El llano en llamas se queda sin agua: las tierras de Pedro Páramo, entre un cártel poderoso y la agroindustria
El territorio del sur de Jalisco que inspiró los relatos del escritor mexicano Juan Rulfo ha atraído explotaciones agrícolas que están arrasando con la vegetación y agotando los recursos de la zona
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La operación contra la delincuencia por parte del ejército mexicano en Cuquío, al norte de Guadalajara (Jalisco) el 9 de agosto pasado y la violenta reacción del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) dejaron oficialmente tres muertos y 19 vehículos calcinados. Al día siguiente, de forma discreta, el pueblo de San Gabriel, en el corazón del territorio imaginario inmortalizado por Juan Rulfo en Pedro Páramo, vivió un duelo por El Cuate Gabriel Guzmán Figueroa, un lugarteniente del Señor de los Gallos, Nemesio Oseguera Cervantes, alias El Mencho, líder de ese cartel.
“Les dieron permiso de llorarlo, era muy cercano al jefe”, musitaban entonces nerviosos ciudadanos de esta cabecera que forma parte de la geografía rulfiana, demarcación de caciques históricos rozados por el mito, como el hacendado José María Manzano o el bandido Pedro Zamora; otros construidos por la literatura, como Pedro Páramo, obra de Rulfo; y otros reales, poderosos y omnipresentes, como El Mencho, cabecilla de la organización criminal más poderosa de México. Que su rancho está en Tonaya, a 50 kilómetros de San Gabriel, es un secreto a voces en esta región, un llano árido de clima estable rodeado de algunas de las montañas más elevadas del occidente mexicano.
El impacto del control feudal del Señor de los Gallos está completamente naturalizado. Pero eso no evita los conflictos nacidos de la explosiva llegada de plantaciones comerciales de productos tan diversos como el aguacate en las áreas templadas, y de frutos del bosque, hortalizas, agave azul (materia prima del tequila) y, últimamente, viñedos en el corazón de la meseta. Estas actividades significan cambios de uso en los suelos y la transformación de tierras agrícolas y forestales y que haya menos superficie para maíz, frijol o calabaza, además de la devastación de miles de hectáreas de ecosistemas naturales, selva caducifolia y tierras de bosque templado. Además, han agravado la escasez de agua. De por sí, no había mucha. Ahora, poco a poco, las empresas que han llegado con sus invernaderos acaparan recursos de las comunidades. Su presencia llena el paisaje con grandes parches de un manto plástico blanco que refleja la luz solar, en medio de parcelas y selvas secas.
“Toda esa zona corresponde al acuífero Autlán, que abarca unos 4.600 kilómetros cuadrados; pero es justamente esa zona de El Bajo la que tiene menos agua. En el Llano, la lluvia ronda apenas 500 milímetros”, un valor muy cercano al del semidesierto mexicano, explica Luis Manuel Martínez Rivera, investigador de la Universidad de Guadalajara.
La estabilidad climática de la zona es la causa de la presencia masiva de la agroindustria: las heladas son escasas y eso ayuda a la producción permanente de diferentes alimentos. Pero las altas montañas que la rodean hacen que las lluvias escaseen. El auge económico, que también ha atraído a trabajadores migrantes del resto del país, no ha resistido el golpe de la realidad. Según Martínez Rivera, se trata de negocios con agua a costas del uso público. Datos de la Comisión Nacional del Agua indican que esa zona pasó de 150 títulos de concesión hídrica por 20 millones de metros cúbicos anuales en los años 90, cuando llegaron los primeros invernaderos, a 750 concesiones por 80 millones de metros cúbicos 20 años después. Es decir, el agua utilizada creció en 300% y el número de usuarios, en 350%. El volumen actualmente concesionado es equivalente al agua anual necesaria para una ciudad de 1,2 millones de habitantes, pero en los cinco municipios de la región hay solamente 46.700.
“El acuífero estaba en rojo ya en 2015, con abatimientos [reducciones de nivel] anuales de 1,5 millones de metros cúbicos; en 2021, ya la pérdida anual se acercaba a seis millones de metros cúbicos”, afirma el académico. Y aunque reconoce que el auge de la agroindustria ha generado miles de empleos, estos no son bien pagados. Miles de migrantes de las regiones más pobres del país llegan a la zona atraídos por trabajos que no siempre cautivan a los locales que siguen buscando oportunidades en EE UU y en otras ciudades. Mientras, los jornaleros asumen las labores pesadas por la que no ganan más de 20 dólares diarios.
