¿Cómo se llama tu Rubiales?
El consentimiento no se presume ni se analiza desde el punto de vista del agresor, es decir, su intención, motivación o perspectiva son absolutamente irrelevantes
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En las últimas semanas, la noticia de la agresión sufrida por la futbolista española Jenni Hermoso, quien fue besada sin su consentimiento por el presidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), Luis Rubiales, ha dado la vuelta al mundo y el tema aún tiene para rato.
En estos días, Rubiales pasó de una inicial respuesta soberbia, que le quitaba importancia a su acción, a elaborar una novela mal armada en su discurso ante la Asamblea General Extraordinaria de la RFEF, afirmando que Jenni Hermoso lo había levantado en brazos, le había llamado “crack” y había aceptado el beso. Y, claro, además de culpar a la víctima, responsabilizó a un “falso feminismo” de lo que él denomina “una persecución en su contra”. El sentido común no aguanta una historia así. Pero parece que sí fue suficiente para el numeroso grupo de dirigentes que le escuchaban, quienes le aplaudieron y respaldaron, creyendo, ingenuamente, que allí quedaba el asunto.
Pero se equivocaron. Y ante la renuncia de las integrantes de la selección española en respaldo a Jenni Hermoso y las numerosas muestras de apoyo de otros y otras deportistas en el mundo, así como de diferentes autoridades y personalidades, recularon y empezaron a condenar al agresor, a tratar de tomar distancia y a que no les salpique el fango del “soldado caído”, que ya no parece tan gracioso. Sin embargo, hasta el momento de escribir este artículo, Rubiales se mantenía firme en su decisión de no dimitir e insiste en su burda teoría sobre el consentimiento de Jenni Hermoso.
En paralelo, se han ido conociendo más casos de mujeres deportistas de todo el mundo que han denunciado haber sufrido agresiones, discriminación y violencia de género en su desempeño profesional, lo cual nos habla de una realidad constante, evidente y ante la que ya no se puede seguir mirando al costado. En América Latina, por ejemplo, en 2019 una futbolista y la fisioterapeuta de la selección Colombia sub 17 presentaron denuncias ante la Fiscalía General por acoso sexual y laboral sufrido por parte del entrenador y del preparador físico en las concentraciones previas al Mundial de Uruguay de 2018. El año pasado, el club argentino Quilmes despidió a dos entrenadores de fútbol femenino juvenil por acosar a las jugadoras, todas menores de edad.
Al respecto, existe abundante jurisprudencia interamericana que define la violencia sexual como cualquier acción de naturaleza sexual que se comete contra una persona sin su consentimiento, “que además de comprender la invasión física del cuerpo humano, pueden incluir actos que no involucren penetración o incluso contacto físico alguno”. El consentimiento no se presume ni se analiza desde el punto de vista del agresor, es decir, su intención, motivación o perspectiva son absolutamente irrelevantes.
Por ello, uno de los aportes principales de la Convención Belem do Pará en el ámbito interamericano fue reconocer que la violencia contra las mujeres es una violación de derechos humanos, que incluye violencia física, sexual y psicológica y que puede ser perpetrada por el Estado o por particulares.
Ahora bien, esta violencia se enmarca en un contexto amplio y continuo de discriminación de género, que facilita lo que yo denomino “la secuencia perversa de los estereotipos”. Esto es, que ante una agresión, se descalifica y culpabiliza a la víctima (“ella me acercó a su cuerpo”), se le resta responsabilidad al agresor (“esto era un beso entre amigos”), se deja de lado la investigación y la sanción y, finalmente, se consagra la impunidad. Como se sabe, la impunidad envía un mensaje perverso y de doble dirección: a las víctimas les dice que no tiene sentido denunciar los hechos y a los agresores les valida sus acciones y les facilita la repetición.
El problema, por tanto, es desconocer la continuidad de la violencia contra las mujeres y las particularidades que se presentan en el ámbito deportivo, especialmente en aquellos espacios que han sido considerados exclusivamente masculinos. Una mujer rompe un mandato de género al decidir jugar fútbol, pero el beso sin su consentimiento por parte de una autoridad deportiva le recuerda que ese mandato de subordinación y obediencia aún existe y que debe aceptarlo. En este punto, la Convención Belem do Pará insta a los Estados a modificar los patrones socioculturales de conducta de hombres y mujeres, para contrarrestar los prejuicios y las costumbres que se basen en los papeles estereotipados para el hombre y la mujer, que legitimizan o exacerban la violencia contra la mujer (Artículo 8).
Por todo lo anterior es tan importante la voz de las futbolistas españolas pero también de aquellos hombres que se han sumado a la protesta. No basta con tener mujeres en todos los espacios, sino que hay que cambiar esos espacios y liberarlos de una masculinidad nociva. Pasa en el fútbol, pasa en la vida cotidiana y seguirá pasando mientras no entendamos que las leyes no bastan para acabar con la violencia de género y que el desafío real es atreverse a mirar alrededor, abandonar el silencio que es sinónimo de complicidad y aceptar que el consentimiento de las mujeres no puede nunca darse por sentado. Porque Rubiales hay por todos lados. ¿Cómo se llama el tuyo?
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