—, de donde salieron Airbnb, Rappi o Dropbox. Hoy, esos raros, esos dos chicos extraños y aislados, dirigen una compañía con 250 trabajadores y oficinas en Bogotá, Ciudad de México y San Francisco.
Platzi es, en pocas palabras, una academia virtual enfocada en enseñar programación, desarrollo y diseño web, marketing digital y finanzas. La mitad de sus estudiantes ya trabajaban en alguna de estas ramas, la otra mitad quiere dejar McDonald’s y buscar un empleo en tecnología. Un año de cursos vale alrededor de 200 dólares, por lo que Vega es consciente de que estos últimos alumnos tienen que invertir prácticamente un mes de su salario en esta formación. Según su creador, la diferencia es que Platzi funciona: “Sé que esto genera un gran escepticismo, pero 12 a 18 meses después de estar en Platzi, el 84% de los alumnos incrementan su salario de tres a 10 veces, y eso es de por vida. Personas, que cobraban entre 200 y 500 dólares al mes, y estaban al borde o por debajo de la línea de pobreza, un año después pasan a 1.000, o a 3.000, y están en la clase media”.
Vega mantiene que en esta subida de escala social, sus alumnos se llevan a sus familias. “Se vuelve inviable entonces una carrera en el crimen: porque el crimen no paga tanto como el código”, afirma. El empresario relata las tres posibilidades a las que se ha enfrentado una persona joven que crecía en las zonas más humildes de Colombia, México o Honduras: “Históricamente creciendo en el campo tienes tres opciones: seguir siendo campesino como tus papás, que eso no es malo, pero es una vida dura; ser policía o soldado, que es un empleo estable, o entrar al crimen”. “Pero, si desde muy pequeño ves que existe la opción de trabajar escribiendo, diseñando o programando y que esa industria tiene una proyección de crecimiento gigantesca y no importa la familia en la que yo nazca, sino que importa mi talento —que esa es la magia de la tecnología— no te vas al crimen porque nadie quiere arriesgar su vida. Siempre habrá un porcentaje de personas que elija esa opción, pero la realidad es que cuando tenemos otras opciones el crimen baja”, mantiene.
Ante el panorama de una región “profunda y groseramente desigual”, en la que “el acceso a la universidad es el ticket mínimo de acceso a la clase media”, Vega busca que la formación en tecnología sirva para saltar ese agujero entre donde naces y las oportunidades a las que accedes. “Este año, se inyectaron 44.000 millones en tecnología en Latinoamérica, la mayor inyección anual de capital de nuestra historia como región”, apunta, “para ese nivel de efectivo que va a ser invertido, necesitamos multiplicar por 10 la cantidad de personas que tienen el talento para trabajar en estas empresas”.
El emprendedor apunta a la industria tecnológica como el acelerador social y económico que necesita América Latina: “No vamos a ser una región de industria, no vamos a construir hardware y competir contra Holanda o Taiwán haciendo chips, no vamos a tener una marca de carros propia, pero sí tenemos talento creativo. La magia de la industria de la tecnología es que no requiere materia prima, solo requiere una computadora con acceso a internet. No hay necesidad de construir aeropuertos o carreteras. Latinoamérica no debería estar siguiendo el mismo camino que el resto de los países para ver si hacemos catch up, tenemos que hacer un salto”. Y afirma seguro: “Las startups de tecnología latinoamericanas van a redefinir la cultura latinoamericana, porque van a ser las más grandes de la región: los Rappis, los Cornershops, los Kavak, los Nubank, MercadoLibre... Ojalá Platzi”.
Una nueva escuela modelada por la pandemia
Durante la pandemia, los usuarios de Platzi en Latinoamérica crecieron un 60%. Acostumbrados a lidiar con la soledad implícita que acarrea la educación a distancia, lanzaron cursos de manejo de la ansiedad, de inteligencia emocional o de gestión del tiempo. Desde la práctica de casi un década, y con su tamaño manejable, encontraron en esta crisis sanitaria una forma de afianzar lo que ya habían aprendido; sobrevivieron donde los gobiernos fracasaron. “Los Estados tienen que poner todo su esfuerzo en enseñar de manera remota porque la realidad es que un gran número de niños y adolescentes de Latinoamérica no terminaron su ciclo escolar en 2020. ¿Eso qué significa para una región 10 años hacia el futuro a nivel de su competitividad? La onda expansiva de terror que genera este fracaso educativo, nos va a pegar muy duro y tenemos que reaccionar de una manera como si fuera una guerra”, dice Vega.
El emprendedor apunta cinco ideas —que se podrían aplicar en un escenario ideal— de todo lo aprendido por Platzi en estos siete años de educación por internet: “Si queremos darle oportunidades reales a todos los niños y adolescentes, tenemos que suplir una seguridad alimentaria. Fomentar la pasión por leer y aprender desde el principio: para aprender de una manera autodidacta hay que crear una cultura de nunca parar de aprender. Garantizar una computadora conectada a Internet para todos los alumnos, eso es un igualador. Enseñar inglés: Latinoamérica está en la misma zona horaria que el mercado de consumo más grande la humanidad, EE UU, y apenas un porcentaje de los habitantes tiene un inglés conversacional que le permita acceder a su vecino más poderoso. Y, por último, una alternativa a la escuela secundaria: en vez de aprender por ciclos, aprender por temas. Con estas cinco cosas podríamos crear una revolución”.
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