Migrantes de plastilina: una muestra que plasma el destierro en América
A través de sus figuras, el artista colombiano Edgar Álvarez busca avivar la empatía de una sociedad casi inmune al dolor ajeno
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Gabriela Liebano (Caracas, 18 años) contiene las lágrimas al mirar una escultura de plastilina que sostiene entre sus manos. Es su yo de 14 años con una mochila a rastras, la figura que la inunda de recuerdos. “Me da nostalgia”, dice sin despegar los ojos de la estatuilla exhibida en la sala Débora Arango del centro cultural Gabriel García Marquez, en Bogotá. Hasta el próximo 30 de agosto este lugar alberga a decenas de personajes de plastilina que el artista colombiano Edgar Álvarez esculpió para plasmar las travesías de los migrantes en América.
Álvarez y Liebano se conocieron en 2019 al borde de una carretera del centro de Colombia. Él exploraba la zona, mientras ella caminaba junto a su familia de vuelta a Venezuela. Aunque la crisis los había expulsado del país en 2017, la resignación de una estancia desoladora en Perú los hacía regresar. “Parecían los Reyes Magos, pero dirigidos por niños”, recuerda el escultor y animador de 49 años sobre su impresión del grupo de viajeros que avanzaba en fila india con la vida repartida entre mochilas.
Su encuentro tuvo varios efectos. Con ayuda de Álvarez, que encontró un trabajo para la madre de Liebano, la familia viró el rumbo y se estableció en Bogotá. La mujer y sus tres hijos se sumaron a los más de 2,4 millones de venezolanos que viven en Colombia, según la Agencia de la ONU para los Refugiados, Acnur. Además, su historia se convirtió en el retrato vivo del drama migratorio para la mente del artista.
Ahora, cuatro años después, la figura de Liebano y su familia encabeza la exposición Refugiados y migrantes en América, una obra con la que Álvarez, por medio de figuras de plastilina, busca plasmar la realidad de los miles de desterrados que avanzan por Colombia, Centroamérica y el tapón del Darién con la ilusión de una vida mejor.
Esculpir las tragedias humanas no es algo nuevo para él. Hace más de una década inició el proyecto Se lo explicó con plastilina, una apuesta pedagógica para abordar los desafíos sociales con la esperanza de que el uso de un material infantil avivara la empatía de una sociedad casi inmune al dolor ajeno. “Al final, todos hemos hecho un muñeco de plastilina”, argumenta el artista, que además de esculpir las figuras, las fotografía en espacios reales y desarrolla animaciones a partir de ellas.
Esa búsqueda de empatía lo llevó a tallar los cuerpos de los habitantes de calle de la ciudad de Los Ángeles cuando vivía allí y a realizar el cortometraje Los invisibles en 2014. Es la misma premisa que lo ha llevado a esculpir a las víctimas del conflicto en Colombia, y ahora, a los migrantes como Gabriela Liébano. “Hay que dirigir la luz hacia lo que quieres que otros vean”, explica el artista, al hacer un recorrido por las figuras, las fotos y las animaciones de sus personajes en la sala de exposición.
En medio de la presentación de la obra de Álvarez, Mireille Girard, representante Acnur Colombia, advierte acerca de la actitud masiva hacía los migrantes y refugiados en el planeta. “Hay una fatiga de compasión”, señala la funcionaria, elevando el tono de su voz; un síntoma presente en un panorama en el que la migración no tiene parangón. Según la organización, al menos 108,4 millones de personas en todo el mundo se han visto obligadas a huir de sus hogares, y una cifra récord de 250.000 personas ha cruzado a pie la selva del Darién en 2023.
Álvarez espera seguir reflejando esa realidad. Darién, sueños de barro es el cortometraje que está preparando a punta de animaciones de siete de sus migrantes de plastilina que se atrevieron a atravesar esa jungla con la esperanza de un futuro posible. El artista ya conoció de primera mano un tramo del recorrido y se encontró a personas que han motivado su obra, como en algún momento lo hicieron Gabriela Liebano y su familia.
Esa niña de 14 años, que ahora ya es mayor, también está llena de sueños. “Quiero darle una casa a mi mamá y luego comprar una para mí”, cuenta. “Morir en Venezuela, en Isla Margarita”, prosigue después de unos segundos. Pese a que ya no está caminando entre su país, Colombia, Perú y Ecuador, mantiene los recuerdos de lo que vivió cuando apenas comenzaba su travesía en la vida. Quizá, por eso, con apenas 18 años pronuncia frases de alguien que ha vivido más años. “Que duro es ser adulto”, dice con la mirada perdida entre las esculturas. Gabriela Liebano ya no está en tránsito con su mochila, pero sigue cargando el peso de la migración.
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