De acuerdo a datos que proporcionó a EL PAÍS el Instituto de Información Estadística y Geográfica de Jalisco (IIEG), en agosto de 2022 había 7.791 empleados asegurados en los cinco municipios de la región. Pero esto solo refleja la realidad de los trabajadores temporales durante ese mes y no considera los miles más que están al margen de la seguridad social. “De los 306.273 jornaleros agrícolas que hay en Jalisco, apenas 80.911 llegan con un contrato firmado. Solo uno de cada cuatro. El resto se trata de acompañantes o los que se emplean informalmente”, según el Comité Nacional Sustentable de la Caña de Azúcar, del Gobierno federal. Bajo esa estimación oficial, podría haber alrededor de 25.000 trabajadores en las plantaciones de la zona.
Hipólito es un jornalero originario de la zona de Xalapa, en Veracruz, que lleva migrando al norte en busca de estos empleos temporales desde que tenía 16 años. “He andado en Sonora y aquí en Jalisco, pero vine hace tres semanas y no cumplieron las promesas que nos hicieron, por lo que me voy a regresar”, afirma mientras trabaja en una parcela mezcalera de la compañía Bioparques, muy cerca del crucero de Cuatro Caminos.
El joven cuenta que comenzó a viajar soltero, pues era muy rebelde y amaba su libertad, pero pronto se casó con las adicciones. “En Sonora agarras coca, cristal, mota, lo que sea venden libremente los dealers”, cuenta. ”Acá en Jalisco está más controlado, las empresas no permiten”. Hoy, con 23 años, sigue haciendo este viaje cada año, aunque tenga novia y dos hijos en su tierra natal. “No hay suficiente trabajo allá en mi tierra. Por eso muchos nos enganchamos, ya sabemos con quiénes, y subimos a los camiones que todo el tiempo se mueven a los diferentes lugares de trabajo, y pasamos de tres a seis meses fuera”. La jornada de Hipólito comienza a las siete de la mañana y termina a las 15.00. Por las tardes, busca trabajo entre agricultores locales para mejorar su ingreso, y ganar otros 300 pesos más (15 dólares), pero eso solo ocurre un par de días a la semana.
El boom agrícola en la zona ha dejado campos de cultivo en manos de empresas, destrucción de vegetación natural y escasez de agua que en muchos casos no es apta para el consumo humano. El IIEG realizó, a petición de este medio, una serie de mapas para demostrar cómo se ha transformado el uso del territorio en algunos de los municipios de El Bajo. El caso más notable de cambio es San Gabriel. En 2008, ese municipio poseía 17.919 hectáreas de tierras en uso agrícola. De ellas, 1.814 pasaron a ser de “agricultura protegida” o invernaderos, y 3.746 cambiaron su uso a huertas de aguacate.
Además, 820 hectáreas de bosque templado natural pasaron a ser aguacateras, así como 577 hectáreas de bosque templado secundario (bosque joven) y 119 hectáreas de selva caducifolia en estado de vegetación secundaria. En total, la frontera agrícola ha depredado 1.516 hectáreas de ecosistemas naturales, una reducción de 9% respecto a 2008. Los cultivos comerciales de aguacate y agave acaparan ahora 36% de los terrenos de uso productivo. El primer producto demanda hasta cuatro veces más agua que un bosque natural, lo que explica en parte la escasez hídrica en las zonas bajas.
“Los años anteriores nos hemos quedado en algún momento de mayo sin agua. Afortunadamente, algunas empresas han decidido cedernos parte de su volumen para paliar la falta del recurso”, revela el presidente municipal de Zapotitlán de Vadillo, José Cruz Arias Reyes. En las zonas más áridas, como Lomas de Perempitz, las sequías recurrentes y el agua contaminada del río Armería han obligado a los municipios a tomar medidas de adaptación: “Estamos captando agua de lluvia, y la usamos para épocas de secas”, señala Amparo de Jesús León, coordinadora del consejo asesor de la reserva de la biosfera Sierra de Manantlán. También están recuperando viejos cultivos con baja demanda de agua como el nopal, el agave local, el ciruelo o la pitahaya.
“Sigue habiendo peces en el río, pero está más contaminado, ya no se pesca con tanta confianza”, señala don Zeferino León Nava, un viejo campesino de Lomas de Perempitz. Incluso el chacal, un langostino migratorio que regresa a los ríos donde nació a desovar y morir, se ausenta varios años de su ciclo, y los rancheros pasan dificultades para cubrir su dieta de proteínas. El hombre no olvida que en los años 50 del siglo XX, cuando era un niño, el río era cristalino, y daba alimento suficiente para el sustento de las familias. Hoy, el daño ambiental ha cambiado todo.
Los datos del IIEG no analizan el impacto del del agave azul Tequilana Weber, materia prima del tequila. Miles de hectáreas en la región han sido compradas o arrendadas por tequileros o grandes agricultores foráneos para sembrar esa variedad de agave, que conlleva un paquete tecnológico agresivo para el suelo y la biodiversidad. “No estoy seguro de que la gente que vende o renta tenga idea de cómo van a quedar las tierras agotadas, al vencimiento de los contratos”, señala el alcalde de Zapotitlán, José Cruz Arias Reyes.
Pero los montos económicos son muy atractivos. Mientras el mezcal nativo se cotiza ahora en menos de siete pesos por kilogramo (36 centavos de dólar), el agave azul rebasa los 30 (1,54 dólares). La ganancia de corto plazo, a 30.000 pesos (1.542 dólares) por tonelada, es enorme si se considera que otros cultivos como el maíz difícilmente rebasan 6.000 pesos (308 dólares) por tonelada. En el caso del aguacate, que prospera sobre todo en las laderas del Nevado de Colima, en San Gabriel y Zapotitlán, el costo de perder fuentes de agua de buena calidad se traduce en ganancias por hectárea alrededor de 1.000% superiores a la de los cultivos tradicionales. Los incentivos económicos juegan contra la conservación.
Los agraristas de San Pedro Toxín, en los linderos del llano con el Cerro Grande, una gran montaña kárstica con suelos porosos que absorben el agua al subsuelo que ocupa el extremo occidental de la Sierra de Manantlán, tienen ahora un gran conflicto interno: un grupo de vecinos pretende vender los derechos del ejido sobre el manantial más espectacular de la región: La Taza, una reverberación de aguas cristalinas que brotan de la base de la montaña de 2.560 metros sobre el nivel del mar, y que hasta hoy, no se ha agotado.
“Muchas de las empresas del llano están presionando para quedarse con ese agua, y nosotros vamos a luchar porque no se salgan con la suya”, afirma don Ramón Sandoval Galindo, un campesino de 72 años, que conoce la historia de los hacendados del pasado, como don Juan Nepomuceno Pérez Rulfo, padre del famoso escritor. Y de un tal Pedro Páramo, que, asegura, sí existió: era un señor de horca y cuchillo como abundaban en los tiempos antiguos, antes de que los ejidos fueran dotados y la revolución hiciera justicia. La ficción encarnada.
Esos tiempos se fueron. Hoy dominan El Mencho y sus paramilitares en una tensa paz que a veces se desborda. Como sucedió en julio pasado en el ejido San Isidro, cuando los sicarios del CJNG intervinieron en un acto de restitución de tierras por una vieja disputa fallada a favor de los campesinos contra la empresa Amway-Nutrilite, una de las pioneras en las inversiones agroindustriales de este páramo. Entonces, les dieron a los empleados del Tribunal Agrario 15 minutos para abandonar la región. Al día siguiente acudió la Guardia Nacional, y tras convencer a los miembros “de la plaza” que era un asunto entre particulares que no hacía mella a su control territorial, se pudo entregar al ejido una tierra agrícola largamente reclamada. “La plaza” es la célula local de control que tienen los cárteles mexicanos, normalmente a nivel de cada municipio. Esa “plaza” es la que toma las decisiones en el territorio y se relaciona con las instituciones del Estado mexicano, maneja un grupo de vigilantes diseminados en el territorio y “sicarios” (su ejército privado) para ejercer violencia y control.
Gabriel Guzmán, el lugarteniente del Señor de los Gallos asesinado en agosto, tuvo una modesta inhumación sin más trámite que el aviso de rigor que los de la plaza del CJNG dieron al ayuntamiento. Ha pasado a una tranquila eternidad tras una vida de sobresaltos, en una región atrapada entre violencias viejas y modernas, tierras secas y climas benignos, promesas incumplidas y rencores soterrados.